Death Note es uno de los varios clásicos indiscutibles que dejó el anime y el manga de este siglo, traspasando la barrera de su público habitual (bromas más, bromas menos, el público “otaku”) para ser un éxito entre el público japonés, estadounidense y latinoamericano. Pero además del estatus de joya, hoy la trama no deja de sentirse fresca y original pese al paso del tiempo.
Este manga adaptado a anime y, tristemente, a live action en Netflix, cuenta una historia que nos entierra de cabeza en nuestras nociones más profundas de justicia, unas que, en la medida que nos acercamos más a ellas, notamos que están menos resueltas de lo que pensamos a simple vista.
A continuación, daremos un paseo por esta tremenda serie, enfocándonos en las inquietudes que nos deja abiertas esta fascinante producción japonesa.

Death Note: su historia y su importancia
Inicialmente creada como un manga, la historia fue ilustrada por Takeshi Obata y escrita por Tsugumi Ōba, pseudónimo de un/a mangaka misterioso/a que también está detrás del exitoso manga y anime Bakuman. Death Note fue publicado entre 2003 y 2006 como manga y ese mismo año comenzó a transmitirse la adaptación al animé dirigida por Tetsurō Araki, con un total de treinta y siete capítulos.
Tanto el anime como el manga, se centran en retratar cómo Ryuk, un shinigami, una especie de dioses de la muerte sacados de la mitología japonesa, deja caer en la tierra su death note, un cuaderno con el que cobra las vidas de aquellos cuyo nombre es escrito al interior del mismo. Light Yagami, un estudiante modelo pero con una vida falta de desafíos, la encuentra y comienza a usarla para lo que él considera lo justo: asesinar a aquellos que actúan mal. Con lo que no contaba es con que L, el mejor detective del mundo, buscaría atraparlo.
El tema subyacente a la historia que nos cuentan es el dilema respecto a qué es lo justo, quién lo define y cómo se castiga al que no obra bien. La premisa de la serie es tremendamente original, pues no se queda simplemente en mostrar la posibilidad de entregarle a un joven japonés la capacidad de asesinar con carta blanca, sino que, en virtud de la profundidad de sus personajes, le da un objetivo claro a Light: usar este don (o maldición) para traer justicia al mundo.
En general, nuestro acercamiento mediático a la justicia es bastante pobre. Alguna que otra obra de culto venida del cómic se adentra en el tema con una perspectiva “filosófica”, como Watchmen o The Boys, pero en general, nuestro imaginario se centra enseguida en el plano del sistema judicial, impulsado por la popularidad que tienen en occidente series del tema, desde las de bufetes de abogados hasta las policiales.
Pero la justicia no existe solamente en el proceso y sus instituciones, porque este es rígido y busca solo sostener el orden legitimado. En cambio, la moral, sociedad y la política, avanzan por carriles mucho más rápidos y dejan en evidencia las necesidades de cambio del sistema. Ejemplos de ello son el hecho de que el apartheid en África y el separatismo racial en Estados Unidos fueron legales; que el voto de los pobres, primero, y las mujeres, más tarde, surgió tras movimientos sociales organizados pidiéndolo, pacífica y violentamente; y más recientemente, el debate sobre la nueva Constitución en Chile cuestiona que la formalidad no está al día respecto a lo que una gran parte de la población entiende como bueno y justo.
La trama de Death Note es movida justamente por preguntas alojadas en esas fisuras de la justicia. No nos presenta a Light como un villano detestable, al contrario, es su protagonista, pese a que la serie deja en claro que él no actúa de forma justa. Nos hace cómplices de sus pensamientos y tretas para que entendamos y hasta justifiquemos su actuar. Light, al igual que nosotros, está harto de que el sistema no pueda propiciar justicia y, por eso, la death note se convierte en la herramienta de “verdadera justicia” para el “dios del nuevo mundo”.

Japón: injusticia y deshonor
Quizás la salida más sencilla sería ver a Light, conocido en faceta oscura como Kira, como un sociópata que recibe los medios para llevar a cabo las consecuencias de su trastorno, pero eso nos privaría del punto más brillante de la serie: la empatía que se construye entre el espectador y el protagonista de la serie. Quizás revisar algún miramiento del mundo real nos permita entender un poco esto.
Desde la década de los 70’s, el contexto japonés está marcado por el nihilismo, pues el sentido de la vida y la moral fue quebrantado al tener que eliminar parte de un estilo de vida tradicional para acercarse a una vida económicamente moderna, industrialmente activa y políticamente occidentalizada. Este proceso fue tan acelerado y traumático que generó un dislocamiento significativo del mundo, retratado muy bien en el cine de Shinya Tsukamoto, la literatura de Haruki Murakami o la genial Akira de Katsuhiro Ôtomo.

Esto vino acompañado de un crecimiento económico y tecnológico exponencial, un escenario nuevo que sería interpretado en la tensión entre los valores del pasado y los del nuevo mundo. Uno de ellos es lo altamente punitivo que es el sistema judicial japonés, que al considerar deshonorable el delito, le castiga de las formas más crudas. No solamente la pena de muerte es legal, sino que se da mediante el inhumano método de la horca. Además, valida la tortura como método para obtener confesiones en juicios que la ONU ha denunciado en repetidas ocasiones como parciales e injustos.
Light Yagami y “la banalidad del mal” en Japón
Pero, pese a ser una lectura válida, es insuficiente pensar que Death Note es simplemente una metáfora sobre la pena de muerte. La serie critica la validez de esta con una meticulosidad impresionante. Al igual que la justicia, el mundo que Death Note construye se mueve a partir de leyes que entiende como principios rectores del actuar. Para poder usar el cuaderno, su usuario debe respetar una serie de normas y asumir consecuencias, como que se acorte su vida. Además de ser el campo de juego para el espectacular ajedrez entre Light y L, estas reglas sientan las bases para lecturas más profundas al respecto.

