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Bailando en Bombero Ossa: el albor del hip hop chileno

Todo quien haya visto la película “Volver al futuro” (1985), recuerda la escena en donde Marty McFly toma una anacrónica Gibson ES-335 e interpreta la pieza Johnny Be Goode de Chuck Berry ante una multitud estupefacta que no era capaz de procesar lo que estaban escuchando sus oídos. No estaban preparados para ese solo de guitarra, no eran los tiempos para oír algo así.

Una sensación similar es lo que debieron de haber sentido las personas que asistieron a la fiesta de cumpleaños de Cindy Campbell en Nueva York, cuando su hermano de 16 años, Clive (DJ Kool Herc), ofició de disc jockey y en su tocadiscos hizo sonar a James Brown y a otros artistas del soul y del funk.

Lo curioso fue que en vez de hacer sonar el disco entero, antes de llegar a la parte de las voces, Clive manipuló manualmente la aguja del tocadiscos para volver al comienzo del disco, generando el break beat. Ese inocente movimiento puso en marcha una serie de acciones que dieron sustento al mito: había nacido el hip-hop una noche del 13 de agosto de 1973 en la icónica calle 1520 Sedwick Avenue. Las llamadas block parties se volvieron legendarias en los barrios del Bronx y Harlem y la juventud se enamoró del ritmo callejero.

Del hip-hop chileno a una subcultura irreversible

Dicho suceso tuvo consecuencias inesperadas y significativas. Dio origen a distintas expresiones callejeras como el breakdance, el grafiti, el rap y el universo DJ. Había nacido un movimiento artístico-político desde abajo, afrodescendiente y con protagonistas históricamente marginalizados que tomaron sonidos del soul, del funk y el jazz e incluso de la música disco.

La cultura hip hop reflejaba la realidad social y económica de los barrios, straight from the underground. El movimiento rápidamente comenzó a expandirse por el mundo por medio de la globalización. Un hecho que salpicó, por supuesto, en Chile. 11 años después de magno evento en el país, se comenzó a saber de “la nueva moda que venía de los Estados Unidos”.

La información recopilada pertenece al libro “Reyes de la jungla” (2014, editorial OchoLibros) de Eduardo “Lalo” Meneses, rapero del conjunto musical Panteras Negras.

Panteras Negras

1984, población Huamachuco, comuna de Renca, Santiago de Chile. El país está con la represión de la dictadura cívico-militar hasta el cogote, los allanamientos son pan de cada día y la situación económica no es mejor. Las poblaciones están sitiadas y las tanquetas hacen de guardia atemorizando psicológicamente a los vecinos.

Es en este contexto del hip hop chileno en que Lalo (Eduardo Meneses, 1969) se juntaba con sus amigos a bailar en las esquinas con una radio a pilas. Se buscaban una superficie de fléxit idealmente; si no, una tabla de cholguán con encerador servía de perilla también. Ese mismo año se estrena la película Beat Street que fue el principal referente para los jóvenes breakers, RUN DMC hacía sus primeras apariciones y Michael Jackson hacía su famoso moonwalk en los Grammy.

Para 1985 la juventud estaba enganchada del fenómeno, en las ciudades de todo el mundo proliferaban los MC’s y los b-boys y las b-girls y la ciudad de Santiago no era la excepción. En la plaza de Renca se desafiaban los breakers más avezados de la zona norte, en donde cada piño lucía a sus mejores exponentes que mostraban sus mejores movimientos. Los giros de piernas, los deslizamientos corporales y el footwork eran pasos clásicos del breakdance mientras que el uprock y el electric boogie eran estilos de baile que cada breaker cultivaba a su manera. Buscaban hacer movimientos como el molino, la tortuga o el globo que ejecutados de forma limpia causaba locura y admiración entre los presentes.

Lalo cuenta a propósito de una batalla épica un domingo de enero del 85’: Había tanta gente, que ese día las micros que pasaban por ahí –como la Renca-paradero 22 ½- tuvieron que desviarse. Estaba la cagá, lleno de breakers y de público; calculo unas cincuenta personas o más por cada piño. Era como ser parte de una película en la que yo actuaba de mí mismo. La euforia subía cada vez más, la música era increíble, todos hacían pasos en su lugar. Estábamos como volados en música y baile. Puros flaites de pobla creyéndonos dueños de la calle, pero no por weas de peleas ni de violencia, sino que por talento”.

Al igual que en los Estados Unidos, los pioneros del movimiento en Chile fueron gente de población. Es al menos curioso pensar en que ese sector de la juventud, los mismos que crecieron escuchando en el liceo a su profesor decirles literalmente “no tengan grandes sueños y no se hagan muchas esperanzas de la vida” hayan cultivado una reputación tan grande como la que consiguieron con el paso del tiempo.

