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“La Poseída” más allá: La verdadera historia de la endemoniada de Santiago

El 2015 no solo fue el año en que Chile rompía su sequía de 100 años sin títulos a nivel de selección futbolística, también fue el año en que Televisión Nacional (TVN) apostaba por su último gran material de culto: “La Poseída”, teleserie ambientada en medio de los sucesos que desencadenarían – o eso se da a entender- la Guerra Civil de 1891.

La trama de la teleserie tuvo a Luciana Echeverría protagonizando el rol de Carmen Marín Carreño, una extraña joven que comenzaría a vivir episodios psicóticos mientras vivía y educaba en un convento encabezado por Sor Juana Carreño (Amparo Noguera). Entre los atrasos e ignorancia de la época, los ataques de la joven Carmen eran asociados a una posesión demoníaca, situación que cambiaria con la llegada del doctor Gabriel Varas (Jorge Arrecheta), quien se enamoraría de la joven aun cuando mantenía un compromiso con Luisa Mackenna (Emilia Noguera), hija del antagonista de la historia, Eledoro Mackenna (Francisco Melo).

Revuelo y expectación ocasionaba la situación de la joven Marín, incluso el exsoldado de la Guerra del Pacífico, el sacerdote Raimundo Zisternas (Marcelo Alonso), se haría cargo de supervisar el proceso médico al que la niña sería sometida.

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Eso, a grandes rasgos, es la historia de “La Poseída”, historia que, aunque sus números (6,9 en rating) no fuesen los esperados para el horario, logró transformarse en un producto de culto para estos tiempos, arrasando en reproducciones en YouTube y, sobre todo, demostrando que la historia de Chile sí puede ser un instrumento de masificación de la ficción, una plataforma para contar historias.

Espiritismo, demonios, los primeros avances en la medicina chilena en el área psíquica, historia dura e incluso algún grado de conspiraciones forman parte de lo que fue la apuesta de los guionistas Hugo Morales, Juan Pablo Olave, Francisca Bernardi y Josefina Fernández en 73 capítulos de suspenso, intrigas y amoríos.

La endemoniada de Santiago, más allá de La Poseída y TVN

A diferencia de la ficción, Carmen Marín no era una niña con una historia oculta detrás, no era hija de la chinganera Rosa Carreño (interpretada en la teleserie por Francisca Gavilán), tampoco vivió en un convento liderado por Amparo Noguera y mucho menos pertenecía al misterioso linaje de Caín, sino que nació en Valparaíso en 1938 y, a pesar de que información sobre su infancia no existe con certeza, sí se sabe que antes de poder pararse en dos pies quedó huérfana a cargo de una tía, convirtiéndose con el tiempo en el primer caso de exorcismo realizado en la conservadora sociedad chilena que hasta hace poco años tenía al mando (implícito) a Diego Portales y mantendría al Partido Conservador por 30 años en el poder. Carmen Marín dividiría a propios y extraños, religiosos y científicos en un caso que, al día de hoy, sigue sin respuestas claras.

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Los brotes psíquicos y… ¿endemoniada?

Cuando tenía 12 años de edad, los primeros ataques de lo que hoy podría declararse como un ataque epiléptico comenzarían a afectar a Carmen quien, si bien fue puesta a disposición para su educación y vigilancia a un hospedaje de monjas, nunca mantuvo una educación permanente, fue el lugar donde sus ataques serían con mayor regularidad y fuerza.

Todo, para la época, indicaban que la niña Marín sería víctima de una posesión demoniaca y que la presencia de contantes demostraciones fe y la presencia de Dios harían que estas manifestaciones fuesen con mayor alevosía que en los comienzos. Los relatos de la época cuentan que el primer gran episodio lo viviría, precisamente, mientras se encontraba rezando; más tarde, aquel mismo día en la noche, mientras dormía, la crónica de la época cuenta que en pleno sueño la joven relataría en un extraño dialecto una batalla con el mismísimo diablo, despertando y atacando, fuera de sí, a las demás compañeras que compartían habitación con ella.

Rápidamente, el convento u hospedería encendería las alarmas y el rumor de que una niña endemoniada se encontraba en Valparaíso alertaría a la autoridades, quienes, con una fuertísima influencia de la Iglesia Católica, recurrirían a las autoridades de este credo para solucionar este asunto, sin embargo la necesidad de mostrarse como una sociedad moderna, desplegaría con vertiginosidad a los mejores médicos de la época.

A pesar de los esfuerzos de médicos, sacerdotes e incluso brujos, la joven terminaría internada en el Hospital de Valparaíso por los constantes golpes y lesiones que, ataque tras ataque, eran de mayor consideración.

Aún estando en el hospital y probablemente hastiada de su situación, intentaría suicidarse. Al ser dada de alta llegaría bajo estrictas medidas al Sanatorio, dependiente de las Hermanas de la Caridad, lugar en el que comenzaría una milagrosa pero momentánea recuperación.

