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La peculiar versión de Caperucita Roja según Gabriela Mistral

Había una vez, hace exactamente 75 años, una amorosa y talentosa profesora de provincia llamada, artísticamente, Gabriela Mistral, quien viajó a un reino muy, muy lejano y frío llamado Suecia, donde, entre castillos nevados y hombres de nieve, recibió de manos del mismísimo rey Gustavo V nada menos que el premio Nobel de Literatura. Un reconocimiento a una larga trayectoria de esta multifacética poeta, normalista, diplomática e intelectual oriunda de una comarca llamada Valle del Elqui.

La obra de la profe Lucila se puede abordar desde cientos de ángulos distintos. Dentro de sus escritos, tocó temáticas como la política, la religión, el esoterismo, e incluso cuentos infantiles.

Esta última faceta la cultivó en México, en la década de 1920. La Revolución Mexicana había triunfado y el poderoso ministro de Instrucción Pública (el equivalente a las carteras locales de Educación y Cultura), José Vasconcelos, reclutó a Gabriela Mistral, junto a otros intelectuales latinoamericanos, para refundar el sistema educativo de esa nación.

Es en este contexto que la chilena escribió distintos libros infantiles. Con su colega, Palma Guillén, escribió Lecturas clásicas para niños (1924) en dos tomos, con prólogo del mismo Vasconcelos; también libros de cuentos folclóricos; y entre 1924 y 1926, una serie de cuentos infantiles clásicos versificados: La Cenicienta, La Bella Durmiente, Blanca Nieves y Caperucita Roja. Aunque estos últimos nunca se publicaron en forma de libros, tuvieron mucho éxito en diarios, revistas y suplementos culturales.

Fiel a su estilo, rupturista y adelantado para la época, Gabriela Mistral puso mucho de su cosecha al reproducir estos cuentos. Nos detendremos aquí en el más clásico de todos.

Damas y caballeros, con ustedes, Caperucita Roja, narrado por la maestra Gabriela Mistral:

Caperucita Roja visitará a la abuela / que en el poblado próximo sufre de extraño mal. / Caperucita Roja, la de los rizos rubios, / tiene el corazoncito tierno como un panal.

A las primeras luces ya se ha puesto en camino / y va cruzando el bosque con un pasito audaz. / Sale al paso Maese Lobo, de ojos diabólicos. / «Caperucita Roja, cuéntame adónde vas».

Caperucita es cándida como los lirios blancos. / «Abuelita ha enfermado. Le llevo aquí un pastel / y un pucherito suave, que se derrama en juego. / ¿Sabes del pueblo próximo? Vive en la entrada de él».

Y ahora, por el bosque discurriendo encantada, / recoge bayas rojas, corta ramas en flor, / y se enamora de unas mariposas pintadas / que la hacen olvidarse del viaje del Traidor…

El Lobo fabuloso de blanqueados dientes, / ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor, / y golpea en la plácida puerta de la abuelita, / que le abre. (A la niña ha anunciado el Traidor.)

Ha tres días la bestia no sabe de bocado. / ¡Pobre abuelita inválida, quién la va a defender! / … Se la comió riendo toda y pausadamente / y se puso en seguida sus ropas de mujer.

Tocan dedos menudos a la entornada puerta. / De la arrugada cama dice el Lobo: «¿Quién va?» / La voz es ronca. «Pero la abuelita está enferma» / la niña ingenua explica. «De parte de mamá».

Caperucita ha entrado, olorosa de bayas. / Le tiemblan en la mano gajos de salvia en flor. / «Deja los pastelitos; ven a entibiarme el lecho». / Caperucita cede al reclamo de amor.

De entre la cofia salen las orejas monstruosas. / «¿Por qué tan largas?», dice la niña con candor. / Y el velludo engañoso, abrazado a la niña: / «¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor».

