La década de los 90 fueron una época de apertura y libertades que poco a poco se abrían paso entre la conservadora sociedad chilena. Estos nuevos aires más liberales y desprejuiciados se hacían sentir aún con más fuerza en una mujer que parecía adelantada a los años que le tocó vivir.
Soñadora, libre, apasionada, siempre queriendo ser ella misma y no tener que rendirle cuentas a nadie más que a sus inquietudes y espíritu aventurero. Carolina Ruiz siempre soñó con ser modelo, pero el estigma social sobre esta profesión va en contra del vuelo que ha querido emprender en forma permanente una mujer sin miedo al qué dirán.
Siempre a la vanguardia de los tiempos, Carolina, de idea fija sobre lo que quería hacer, buscó desde temprana edad romper los moldes de lo que se espera en un país tradicional como Chile de una joven que iba al colegio; a ella nunca le gustó lo establecido, que le dijeran qué hacer y rápidamente se decidió: sería modelo y viviría el mundo que tan apasionadamente ansiaba.

Para lograr sus objetivos, la siempre audaz y gallarda Carolina sabía que debía comenzar por algún lado para poder ser quien posara delante de cámaras y así provocar que el modelaje y sus ganas de comerse el mundo, fuesen las que hicieran que sus sueños se cumplieran.
En 1997, toda esa energía juvenil (que aún mantiene y la fortalece) tendría un punto culmine: sería la primera ganadora del concurso Elite Model Chile, instancia que la catapultaría a poder cumplir su gran anhelo. Aquello a pesar de que parte de lo que fue y hoy es se lo debe a sus diez años como, probablemente, la mejor modelo chilena que en la década de los 90 se comió el mundo y aplanó las pasarelas de Europa, Asia y Estados Unidos, Carolina quería convertirse en la gran golondrina que su alma y parte más profunda de su ser anhelaba con toda fuerza. El modelaje y sus estructuras rígidas de comportamiento y disciplina ya no eran espacio suficiente para que ella pudiese desplegar las alas con la que hoy brilla.
Abajo la pasarela, arriba las alas
Ya era suficiente del rigor de la alimentación, el ponerse y sacarse ropa y tomar aviones para llegar apresurada a tal o cual ciudad, Carolina decidió establecerse en Estados Unidos y ser la mujer rebelde que su corazón le dictaba ser.
Vivía con lo justo pero “la rompía”, o por lo menos hacía el esfuerzo a partir de sus propias acciones, quebrando el estereotipo de la modelo tonta y a la que solo le gusta ir de fiesta (que por cierto es sumamente entretenido) y encerrarse en aquel mundillo de ropa y modelaje que, lamentablemente, suele ser sumamente superficial.
Para romper aquella estructura, prejuicios y comenzar a llenarse el alma, estudió Historia del Arte y Teatro, demostrándose (y demostrándole al resto) que ella es más que la joven que partió a modelar, que puede ocupar sus conocimientos, experiencia y capacidades para crear, no necesariamente en el arte directamente, pero sí en espacios que se relacionen, convirtiéndola en un referente de realización.

Y aunque el modelaje –o más bien las moda- siguen estando en su mundo, pero esta vez ella pone la pelota contra el piso, domina su tiempo y asume los costos y beneficios de ello, dejando, en parte, atrás la rigidez de la pasarela para desplegar las alas de sus sueños, volando y surcando por los espacios que libremente, como una muy buena metáfora de lo que es su esencia, ha decidido emprender.
Hoy, ya siendo libremente madura, Carolina Ruiz se ha convertido en la golondrina que siempre quiso ser y que la llevó a romper los moldes de una sociedad aún más conservadora como la chilena en la década de los 80, navegando por los años 90 a ser la gran referente del modelaje, que hoy la tiene siendo libre y decidida, quedando finalmente bien posicionada en una sociedad que la comprende bastante más que la vio crecer y desarrollarse. Carolina Ruiz es sin duda la gran golondrina del arte y de la moda en Chile.