Al ser confinada junto a niño no identificado por las fuentes históricas, solo se sabe que los ataques, supuestamente demoniacos, serían aplacados gracias a que los padres del menor que servía de acompañante de Marín rezaban en Evangelio de San Juan, lo que misteriosamente ocasionaba una merma en su histeria y lograba, en algo, hacer que Carmen guardara la calma.

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Posesión y tratamiento

Impactadas y conmovidas con las repentinas reacciones y quietudes de Carmen gracias al Evangelio, las Hermanas de la Caridad decidieron ponerse en contacto con el presbítero José Raimundo Zisternas, quien, a diferencia de las autoridades religiosas y miembros de la iglesia en la época, no creía que estaba poseída, sino que enferma.

La hipótesis de Zisternas la sostuvo a pesar de que él fue testigo y víctima de los ataques de Marín, por lo que decidió asumir el caso como una posible enfermedad mental (para la época se creía la posibilidad de que se tratase de un “ataque de nervios”), tomando contacto con los más reputados médicos de aquellos años y así determinar mediante la ciencia si Carmen estaba o no endemoniada.

Al respecto, el presbítero Zisternas sostuvo los siguiente:

“Un momento después de principiar, la enferma se agitó horriblemente, levantó el pecho de un modo extraordinario, formó un gran ruido con los líquidos que había en su estómago y cuando el Evangelio iba en más de la mitad, dobló el cuerpo, abrió cuanto pudo la boca, tomó un aspecto verdaderamente horripilante y los cabellos se le erizaron. En una palabra, no parecía una criatura humana. No sé lo que pasó entonces por la mente de mis compañeros. Yo, por mi parte, puedo asegurar que la sangre se heló en mis venas y tuve que hacer un esfuerzo para presenciar la conclusión de tan nunca visto acontecimiento” (Archivos en www.memoriachilena.cl).

Los registros de la época muchos de ellos correspondientes al diario del propio Zisternas que mantuvo un acucioso registro de cada una de sus visitas, acciones de Carmen y experiencias vividas durante el tratamiento, explicaban que bajo el frenético estado de histeria desatada en la que la joven se encontraba, además de tener una fuerza no acorde a su contextura física (era más bien baja), podía balbucear lenguas extranjeras tales como alemán, francés, latín antiguo y aun, según consta en los registros, arameo.

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Carmen Marín, enferma

Ya con la decisión tomada de que Carmen no enfrentaba demonios ni posesión alguna, sino que era una enfermedad propiamente tal la que aquejaba su mente, Raimundo Zisternas, el sacerdote que había sido partícipe de algunas campañas en la Guerra Civil del 51, convocaría en 1857 a un conclave médico para que se emitiese un informe a cargo de los prestigiosos doctores Benito García, Manuel Antonia Carmona, Vicente Padín (bisabuelo del presidente Salvador Allende), Joaquín Barañao, Francisco Javier Tocornal, Eleodoro Fontecilla (pariente lejano de José Miguel Carrera), Andrés Laiseca y Juan Mac Dermontt Barrington.

Tras el peritaje y el informe, las supuestas posesiones demoniacas terminaron siendo atribuidas por el equipo médico a enfermedades mentales, siendo la más probable histeria ovárica.

A pesar de las pruebas científicas, el Arzobispado de Santiago mandataría investigaciones paralelas que sí acreditaban posesión demoniaca, gestándose incluso acusaciones de herejía y alterar el orden establecido.

Tiempo después, el doctor Fonseca, parte del equipo médico que vio a Carmen, atribuiría los diferentes episodios a hechos concretos y reales, por ejemplo estableciendo que Marín pudiera recitar palabras en latín se debía a que ella escuchaba las misas; por otro lado, el que ella pudiese hablar entresueños francés o alemán, podría deberse a los contactos recurrentes que tenía en sus escapes al puerto de Valparaíso, lugar donde se encontraría con marineros de estas nacionalidades.

Desaparición

Poco tiempo después, el caso fue perdiendo peso y relevancia en la sociedad santiaguina y porteña, no quedando en claro si los trastornos que vivió Marín eran producto de una posesión o una enfermedad, sin embargo sí se mantienen registros en el Arzobispado de que la joven fue sometida a una exitoso exorcismo por parte de la Iglesia tras la autorización del Vaticano, el que habría puesto fin a sus episodios. En las actas, los religiosos a cargo del proceso declararon que en el mismísimo demonio se presentó ante ellos, profiriendo amenazas, prometiendo volver dentro de un año y medio. Al ser supuestamente consultado el demonio respondió: “No lo sé, tendrás que averiguarlo”.

Después de todos estos episodios, Carmen sería dejada tranquila tanto por personal médico como por autoridades religiosas, sin embargo ella desaparecería sin dejar rastros ni mucho menos tenerse datos sobre si sobrevivió o qué fue de ella.

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