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Columna | Baquedano: ¿Y ahora qué?

Parece una intervención artística conceptual y surrealista, pero no lo es: un cerco de metal, tapizado de color crema, rodea el pedestal vacío donde solía estar el monumento a Baquedano en la plaza del mismo nombre. Rodeando el cerco, un contingente permanente de Carabineros. Claro que este viernes en la tarde, la estrategia de copamiento llegó a paroxismos que no conocíamos: cien carabineros por oriente y por occidente cortaban el paso hacia el guarnecido pedestal.

No se trata del Hex de WandaVision, ni del martillo de Thor recién caído del cielo. El despliegue de los uniformados, que cortará el tránsito en la zona cero cada viernes, es para proteger una tumba y un pedestal vacío. De momento ha rendido frutos: no hay ni un solo rayado en el recién instalado cerco, el cual ya muchos le han hecho el ojo como el lienzo para la próxima obra artística de los manifestantes. Una escena demencial. Las lecturas sociológicas abundan y son más menos obvias. Entremedio, sigue abierta la pregunta que todo Santiago, acaso todo el país, se hace: ¿qué rayos hacer con la estatua de Baquedano?

Han surgido distintas ideas. Mientras MEO propone sacar todas las estatuas y llevarlas a un museo, un candidato a concejal –cuyo nombre no vamos a mencionar, para no regalarle más cobertura de la necesaria- propone construir un mecanismo que permita esconder bajo tierra a Baquedano cada viernes en la tarde, o ante cada convocatoria de protesta.

Más allá de la factibilidad técnica de esta última opción, cabe aclarar que sí existen las estatuas móviles: en Turkmenistán hay varias, y giran de modo que siempre les de la luz del sol. Y aquí en Chile, Marta Colvin creó una escultura de metal de La Pincoya, con extremidades móviles que se movían con el viento, recreando el sonido del mar.

Pero volvamos a la pregunta que nos convoca sobre la estatua ecuestre del general. ¿Qué poner en su reemplazo? Ya varios hablan de erigir un monumento a Gabriela Mistral, a Lautaro, o de algún símbolo del 18 de octubre. No obstante, esta pregunta no tiene sentido hacerla sin antes definir qué hacer con Baquedano.

No sólo porque, oficialmente, el monumento volverá  a su ubicación original, sino pensando también en el tiempo y el presupuesto que implica construir una estatua. Como todo lo relacionado con la cultura y las artes en este país, ideas siempre sobran, y los fondos siempre faltan. Basta con mencionar los proyectos para erigir un monumento de la Guerra contra la Confederación (el cual contaría con representaciones escultóricas de los generales Bulnes, de la Cruz y Baquedano), al presidente Prieto, y a Juan Colipí. Ninguno de ellos llegó a materializarse. Se discutieron en el congreso, se promulgó la ley, pero nunca se reunió el dinero necesario. El caso más reciente es la del monumento al presidente Aylwin. La maqueta está definida, y supuestamente la estatua debía estar instalada frente a La Moneda en abril del año pasado, pero la fundación Aylwin sigue tratando de reunir los fondos.

De ahí que en vez de construir una nueva estatua, se vuelve más práctico trasladar una que ya exista a dicha ubicación.

Que se le siga llamando Plaza Italia al lugar de los hechos, nos habla que Baquedano en sí nunca prendió en dicha ubicación. El nombre viene del monumento donado por la colonia italiana, un ángel y un león nombrado como El genio de la libertad, en 1910. Este hito se ubicó en el centro de la plaza hasta 1928, cuando llegó Baquedano y la obra del escultor ítalo-argentino Roberto Negri debió ser trasladada al norponiente de la plaza, en su ubicación actual.

Una solución bien democratacristiana, entonces, sería reinstalar El genio de la Libertad en el centro de la plaza. Los leones, por lo general, nunca son víctimas de la furia de los vándalos (en el peor de los casos les cortan la cola, como hemos visto con el león de la colonia suiza en el bandejón central de la Alameda). La escultura del ángel, quizás, sí sea objetivo de violentistas. ¿Nos quedaríamos entonces con la “Plaza del León”?

También está la opción de trasladar el monumento a Balmaceda, o a Manuel Rodríguez, ambos íconos respetados transversalmente, por izquierdas y derechas, y ubicados a sólo metros de la zona cero.

