Hablar de consolidación en un medio tan efímero como la televisión, tan volátil y que en la mayoría de las ocasiones actúa como una fábrica de salchichas que solo produce aquello que, supuestamente, la audiencia quiere ver y que en los últimos años ha visto su supremacía amenazada por la presencia del streaming y los contenidos instantáneos, es algo sumamente complicado, aun más en un medio local que, casi como una obligación, está constantemente en búsqueda de la renovación.
Esto ha permitido la precarización y ligereza de los puestos de trabajo en el área de entretención -particularmente en las áreas dramáticas-, logrando que solo un grupo selecto de actores y/o actrices transiten con cierta estabilidad. No obstante, sí existe alguien que ha roto silenciosa y apartadamente los focos mediáticos de lo que fue alguna vez el periodismo de farándula o las polémicas y ha llevado un carrera sólida, cada vez más consistente y capaz de desenvolverse en contextos diversos. Hablamos de Camila Hirane (6 de septiembre, 1985).
Titulada en la Universidad Finis Terrae, Camila apareció en la pantalla por primera vez ya siendo una actriz experimentada. ¿Cómo? Fácil: su debut en Prófugos (HBO) pareciera no ser un comienzo en un papel de importancia, donde los hechos que ocurren en determinada trama también pasan por ella, logrando resolverlos y desarrollarlos de forma tal que no se notara diferencia alguna con actores del calibre de Alfredo Castro, Francisco Reyes -su padre en este debut televisivo- o actores de talla continental como Benjamin Vicuña, Luis Gnecco, Blanca Lewin o Aline Kuppenheim, mostrándose segura y a la par de sus colegas en una serie que además era transmitida para todo el subcontinente.
Su personaje de Irma Salamanca la arrojó inmediatamente a un registro crudo, rudo y donde la veracidad del sufrimiento debía ser de un rigor que para otro actor o actriz quizás hubiese sido muy difícil de lograr, situación que Camila logró en su momento con total dominio de las emociones e intenciones que la serie buscaba conseguir.
Después de Prófugos, o mejor dicho de HBO, quizás sería difícil encontrar un camino que pusiera a una actriz en una situación compleja y que esta pudiese ser enfrentada con total naturalidad, talento y carisma, creando el personaje de Rosa, donde esta vez tendría un papel que, aunque dramático, de todas formas tocaba otra perspectiva, logrando interpretar de manera consistente a la abnegada esposa de uno de los carabineros -interpretado por Néstor Cantillana- denominados como los “Psicópatas de Viña”.
“Secretos en el Jardín”, una teleserie de culto y de época, en que los detalles y la fineza de las formas de hablar y de ser, en una época dura y opaca distaban mucho de la mujer del hoy. Camila nuevamente logra realizar un papel sobresaliente, distinto, incluso dotándolo de un carácter especial a la hora de tener que, en el drama, enfrentar situaciones tan complejas como fue el descubrir la vida oculta de pareja televisiva del momento.
El cambio de casa televisiva, por lo general, ya es un reto en sí mismo y aún lo es más cuando el nuevo rol implica algo tan complicado como lo es interpretar el abuso emocional y sexual de una menor de edad como era el caso de Dominga Velasco, una joven de 17 años que, además de sufrir la pérdida de sus padres a temprana edad, tenía que lidiar con la ludopatía de su abuela (Delfina Guzmán) y la aparición de un joven con dinero y poder que ejercía en forma abusiva y prepotente interpretado por Diego Ruíz.
En este rol, la actriz no solo se enfrentaba un contexto del personaje cuyo desarrollo era complejo por la historia del mismo, sino por encarnar a una joven menor de edad y con una diferencia etaria relativamente importante a la suya, lográndolo y permitiendo, a través de la ficción que significó No abras la puerta (TVN), mostrar una realidad que la televisión y la entretención propiamente tal muchas veces, sobre todo en tiempos pretéritos, habían (y han) desconocido, dando a conocer los alcances de los problemas emocionales y las consecuencias que podrían traer relaciones tortuosas siendo una adolescente.
Camila Hirane daba con el registro preciso, real y comprometido con un papel que, repito, era complejo por todo lo que conllevaba a sus espaldas, demostrando que nuevamente podía hacerse cargo de dramas altamente complicados.
Asentada como un rostro habitual de las teleseries, Hirane asumiría un papel complejo desde la realización y la gestión del personaje en sí mismo en Esa No Soy Yo, también de TVN, donde interpretaría por partida doble a Judith y Anahí Marín.
Nuevamente un drama, esta vez algo más melodramático por el horario, la complejidad de realizar dos personajes al mismo tiempo -al puro estilo de Amores de Mercado (TVN)- y tener que asumir con todas las de la ley un papel protagónico, quizás sin darse cuenta, Camila Hirane demostraba al mundo televisivo de qué estaba hecha, porque el papel no solo no le quedó grande, sino que destacó a tal punto que la realización de ese papel le permitiría dar el salto a MEGA, canal de televisión donde acuñaría quizás su papel más icónico hasta el momento: Rocío Verdugo.
En el ya interminable drama novelesco que ha significado Verdades Ocultas, Camila no solo ha enfrentado el extenso papel de un personaje cuya variación dramática y evolución a lo largo de la teleserie ha conllevado una serie de cambios en su forma de ser, vestir, actuar y relacionarse con los demás personajes involucrados, incluso logrando de manera exitosa el periodo en el que su personaje enfrentó un serio problema de alcoholismo.
Más allá de la TV
Es cierto, quizás los más fanáticos la recordarán por su papel de Irma Salamanca, una joven que debió enfrentar un rotundo y radical cambio de vida en Prófugos o también lo será por dar vida a Rocío en la teleserie más larga en la historia de la televisión chilena, sin embargo, esta actriz de natural talento y posicionamiento televisivo, tiene una vida de desarrollo actoral fuera de los sets de televisión, una carrera marcada por el rigor de las tablas y donde es, muy probablemente, el espacio donde más logra sentirse esa naturalidad y esa fuerza expresiva en cada uno de los papeles que las diferentes obras de teatro, entre ellas Petróleo, La Apariencia de la Burguesía y Mercury, la leyenda, donde se ha mostrado como actriz noble, fiel a la esencia teatral, sin miedo al cambio y con una gran capacidad de adaptación dramática; capaz de mostrar una (linda) sonrisa o llorar en forma tan pulcra y honesta cuando es necesario.
Camila Hirane es hoy por hoy, quizás sin saberlo, la actriz de mayor peso específico y con grandísima notoriedad y humildad, logrando compaginar y aunar el trabajo televisivo con el teatral de manera tal que su desarrollo profesional hoy por hoy solo representa una línea de ascenso, que de seguir así, no tiene final a la vista.