El cuerpecito tierno le dilata los ojos. / El terror en la niña los dilata también. / «Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes ojos?» / «Corazoncito mío, para mirarte bien…»

Y el viejo Lobo ríe, y entre la boca negra / tienen los dientes blancos un terrible fulgor. / «Abuelita, decidme: ¿por qué esos grandes dientes?» / «Corazoncito, para devorarte mejor…»

Ha arrollado la bestia, bajo sus pelos ásperos, / el cuerpecito trémulo, suave como un vellón; / y ha molido las carnes, y ha molido los huesos, / y ha exprimido como una cereza el corazón…

Muy poético, pero ¿no les llamó la atención algo? Si hacemos un análisis más literario, observaremos que el texto está escrito en verso alejandrino, es decir, de catorce sílabas perfectas: “Caperucita Roja visitará a la abuela”, “Caperucita Roja la de los rizos rubios”. Esto último no es menor: la caperucita de Mistral es rubia.

Para los que quedaron con ganas de consultar el diccionario, un par de tips: “maese” significa “maestro” y “alcor” es sinónimo de “colina”. No obstante, sin lugar a dudas que lo más llamativo es el final del relato.

Como todos sabemos, estamos ante una trama tan universal como abundante en finales alternativos. Las primeras dos versiones las podemos ubicar en Charles Perrault y Los hermanos Grimm. El primero fue el autor original del relato, quien lo recogió de la tradición oral del campo francés allá por 1697. Su versión tiene el final más trágico: Le petit chaperon rouge de Perrault cuenta como el lobo le exige a Caperucita que se desnude y tire sus ropas a la chimenea, posteriormente la hace entrar a la cama con él, donde la devora.

La connotación sexual de esta historia es más menos evidente, como han señalado varios sicoanalistas. Y no obstante, el cuento original era más crudo todavía: el lobo invita a caperucita a comer la carne de su abuela que acaba de descuartizar. Claro que Perrault debió suavizar esta historia, dado que estaba dirigida a un público muy selecto, la corte del rey Luis XIV.

Por lo anterior, Perrault remató su relato con una moraleja en verso que dice más o menos así: «Las jovencitas elegantes, bien hechas y bonitas / hacen mal en oír a ciertas gentes, / y que no hay que extrañarse de la broma / de que a tantas el lobo se las coma. / Digo el lobo, porque estos animales / no todos son iguales: / los hay con un carácter excelente y humor afable, / dulce y complaciente, que sin ruido, / sin hiel ni irritación / persiguen a las jóvenes doncellas, / legando detrás de ellas / a la casa y hasta la habitación. / ¿Quién ignora que Lobos tan melosos / son los más peligrosos?».

De forma más menos explícita, el autor llamaba a las jovencitas aristócratas a mantenerse señoritas y no entregarse al primer desconocido de “carácter excelente y humor afable”.

Posteriormente, tenemos la versión de Los hermanos Grimm, quienes le dieron un final feliz a la historia al introducir al personaje del cazador, quien salva tanto a Caperucita como a su abuela del lobo. Ahora el mensaje era otro: si los niños no le hacen caso a sus padres- la madre de Caperucita le dijo que no se desviara del camino ni hablara con extraños- se los comerá el lobo.

Una moraleja bien alemana: los niños tienen que ser obedientes. Distinta a la sexualizada versión francesa y su advertencia para las jovencitas. ¿Por cuál de las dos optó nuestra querida Gabriela Mistral?

Ella no era de las profesoras que asustaran o golpearan a los niños para que hicieran caso. Siempre fiel a las raíces folclóricas, en sus versos se menciona de forma explícita que el Lobo dice: “Ven a entibiarme el lecho”, y que “Caperucita cede al reclamo de amor”. Con esto Mistral rompe con los arquetipos moralistas y pudorosos de la época, manteniendo la versión original del cuento, con su duro y trágico desenlace.

¿La razón? Posiblemente la normalista se mantuvo fiel a su filosofía de “todas íbamos a ser reinas” y optó por no llenar la cabeza de las niñas con promesas y sueños que no se iban a cumplir, preparándolas desde ya para la dura realidad, donde no hay un héroe que venga a rescatarlas. O hilando más fino, tal vez la ganadora del Nobel buscó poner sobre la mesa un tema tabú para la época: la pederastia.

Sea cual sea la razón, todos estos cuentos fueron reeditados en Chile en 2012 por la editorial Amanuta, la cual los publicó en formato de libros de cuentos independientes, con ilustraciones de la artista Paloma Valdivia.

¿Hay más mensajes eróticos en los cuentos infantiles de Gabriela Mistral? To be continue…

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