O lo otro, que también ha sonado mucho, es sencillamente no poner nada. El problema es que la sensación de vacío, y la tentación de llenarlo con algo, mantendría abierto este debate permanentemente. La Plaza Dignidad no puede tener un pedestal vacío, un pie forzado de esta discusión es que debe haber algo arriba de ese pedestal.

Ya vimos que entre las grandes novedades de este movimiento social, ha estado la efervescencia por levantar monumentos nuevos. En La Serena un diaguita reemplazó a Francisco de Aguirre, en Punta Arenas un selknam reemplazó a José Menéndez. Aquí en Santiago, a sólo una estación de metro de la Plaza Dignidad, un busto de Pedro Lemebel reemplazó al de Abdón Cifuentes frente a la Casa Central de la Universidad Católica. ¿El problema? Que son cosas improvisadas, “estatuas de emergencia”, como diría Silvio Rodríguez, hechas de madera y cartón. El imponente Negro Matapacos de papel en la Plaza de la Aviación duró unos pocos días (destruido por los gorilas del Rechazo, por cierto). La intervención que más tiempo ha durado, fueron los tres tótems indígenas de madera instalados al poniente de la plaza. Estos fueron retirados por la intendencia, pero afortunadamente el Museo del Estallido Social logró rescatarlos para su exhibición permanente.

En suma, dejar la plaza vacía, es invitar a que activistas y artistas independientes levanten su propio monumento. El cual, sin embargo, no duraría mucho. Por algo las estatuas son de piedra o metal: apuestan a la inmortalidad, y eso es bastante caro (para hacerse una idea, la de Aylwin costará 120 millones de pesos). Tiene que haber una organización muy grande detrás.

No obstante, cabe también cuestionarse una certeza con la que partimos este artículo: ¿Piñera realmente reinstalará a Baquedano antes de que termine su mandato?

Tiene menos de un año para conseguirlo, por lo que es difícil, más no imposible, que la restauración esté lista a tiempo. Para hacernos una idea, la restauración de Ícaro y Dédalo, de Rebeca Matte, estatua dañada tras la realización de la Fórmula E, demoró seis meses. Y eso que a la escultura sólo se le cortó un pie. Con Baquedano, a las patas cortadas de su caballo Diamante, se le suman las docenas de capas de pintura, puestas de forma negligente y a la rápida por orden del intendente Guevara, y claro, los continuos ataques e intervenciones realizadas durante más de un año de manifestaciones.

No sería la última vez que un presidente apura la realización de una estatua. Frei Ruiz-Tagle presionó al escultor Arturo Hevia para que terminara el monumento al presidente Allende antes de terminar su mandato, pero así y todo éste terminó siendo inaugurado por la administración Lagos en el año 2000.

En el caso del gobierno de Sebastián Piñera, éste se ha caracterizado por tener varios proyectos culturales abortados: el Museo Histórico Nacional fue cerrado en marzo de 2019 para ser ampliado, remodelado y reinaugurado dos años después. No obstante, a los pocos meses, Piñera echó pie atrás y el museo reabrió ¿la razón? No lo iba a alcanzar a inaugurar. Prefirió centrarse en su proyecto del “Museo de la Democracia”, en realidad una sala nueva dentro de la misma exposición, y una forma muy chanta de “empatar” con el Museo de la Memoria, y así dejar tranquila a la derecha extrema o negacionista. Tras el estallido social, el proyecto fue cancelado.

La gran obsesión de Piñera en este segundo gobierno era dejar un legado, o en términos más simples, cortar lienzos, no regalarle el trabajo hecho, y el crédito asociado, a la administración que siga. De ahí que optó por cancelar el proyecto del eje Alameda-Providencia, tirando a la basura dos años de trabajo, para redirigir esos fondos a algo más inmediato. Y sin embargo, el proyecto ha reflotado con fuerza ante la contingencia. También está el caso del Puente del Chacao, sus cálculos era iniciarlo en su primer gobierno para inaugurarlo en el segundo, pero tampoco será posible. ¡Incluso anunció que iba a rescatar al submarino Flach, hundido en la bahía de Valparaíso hace 150 años! Y para variar, nada.