La vida en comunidad y el compañerismo era la pauta en el barrio, los vecinos se cuidaban las espaldas, se defendían a muerte y se apañaban en todas. También había una que otra trifulca, pero los lumpen estaban ávidos de cultura y la mejor forma de acceder a ella era mediante el boca a boca, el tráfico de cassetes o a través de la televisión que transmitió las películas americanas que forjaron su ímpetu. Reivindicaron el coa como expresión artística, sus letras rabiosas fueron medios de resistencia contra la dictadura (contra la “alegría” también) y el registro oficial de la vida en la periferia.

Los “cabros” de la Huama se creían los mejores y practicaban lo suficiente como para comprarse el cuento. Con la expansión del fenómeno vino una mayor atención mediática y de esta forma se dieron cuenta de que había más personas como ellos, que bailaban al ritmo del bombo y caja a lo largo y ancho del país y en distintas zonas de Santiago. Los grupos que la llevaban en ese entonces y que eran la banda sonora de estas batallas de break eran agrupaciones como Public Enemy, Afrika Bambaataa y los Beastie Boys y, para el año 86’, ya todos estaban vibrando con la onda hiphopera.

El rumor ya se venía esparciendo hace un buen tiempo sobre que los mejores breakers de Santiago se estaban juntando a bailar en el centro. Los de la Huama no se quedaban atrás y hacían las monedas para llegar en micro al famoso pasaje Bombero Ossa en pleno Paseo Ahumada. Este fue el espacio sacrosanto donde el hip hop en Chile dio sus primeros pasos y salieron las primeras bandas de rap.

El principal escenario capitalino para lucirse con el break era Bombero Ossa, ahí las batallas entre distintas bandas eran un imperdible los sábados y se congregaban multitudes. Las pintas no pasaban inadvertidas tampoco: zapatillas con caña alta y pantalones anchos permitían un mejor desplazamiento; cordones fluorescentes y parkas sin manga era la moda. El frenesí era total.

Bombero Ossa en la actualidad.

Poco después se fijó un desafío en un callejón del centro de Santiago. El pasaje Bombero Ossa es un espacio sin mayor gracia, cercano a símbolos del poder económico, como la Bolsa de Comercio y el Club de la Unión. Quienes nos retaban eran piños en su mayoría de la zona sur –La Florida, San Miguel, La Cisterna- que venían juntándose ahí desde el 85. Creo que fueron los B14 y los TNT los primeros en colonizarlo al ritmo del breakdance”, cuenta Lalo, integrante de Panteras Negras.

Este era un lugar propicio para que maestros y mentores defendieran su honor semana a semana y también para que aprendices y entusiastas mostraran sus incipientes habilidades. Respeto por la disciplina y amor por el baile era la consigna. Era cosa de tiempo de que los breakers luego bailaran no con música ajena, sino con su propia música y así el rap nació como consecuencia inevitable, como prueba fehaciente de que el movimiento no era pura moda, que había llegado para quedarse.

La crudeza: cuna criolla

Gracias al apoyo de personajes ilustres como Pedro Foncea, Jimmy Fernández de La Pozze Latina y el empuje del mismo Lalo Meneses, el rap y el hip hop chileno pudo crecer.

De Kiruza fue el primer grupo, Pedro Foncea tenía los conocimientos sobre producción y el manejo de instrumentos, apadrinó a las Panteras Negras en sus inicios e hizo bailar a medio mundo con “Algo está pasando”, un himno a lo que se vivía en ese entonces (“Algo está pasando, algo huele mal, afuera hay cinco tipos que nos quieren liquidar”).

Jimmy Fernández, por su parte, tenía la visión de mundo, hijo de exiliados y criado en Italia y Panamá, se encargó de hacerle saber a todos los breakers de Bombero Ossa que eran parte de algo mayor, de un movimiento cultural sin fronteras que promovía la conciencia social, el arte de la rima y las letras con contenido.

Pienso en las personas que circulaban por Paseo Ahumada en esos truculentos años 80 y observaban esta peculiar fauna. Presenciar en primera fila los albores de una escena musical, de un género, un movimiento y una cultura callejera. ¿Que habrán pensado? Yo sé lo que yo hubiese pensando en ese momento, en el riff de Chuck Berry y en Marty Mcfly.

Panteras Negras es un grupo chileno de rap y hip hop, conformado originalmente por LB-1 (Lalo el Bacán), Chino Makina, El Duro, Juez, El Pitta y Dj Rata. Fueron de los precursores del hip hop en Chile y durante su extensa carrera han girado por Sudamérica y Europa. Han editado 7 discos. Creadores de sencillos fundamentales del rap chileno como “El Rapulento”, “La ruleta” y “Posero”.

Si quieres saber más sobre la historia de la génesis del hip hop chileno, se recomienda comprar el libro “Reyes de la Jungla” de Lalo Meneses de la editorial OchoLibros. Disponible online para despacho en www.ocholibros.cl y en las mejores librerías.

Ser un breaker es ser un comunicador social, más que nada. Comunicamos lo que está mal, lo que hay que cambiar. Eso significa break: quiebre. El cambio total sería vivir en paz”.

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