“Nunca abandones tus principios, ni siquiera en tiempos del apocalipsis”. Así exclama Rorschach en uno de los tantos números de Watchmen (1986-1987), escritos por Alan Moore (1953), que han marcado época y han permeado una forma de cómo escribir y hacer cómics. Sin duda, una frase esencial en relación a la idealización de una trama que vislumbra que las historietas también pueden ser una vía para conocer el mundo en el que vivimos, en ese entonces, inmiscuido en la parte final de la Guerra Fría.
Pero no es del periodo histórico que enfrentó al bloque capitalista con el comunista por casi cuatro décadas completas el real objetivo de esta obra, sino el desenredar y desvelar a plena luz aquella realidad que Watchmen quiso evidenciar; aquel contexto político y social, de extremos y poco margen para errores de trato, donde cualquier error podía ser causal de una hecatombe de proporciones mundiales y donde poco y nada quedaría “en uso”.
En lo que respecta en específico al Dr. Manhattan, básicamente es un personaje que resume en sí mismo el conflicto político, histórico y social que hay de trasfondo en el relato y, por ello, ambos son sujetos de análisis y de mostrar lo que sustenta en verosimilitud a uno de los cómics más exitosos de la historia de la narrativa gráfica.
Dr. Manhattan, el personaje
En agosto de 1929 nacía el personaje ficticio Jonathan Osterman. Hijo de un relojero y una ama de casa, Jon, como le decían sus padres de acuerdo a los cómics de Moore, planeaba seguir los pasos de su padre y repetir su oficio. Pero la vida le tendría deparada una sorpresa.
16 años después de haber nacido, en 1945, la Segunda Guerra Mundial viviría uno de sus hitos: el lanzamiento de la bomba atómica de Hiroshima, hecho que marcaría a Jon y a su padre, quien vería cómo su oficio, subyugado a los avances tecnológicos que la creación y existencia de tal aparato de destrucción masiva suponía, dedujo que su labor rápidamente quedaría obsoleta, incentivando a su hijo a prepararse en física nuclear y comenzar una carrera como científico.
Los recientes acontecimientos cataclísmicos, siendo Jonathan un adolescente, lo definió al punto de hacerle caso a su padre, aun así siguiendo su intuición de tener el concepto de Tiempo como algo primordial, presagiando que este concepto podría determinar los espacios, tiempos y dimensiones humanas -mucho de esto está enunciado en la parte teórica- conceptual de la Teoría de la Relatividad de Einstein (1905)-, incluso siendo parte importante en la determinación de los sentimientos, acciones y emociones.
Y bueno, Jonathan Osterman ingresaría a la Universidad de Princeton, desde 1954 a 1958, graduándose además con un doctorado en Física Atómica. Tras recibirse, Jon destacó rápidamente. Siendo 1959, Osterman se mudaría al Centro de Investigación de Lila Fats, donde el foco de experimentación se centraba en los “campos intrínsecos” de los objetos físicos. Cuando tales campos interfieren entre sí, los objetos se desintegran en átomos individuales. Este tipo de trabajos serían los que moldearían su vida… Siendo parte de estos proyectos de investigación conocería al personaje de Janey Slater, con quien además mantendría una relación sentimental.
Poco antes de cumplir 30 años, Jon buscaría devolverle un reloj a ella, roto el día que se conocieron, encontrándose con que este estaba en su bata y esta se encontraba en la cámara de experimentación de campos. Para mala suerte de Jon, la puerta de acceso a la cámara se cerraría, activándose el protocolo de seguridad, iniciándose además la cuenta regresiva del modo de experimentación. Jon no podría hacer nada, siendo despedazado y evaporizado por la fuerza de los átomos, naciendo el ya mítico Dr. Manhattan.
Transformación: Dr. Manhattan, el gran ser del Universo DC
El incidente había culminado con el Dr. Jonathan Osterman supuestamente muerto. O eso se creía hasta que una serie de extraños sucesos comenzaron a ocurrir en el centro de investigación, incluso haciendo creer que el lugar estaba embrujado. Pero no, era el ahora Dr. Manhattan quien comenzaba a articularse atómica y conscientemente.
Proyecto Manhattan, la historia real
La Segunda Guerra Mundial se avizoraba como el conflicto bélico, político y social más duro del que la humanidad tenía registro hasta ese entonces -para muchos, lo sigue siendo-, por lo que se necesitaban medidas que permitieran una rápida acción de respuesta, golpe y contragolpe para encerrar al enemigo y vencer.
Ese era, a grandes rasgos, el planteamiento estadounidense con el que se pensó lograría arrinconar y derrotar, de una vez por todas, a la Alemania de Hitler. En apoyo con Canadá y Reino Unido, Estados Unidos comenzaba a articular el proyecto bélico más importante del que se tenía registro en la época: la bomba atómica.
En 1942, cuando la guerra avanzaba y si bien las fuerzas norteamericanas lograban resistir, tampoco lograban imponerse, fue entonces que se comenzó a planear la creación de este artefacto todopoderoso, de la mano del general mayor Leslie Groves, quien se encontraba a cargo del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos en conjunto al Centro de Investigación Álamos, lugar donde se desarrollarían las primeras investigaciones.