Este monumento es el último trofeo que le queda, el único gustito que se puede dar antes de dejar el poder. Suponiendo que esta vez se salga con la suya, y logre reinstalar el monumento antes entregar la banda presidencial, depende de dos cosas para que esto tenga éxito: primero, que logre controlar la violencia. Segundo, que el siguiente gobierno sea de derecha. Ambas cosas se ven muy difíciles.

¿Qué haría yo? Un plebiscito. Convocaría a todos los santiaguinos a contestar una consulta ciudadana, con las siguientes dos opciones para fijar el destino de Baquedano: O el emplazamiento original, o el cerro San Cristóbal (no en el Cerro Chacarillas, o de lo contrario Baquedano quedaría asociado a los 77 de Pinochet…). Puede ser el San Cristóbal, o quizás otra ubicación. Lo importante es que quede definido en la papeleta, de modo que la ciudadanía sepa qué es lo que está votando. Que la consulta se limite a preguntar “¿Baquedano debe quedarse?”, “Sí” o “No” deja abierta demasiada incertidumbre. Antes de preguntarle a la gente qué es lo que quiere, hay que definir cuáles son las opciones. Es lo más democrático, y la mejor forma de resolver esta polémica.

Para muchos toda esta discusión puede parecer una pérdida de tiempo, pero lo cierto es que nos ha recordado por qué construimos monumentos, y por qué tenemos los que se ven actualmente en la ciudad. Las estatuas no están ahí por qué sí. Alguien escogió a ese personaje en particular por una razón, lo construyó de tal forma por una razón, y lo emplazó en tal lugar por una razón. Es un triple simbolismo que no podemos olvidar, y que la ciudadanía reactualiza constantemente, reinterpretándolo en función de la contingencia.

Eso es lo que más me fascina de las estatuas: son Historia convertida en piedra, la forma más concreta y explícita de contar y difundir nuestra Historia patria. Lo que no significa que la Historia esté escrita en piedra, como hemos constatado. La piedra no sólo se puede destruir, también se puede trasladar y, en suma, resignificar.

El general Manuel Baquedano González tuvo una vasta trayectoria militar que resume prácticamente todo el siglo XIX chileno. Nacido poco después de la Independencia, se enlistó con sólo 15 años para participar en la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana; participó de las guerras civiles de 1851 y 1859, en la ocupación de la Araucanía en la siguiente década, y alcanzó el peak de su carrera en la Guerra del Pacífico. Durante la Guerra Civil de 1891, si bien se mantuvo neutral, terminó asumiendo la presidencia de la república por unos breves tres días. A lo largo de toda su carrera, no perdió ni una sola batalla.

En suma, el jinete de Diamante es el gran conquistador del norte y del sur, emplazado en el centro neurálgico de la capital, en el centro del país. Una forma bastante explícita de remarcar el éxito del Estado centralista chileno en la construcción de este país con su loca geografía. La obra fue inaugurada por el dictador Ibáñez un 18 de septiembre en 1928, apelando a la popularidad aún vigente del invicto general para subirle los bonos a su régimen. Tras su caída, durante casi cien años el siempre triunfante general acompañó a los manifestantes en todas las celebraciones deportivas y políticas. Y tras el 18 de octubre, en medio de la ola iconoclasta, y el pésimo manejo de las manifestaciones por parte del gobierno de Piñera, la estatua se convirtió en el gran símbolo de la ultraderecha, como hemos desarrollado en ocasiones anteriores. El simbolismo de don Manuel y su corcel ha variado con el tiempo, y en este minuto se encuentra en una encrucijada que definirá su destino por, posiblemente, otros cien años.

Se habrán dado cuenta que no contestamos a nuestra pregunta inicial, qué poner en reemplazo de Baquedano, pero sí hemos explorado algunas consideraciones importantes a la hora de iniciar dicha discusión. Cabe agregar, que no es la primera vez que los vecinos del sector se enfrentan a una polémica similar. En torno al año 1998, se pensó en instalar el monumento a Jaime Guzmán en la Plaza Baquedano. Por la presión de los vecinos, éste finalmente fue destinado a su ubicación actual, frente a la Embajada de Estados Unidos. Curioso que todavía no haya salido ningún “patriota” que proponga retomar esta idea…

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