Cristóbal Valenzuela es un director de cine egresado de la Universidad Arcis con la especialización de montaje, quien previamente realizó cortometrajes como Año Nuevo y Diálogos Turistas (ganador en Festival de Cine de Sobras de 2004).
Robar a Rodin surge como su primer largometraje documental, en donde saca a relucir su especialización de montaje al ser capaz de otorgar una narrativa sólida para contar sobre el robo perpetrado por un joven estudiante de artes de la misma universidad del director, Luis Onfray Fabres, quien sustrajo la escultura “El Torso de Adele” del reconocido artista francés Auguste Rodin, ad portas de la inauguración de la primera exposición en Chile, en el Museo de Bellas Artes, sobre el escultor conocido por su obra “El Pensador”.
La película se construye y se narra a través de una serie de declaraciones de distintos entrevistados, junto a la utilización de documentos de archivos periodísticos, aunque también usando imágenes de películas antiguas que sirven para asociar el relato de los entrevistados con el suceso ocurrido. Todos estos elementos se eligen y se ordenan de tal manera para que el espectador sea capaz de mantener constantemente la atención al hilo narrativo de la película, el cual va desde lo más general a lo más específico, cual pirámide invertida o método deductivo.
El documental inicia con acercamiento en plano cenital al Museo de Bellas Artes y el Parque Forestal, siendo los sitios en donde transcurrieron todos los hechos. A partir de este arranque, el documental se adentra en un relato policiaco con tintes de reportaje televisivo.
Se reconstruye la escena del crimen, el autor del robo y todas las teorías alrededor del hecho mismo, posicionando a distintas personas de alto estatus que se refleja en el fondo presente en el cuadro grabado, pues muestra un escenario característico, con libros, pinturas y objetos asociados a un poder adquisitivo pudiente y con un conocimiento cultural mayor al del mismo ladrón/artista que aparecerá en la película.
Existen también una serie de planos del Santiago nocturno, el cual cursa casi como un personaje más; la noche es el escenario del mismo robo, todo lo sucedido transcurre a medianoche en la gran capital, tal como suceden en películas de cine noir. Además, el propio Valenzuela tiene un interés demostrado sobre este escenario “a oscuras”, pues en el libro “La ciudad se llama Cafeína” publicado en 2015, se recopilan fotografías realizadas por él a distintas situaciones de Santiago bajo la luz la luna.
Por otra parte, se monta el acompañamiento de una banda sonora de sonidos electrónicos que le otorga una atmósfera parecida a la percibida en películas de cine policial. De hecho, existe una similitud con la banda sonora de la película recién estrenada el mismo año “Good Time” realizada por Oneohtrix Point Never, aunque también se notan ciertas influencias a sonidos de los compositores Trent Reznor y Aticus Ross.
Tras la presentación del caso, aparecerá el autor del robo, quien en una serie de entrevistas realizadas en distintas temporalidades, logra estipular y cambiar el paradigma de lo visto: el robo realizado es una acción de arte.
Surge ahora la pregunta sobre qué es arte y qué no lo es.
El director se encarga de generar una serie de preguntas sobre el carácter artístico de las obras, además de otorgarle un trasfondo “clasista”. No por nada se encargó de producir y entrevistar a una serie de personas que son catalogadas como conocedoras del arte (ministro de Educación, teóricos, director de instituciones encargadas de la difusión del arte), para construir, a través de sus diálogos y el ambiente mostrado, la concepción sobre la “elite artística”, la cual se contrapone al artista común y corriente como lo es Luis Onfray, alejado de aquel mundo, con un supuesto menor conocimiento sobre el arte, pero aún considerado artista.
A esto se le suma una serie de dichos que sirven ya no tan solo para hablar sobre el mismo arte, sino que se construye la concepción que tienen los entrevistados y apelando a los mismos espectadores; existe nuestro propio prejuicio clasista hacia el arte, alabando lo extranjero (como la supuesta “conexión” entre Rodin y Chile) y denostando o no tomando en consideración el trabajo chileno, además de mencionar cosas como el “gusto” del chileno por lo ajeno.
Lo hablado a continuación de las declaraciones de Onfray sobre su acto artístico posee un carácter absurdo, pero la película no se contagia de este carácter. En el contenido y la trama está lo absurdo, pero la narrativa mostrada se aprovecha de esto, ya que contiene un carácter cómico que, como la mayoría de las películas de comedia, hace mucho más ameno el curso propio del filme, además de generar serie de risas en el transcurso del largometraje.
Contrario a las escenas o declaraciones cómicas presentes, el filme no deja de adquirir un carácter y orientación más serios, tal como es la intimidad del protagonista. Se torna con un orden mucho más biográfico, dejando de lado relatos policiacos entretenidos o preguntas artísticas “filosóficas” o contenido histórico.
La muerte del padre de Luis Onfray repercute en la acción vandálica (desde un punto de vista judicial) sucedida el mismo año, pues surge la pregunta e idea principal de su intervención artística: “La pérdida trae de vuelta a la memoria lo que no está”, frase que es tan artística como cuando uno mira y reflexiona al ver una pintura.
Cada personaje del documental lee la declaración con la frase dicha, lo que se traducirá en una reflexión hecha por todos, incluso los espectadores, sobre el sentido de la intervención. Observamos como el lugar vacío donde posaba la escultura, con el foco de luz sólo sobre ella, es reemplazado por el computador que poseía la declaración que explicaba el carácter artístico del robo; el computador y su declaración es ahora la obra de arte.
Es así Robar a Rodin un filme completo que es capaz de entretener, informar y hacer pensar a los espectadores, todo dentro de una narrativa cómica sobre un tema tan “serio” como lo es el arte. Gran parte del mérito es al montaje de las escenas realizado por el mismo director con mención en esta técnica, junto con el montajista Juan Eduardo Murillo, quien en trabajos previos (La Once, Yo no soy de aquí, Los Niños) ya había sido capaz de mezclar la comedia con el drama.
Por @cinelogico en Instagram.
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Documental Robar a Rodin: "La pérdida trae de vuelta a la memoria lo que no está"
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