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Reseña | “Yo nunca”, de Netflix: el nuevo idioma de la comedia

En el tiempo de lo políticamente correcto, se ha escuchado repetidamente el reproche hacia la muerte de la comedia. Las críticas anacrónicas a viejas producciones resurgen cada vez con más fuerza y amenazan el género que más habitualmente es culpado de cosificar y segregar a distintos grupos humanos, volviéndolos blancos de bromas o prejuicios. “Never Have I Ever” viene a derrumbar todas esas hipótesis alarmistas y a confirmar que la comedia no se destruye, sino que se transforma. 

Aunque los ganchos para la risa y las punch-line han cambiado, el espíritu se conserva.

Tanto si eres adolescente como si no, cuando hay un buen guion detrás y una historia concisa que contar, sigue siendo interesante mirar los líos de una adolescente que lucha por construir su identidad mientras todo en su vida personal se destruye.

Tras la muerte de su padre, la estudiosa y brillante Devi vive un shock postraumático que la invalida físicamente por algunos meses, dando paso a una sola meta en su nueva vida: tener un romance fogoso que la saque de la esfera de los nerds.

El verdadero valor de esta producción descansa en su irónico y natural modo de retratar la realidad de un adolescente que no solo adolece de lo común y corriente (no saber qué hacer con el futuro, con los amigos, con el amor), sino que también se especializa en construir la realidad de una niña que no entiende quién es en un sentido profundo. De padres indios pero americana, Devi tiene dentro de sí un problema de pertenencia: ni el acento ni las costumbres omnívoras que la constituyen parecen sobrepasar su sari y el color de su piel. 

Los esteoreotipos: ¿es necesario que caigan?

Escrita y producida por Mindy Kaling (The Mindy Project) en conjunto a Lang Fisher, la serie está basada libremente en la juventud de Kaling, actriz norteamericana de ascendencia india que nos ha conquistado con, por ejemplo, la versión estadounidense de The Office.

Evidentemente, la diversidad racial es una de las piedras angulares sobre las que se edifica “Yo nunca”. Sin clichés, se nos muestra una escuela pública de los Estados Unidos como, en el fondo, sabemos que es. Diversa, llena de estereotipos… pero creíble. A diferencia de lo que hemos estado acostumbrado a ver en el género de comedia adolescente, los personajes de “Yo nunca” son multidimensionales: hay nerds que tienen novio, hay chicos deportistas que no son tontos, hay asiáticos que prefieren las artes y hay rivales que pueden soportarse sin caer en el abuso o el maltrato con tal de conseguir una escena “graciosa”. 

Mindy Kaling

La serie toma años y años de prejuicios y los transforma para que sí funcionen, para que den risa y para que veamos una serie que retrata la adolescencia tal y como la recordamos y no como el musical de Disney que nunca protagonizamos.

La broma no es que Devi se haya burlado del holocausto judío (eso no da risa), la broma es que la directora de la escuela no pueda siquiera decir la palabra “judío” por temor a ser reprochada. La broma no es un profesor pervertido, es un profesor que intenta ser cool y hablar en jerga de instagram.

El drama no está en que una adolescente tema sobre su estatus al comprender su homosexualidad, el drama está en ella misma, en su descubrimiento sexual más allá de la opinión de terceros. El drama no está en un conflicto madre-hija que tienen diferencias de carácter, el drama está en cómo dos mujeres que viven distintas etapas de la vida lidian con la pérdida de una persona amada. 

Dos caras de una misma moneda

Desde su nacimiento, la comedia se ha opuesto a la tragedia en sus objetivos y en sus formas, no obstante es un hecho que una no puede existir sin la otra. El drama, el género más recurrente en cine y televisión, no se aguanta sin un poco de humor. El más serio de los espectadores sabe que, aunque no son siempre necesarias, las sonrisas frente a la pantalla son bienvenidas (aceptemos que “Breaking Bad” sin la escena de la pizza en el techo, no sería “Breaking Bad”).

El torrente de emociones agradables de “Yo nunca” culmina cuando una parte del drama personal de Devi se intensifica: su duelo. Sin volverse repetitiva, la serie mete el dedo en la llaga y obliga a la protagonista a enfrentarse a su dolor. Porque adolecer es gracioso pero es dramático. Es confuso y alocado, a la vez que terrible. Estar ad portas de la adultez y perder de improviso a alguien que sustenta tu realidad es caótico.

Dentro de su honesta narrativa, “Yo nunca” es la propuesta de Netflix que lo ha entendido todo sobre la vida de los adolescentes: ni adultos vestidos de niños, ni niños siendo más estúpidos que los adultos, ni gags cómicos ni mar de lágrimas. Auténtica, significativa pero muy liviana de ver.

Sin duda, una opción que no deberían dejar pasar en estos días donde ver cosas buenas es necesario. 

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