La filósofa, politóloga y periodista de origen judío, Hannah Arendt, dedicó parte importante de su obra a estudiar los totalitarismos y la subjetividad de quienes participaban de los crímenes atroces que realizaron dichos regímenes. Allí se da cuenta de que, pese a que lo más cómodo sería pensar a los nazis o fascistas como unos monstruos sin alma, en realidad los discursos de estos eran mucho menos elaborados: estaban tan absortos en su rol dentro de la máquina estatal, que para ellos solamente era “cumplir su trabajo”. Hacer el mal se había convertido en algo banal, o sea, cotidiano, común y corriente.
Del mismo modo, Light comienza a desconocer la magnitud y el horror en sus actos con tal de perseguir la meta que se propone ciegamente. Así, desaparece para él la reflexión sobre los porqués y se centra exclusivamente en conseguir los mejores medios y resolver emergencias del momento, lo que Arendt define como el proceso en que se pierde la voluntad humana para convertirse en nada más que engranajes de una máquina sin rostro.
Esto se hace presente en el hecho de que mientras ésta más avanza, más nos damos cuenta de que Light no tiene problemas para romper su supuesto código moral y deja de preocuparse de asesinar solo a quienes “lo merecen”, sino que también a inocentes que interfieran con sus planes, como nuestro querido L. Esto marcará un antes y un después de la historia donde el tono de la serie cambia totalmente, cosa que se refleja fielmente en la escena del funeral de L, presente en el manga, pero eliminada del anime por su contenido:
Cuando comienza la “segunda parte” de la serie, donde ahora Light se enfrenta a los sucesores de L, Near y Mello, el tono cambia hacia uno desenfrenado, donde la locura de Light se desata y, recién ahí, se podría hablar de un Kira psicópata. La sicosis se convierte en el mood del portador de la death note, como comunica el segundo opening de la serie, uno que no fue muy bien recibido en occidente, pero se convirtió en un ícono de representar la locura en oriente.
Errores que matan: Netflix y su estúpido dinero
Honestamente, me gustaría hacer como que esto no pasó, pero bueno. Como todo éxito que no haya nacido en la gran pantalla, los ojos de grandes productoras se posaron sobre Death Note para comprar los derechos para adaptarla. En Japón se adaptó el 2006 con un importante éxito de crítica y taquilla, por lo que se llegaron a realizar cuatro películas que partieron fieles al material original, pero terminaron expandiendo las historias de los personajes. En occidente, sin embargo, no se corrió las misma suerte.
Más de una década estuvo Death Note en los cuadernos de intenciones de productoras estadounidenses. Warner, cuya filial japonesa distribuyó el live action nipón, se hizo de los derechos para realizar la película. Fue un proceso complejo, que incluyó cambios constantes de director, como el rumor de que Gus Van Sant iba a tomar el proyecto ¿Se imaginan Death Note en el ojo del autor de Elephant y Good Will Hunt?… Pero el destino fue otro y Warner terminó vendiendo los derechos de la preproducción avanzada, bajo la dirección de Adam Wingard. Netflix, famosa recuperadora de proyectos congelados, fue quien finalmente la llevó a cabo.
El resultado se publicó el 2017 con críticas principalmente negativas. Muchas de ellas, injustamente, se fundamentaban en la falta de fidelidad respecto al material original, opinión de la que Kubrick y Hitchcock se reirían con vehemencia. Más que la sombra de la obra original, el fracaso de la película estuvo en la incapacidad de recoger la complejidad que sustenta los personajes extravagantes y los parajes tenebrosos, de la que retoma sólo lo superficial. La adaptación de Netflix muestra dilemas morales poco desarrollados que hacen ver a la película más como un ejercicio irresponsable hecho para público adolescente, algo que ni Lakeith Stanfield ni Willem Dafoe pudieron salvar.

Más recientemente, este año, los autores de Death Note publicaron en Shōnen Jump un manga que continua y actualiza la historia. Consistió de un one shot, es decir, una sola revista autoconclusiva, donde un nuevo humano recibe la visita de Ryuk y su cuaderno, pero como este rechaza utilizar la misma, decide venderla, cosa que desata el caos entre los millonarios y los gobiernos del mundo, todos tratando de hacerse con el “poder de Kira”. Incluso un presidente de los Estados Unidos, en evidente referencia a Donald Trump, trata de comprarla.

Todo esto no viene más que a demostrar el inmenso legado y vigencia que hasta hoy sigue teniendo esta historia que, principalmente gracias a su adaptación al anime, no deja de estar presente en las referencias de la cultura pop de una parte gigante de occidente, sumándose a la larga lista de éxitos japonene que conquistaron este lado del globo. Merecido lo tiene, gracias a su originalidad e impecable manejo del tono, con una trama que cada vez que la veo, me deja al borde del sillón.