En primera instancia, el proyecto aprobado por los principales líderes de las tres naciones nombradas tendría el nombre de District Manhattan (Distrito Manhattan), nombre en clave que terminaría sustituyendo al nombre oficial “Desarrollo de Materiales Sustitutos”.
Logística
El desarrollo del proyecto consumió gran parte de los esfuerzos y recursos de las dependencias de ciencia y tecnología, llegando a reclutar cerca de 130.000 mil empleados entre científicos, técnicos, auxiliares y miembros de apoyo para la realización de la investigación y concreción de la idea, la cual tuvo un coste total de 1.890 millones de dólares, lo que, a la fecha, supondría un costo de 66.500 millones de dólares.
Otro aspecto de logístico a desarrollar y que significó una inyección y producción de recursos importantes, fue la labor de inteligencia y recopilación de información, por lo que, paralelamente, mediante diferentes departamentos de inteligencia de los Estados Unidos y Reino Unido, se levantó el proyecto ALSOS, el cual constaba de obtener información sobre los planes del gobierno nazi respecto a la energía nuclear y su uso armamentístico.
Por otro lado, respecto a la inteligencia, fue la posibilidad de que Alemania o Japón enviasen espías, por congruencia además del trabajo tradicional de inteligencia y seguridad a realizarse, mediante las ordenes del propio Mayor Groves y con apoyo político de Roosevelt (EE.UU.) y Churchill (Reino Unido), fue el trasladar el proyecto en diferentes fases, etapas y lugares para así desarmar cualquier intento de articulación o “robo de ideas” por parte del bando rival.
Hiroshima y Nagasaki
Los preparativos de lo que suponía la mayor operación armamentística de la historia, comenzaron con el proyecto Manhattan en la mitad de su desarrollo y aproximadamente dos años antes de lo que fue el estallido de las bombas, todo a cargo del Mando Material del Ejército de Estados Unidos en conjunto con las fuerzas inglesas y canadienses.
La planificación de lo que sería la explosión de grandes cantidades de uranio ardiendo (y más), constaría de analizar todas las variantes posibles tanto propias como enemigas y así alcanzar un nivel de acierto casi sin margen de error, logrando, además, generar los efectos desde lo bélico y de los simbólico en el enemigo, ocasionando que tanto alemanes como japoneses, quienes a esas alturas se mantenían en combate tras la deserción italiana, para poder hacerse con el control de las situaciones y poder, en definitiva, ganar la guerra.
En primer lugar, luego de haber realizado las pruebas de rigor, se buscaba una aeronave que tuviera las condiciones de lanzar la bomba atómica y posteriormente retomar curso aéreo lo más rápido posible, evitando la contaminación directa de los tripulantes aliados a raíz del esparcimiento de uranio tras la explosión. Para ello, la nave elegida fue el Avro Lancaster, una nave británica con posterior modificación por parte de los departamentos técnicos, habilitándola para portar dos bombas atómicas en simultáneo, comenzando así la parte final de los preparativos del bombardeo.
En segundo lugar, una vez determinado el medio de transporte, en 1944, en la base Composite Group, siendo pleno diciembre, se darían inicio a los entrenamientos de los soldados a cargo de la operación, todo al mando del coronel Tibbets. Tras iniciada esta etapa paralela, rápidamente se comenzó lo que sería la planificación en sí en lo que sería la base Las Rosas, utilizada en el conflicto bélico con Cuba conocido como la Crisis de los Misiles (1962).
Finalmente, llegaría el día clave. Una fecha que cambiaría las perspectivas de la industria armamentística, sociales, científicas y humanas, permitiendo cuestionamientos tales como: “Hasta dónde está dispuesto ser humano por poder” o “¿Qué viene ahora?”: aquellos días del 6 y 9 de agosto de 1945, Hiroshima y Nagasaki.
Lenta pero constantemente sobre la localidad de Hiroshima se abría una brecha entre las nubes, apareciendo consigo el avión que trasladaba consigo las ojivas que traerían en su interior la investigación de años que, en consecuencia, significarían un total de 129.000 muertos, suma que se alcanzaría entre civiles y militares que habitaban la zona.
Einstein y la bomba
“Me arrepiento mucho… Creo que fue una gran desgracia”, eso es, en resumen, el pensamiento de Albert Einstein, uno de los principales responsables científicos de la creación e implementación de la bomba atómica, todo tras enterarse de las consecuencias que trajo consigo tanto en número de muertos como las consecuencias socioambientales que posteriormente se vieron tras el estallido en las dos ciudades niponas.
Albert Einstein, el científico que revolucionó al mundo con la Teoría de la Relatividad del Tiempo y el Espacio, que además tendría cierta influencia en el desarrollo de la historia ficticia del Dr. Manhattan, además sería responsable del verdadero proyecto Manhattan.
Watchmen y específicamente el personaje de Dr. Manhattan, no son solo una muestra de ficción adulta, de que los comics sí pueden hacerse cargo de temáticas serias, duras y más profundas utilizando sus recursos habituales y también aquellos que puedan aportar genios como Moore, sino también es una alegoría a esas situaciones de un pasado no tan pasado, no tan lejano que marcó a la humanidad para siempre; donde, además, la ciencia corrió los cercos de la ética para poder lograr, vaya a saber uno si para bien, una de las mayores armas que el ser humano puede construir.