Columna | Jaime de Aguirre y una crítica gestión que no se hace con pasión

El problema del Ministerio de las Culturas va más allá de Jaime de Aguirre y debe ser abordado de manera integral, artístico-empresarial y, sobre todo, con pasión.

Recientemente, el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio se ha visto inmerso en una serie de polémicas que han puesto en jaque la administración de esta secretaría ministerial en lo que respecta a la administración del presidente Gabriel Boric, tanto al actual ministro, Jaime de Aguirre, como a la ex secretaria de Estado de la cartera cultural, Julieta Brodsky, por cierto.

Diferentes gremios de la cultura han cuestionado el devenir de la cartera cultural bajo esta administración, considerando que se ha vivido cierto continuismo en cuanto a lo que fueron los gobiernos de la ex Concertación y los dos periodos del exmandatario Sebastián Piñera. A esto se suman una serie de paros y movilizaciones que, a pesar de su poco impacto mediatico, comienzan a generar cierto escozor en la opinión pública, y aún más en los directamente involucrados: todos y cada uno de los actores culturales de nuestro país.

Esto, a todas luces, soluciones más o soluciones menos, evidentemente solo profundiza la situación de precariedad en que los diversos entes culturales se desarrollan.

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Es, entonces, que surgen una serie de preguntas que apuntan a cómo, en lo concreto, solucionar estos y otros problemas de administración y dolores de cabeza constantes que se producen con el Ministerio de las Culturas, el cual, sin embargo, tuvo un importante incremento presupuestario en la glosa presentada el año anterior.

Pues, en ese contexto, ¿qué se puede hacer? ¿Cómo sería posible desarrollar una entidad estatal que realmente sea productiva y acorde a las necesidades culturales de un Chile (y un mundo) con cada vez más necesidades?

Aunque suene y se lea contradictorio, es necesario neoliberalizar” el proceso cultural, generando y vinculando industrias; desarrollando, creando, financiando y regulando los procesos económicos ligados a los quehaceres culturales, cuya creación estructural permita, por ejemplo, que el Estado regule, entregue y supervise créditos y vías de financiamiento mucho más potentes que meros fondos concursables. Es, a su vez, requerido que el mundo artístico cultural desarrolle intereses hoy no ajenas a la construcción medial y de contenidos – independiente de su naturaleza- como lo son el marketing, manejo de redes sociales, entre otros.

Estructurar una serie de vías de industrialización – que no necesariamente significan repetición en masa- ayudaría a aumentar el 1,3% del aporte al PIB de las diferentes ya instaladas escenas culturales, permitiendo con ello el financiamiento de más productos y mejores condiciones para todo los y las trabajadores de la Cultura, como se dijo anteriormente, siempre de la mano del propio mundo artístico y el Estado, garante de esta reforma, financiación y respaldo.

Chile, al igual que países como España – a lo mejor en otras dimensiones- debe avanzar hacia la construcción de una industria cultural sólida, con valores – de pronto- socialdemócratas, no obviando la esencialidad del arte como oficio, pero tampoco haciendo lo propio con las necesidades y requerimientos empresariales. Para ello es indispensable una reforma a cómo se ha concebido el Ministerio, estableciendo leyes y cambiando enfoques; también lo son entes como CORFO, el mundo privado y los anteriormente mencionados: los y las artistas.

Es cierto que este y todos los gobiernos tienen una obligación para el hoy, sin embargo, el problema va más allá de Jaime de Aguirre y debe ser abordado de manera integral, artístico-empresarial y, sobre todo, con pasión.

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