A principios de julio de 2019, el cine chileno recibió una noticia desoladora y preocupante: Banco Estado, por mandato del ministro de Hacienda, Felipe Larraín, tomó la determinación de cortar los fondos que se destinaban a financiar el cine nacional, aproximadamente 200 millones de pesos.
Dicho dictamen remeció el mundo audiovisual completamente, uno de los logros más celebrados del entorno cultural fue pulverizado de un momento a otro, sin importar los logros que las producciones chilenas habían logrado en el extranjero.
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No obstante, no es la primera vez que el gobierno ha realizado acciones en contra del gremio audiovisual chileno y la cultura en general.
Uno de los sucesos más controvertidos fue el recorte presupuestario definido para el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio en octubre de 2018 en el marco de la aprobación de Ley de Presupuesto. La razón de esto era “financiar la institucionalidad del Ministerio”, argumentando que los ingresos no dirigidos a las instituciones culturales serían, en cambio, para “gastos personales” y “bienes y servicios de consumo”.
A partir de ello se generó una polémica colosal, pues el impacto directo lo tendrían organismos como el Museo Nacional de Bellas Artes o Matucana 100, viendo sus fondos disminuidos en al menos un 30%.
Finalmente, gracias al revuelo provocado por todos los actores del sector cultural, dicho recorte no se llevó a cabo. Sin embargo, el Gobierno sí recortó los fondos del Consejo Nacional de Televisión (CNTV) para la creación de proyectos audiovisuales; meses después serían los festivales de documentales de Valparaíso y de Santiago los que quedarían sin financiamiento para sus ediciones 2019 y 2020. La explicación del Ejecutivo se resume a “políticas de austeridad”:
“A través de un comunicado de prensa, el festival de documentales Docs Valparaíso confirmó la cancelación de su versión 2019, ‘dada las dificultades presupuestarias que enfrenta al no resultar beneficiarios del Fondo Audiovisual del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio’…” (Contreras, Emilio. 2019 06/25, biobiochile.cl)
“El Festival Internacional de Documentales de Santiago (FIDOCS) denunció que el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio suspendió la entrega de fondos que requiere el certamen para su realización en 2019 y 2020” (Becerra, Abril. 2019 01/30, radio.uchile.cl)
Esto significó la génesis de una espiral en contra de la industria audiovisual nacional, que ahora toma forma con la suspensión de fondos que iban dirigidos a las producciones cinematográficas.
No debemos considerar este movimiento algo arbitrario, los productos audiovisuales sirven como espacio común para plantear problemáticas culturales, denuncias sociales y cuestionamientos sobre la identidad de una sociedad; los relatos cinematográficos producen un impacto bastante significativo, pues el cine, como medio, es lo suficientemente democrático para conmover a las masas, lo que queda demostrado con películas como ‘Machuca’ (2004), de Andrés Wood, y ‘Una mujer fantástica’ (2018), de Sebastián Lelio. Esta medida tomada por el Gobierno es posible leerla como forma de censura.
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El desfinanciamiento, como se comentó, no es una acción arbitraria, es más, está muy ligado a paradigmas de sumisión y represión, lo cuales deben ser entendidos a partir de lo que Michel Foucault define como “sometimiento“.
En resumen, el autor explica cómo las relaciones de poder operan sobre el cuerpo, el cual solo tiene valor cuando se convierte en fuerza útil, es decir, cuando es cuerpo productivo y cuerpo sometido. Este sometimiento no solo se relaciona con el dolor y el terror, también puede manifestarse desde la sutileza del cálculo y la reflexión, sin dejar de ser sumisión física, revelándose mediante ejercicios de poder, que pueden ser integrados disimuladamente dentro de la sociedad; es un tipo de saber que lidia con el poder de manera conjunta, que permite la formación de sujetos dóciles. Mediante aparatos de adiestramiento y la disciplina, se crean los cuerpos dóciles ideales para las nuevas economías, políticas y guerras que funcionan en favor de la industria, la milicia y escuelas adoctrinadoras.
Las instituciones que sirven en favor del control sobre los cuerpos, deben asegurarse de disciplinar los cuerpos de tal manera que se vuelva un ejercicio orgánico, la dominación y sumisión se vuelven naturales.
Pensar sobre este análisis mientras se desarrollan los actuales acontecimientos en torno al cine chileno se hace necesario, ya que podemos encontrarle un sentido lógico a las acciones del actual Gobierno liderado por Sebastián Piñera, sobre todo si pensamos en los argumentos que entrega Banco Estado para cesar la contribución con el cine chileno.
El Ejecutivo ha declarado que el corte en el presupuesto se debe a que el retorno de la inversión que hacía Banco Estado no era proporcional a la cantidad de dinero que se destinaba, es decir la producción nacional, a los ojos del Gobierno, carece de provecho económico o de una ganancia sustancial.
El cineasta Sebastián Lelio, en una conversación para El Mostrador, comentó que la inversión no solo se debe medir en la cantidad de dinero que se devuelve dentro del territorio, de igual manera hay una ingreso adquirido gracias a la exposición en el extranjero que no es considerada a la hora de hablar de ganancias.
El director Silvio Caiozzi, quien por estos días celebra la retrospectiva de sus trabajos en la Cineteca Nacional, mostró molestia por el recorte presupuestario y reafirmó a La Máquina el valor de la industria nacional en términos comerciales:
“El cine y la producción audiovisual es un elemento fundamental para el desarrollo económico de los países, más allá de culturales, también económico. Un país que no tiene una imagen a través de su producción audiovisual a nivel internacional, negocia menos y se le conoce menos (…) El problema más grave que tiene el cine chileno, hoy en día, es la difusión y la promoción”.
Por ejemplo, ‘La nana’ (2009) de Sebastián Silva, no solo coloca en el centro del relato a agentes sociales sumamente invisibilidadas como las empleadas domésticas, también se instala el debate acerca de las condiciones en las que estas se desenvuelven en su trabajo.
La recepción que tuvo a nivel internacional fue muy significativa, pues alcanzó notoriedad en festivales como Sundance, donde ganó dos premios del jurado y fue nominada a los Golden Globes como Mejor película de habla no inglesa.
Algo similar ocurre con el filme ‘El Club’ (2015), de Pablo Larraín, que de igual forma adquirió renombre internacional, o con ‘Una mujer fantástica’ de Lelio que, producto del revuelo que causó y los premios que ganó, incluyendo el premio Oscar, se ha convertido en una de las películas chilenas que más se ha visto en el extranjero y encendió la discusión acerca de la identidad de género en Chile.
No es que la industria nacional no genere ganancias, solo que estas no son lo suficientemente cuantitativas para que resulten en un ingreso bruto para el país y, si esto no es así, no es posible ver al cine como un medio que produce.
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Teniendo conocimiento de lo anterior, debo insistir en que la medida no es casualidad, pues también es posible vincular esta línea de acción con los lugares a los que concurre el público a ver películas: grandes cadenas de cine fast food y los tipos de filmes que esas cadenas comerciales traen al país, superproducciones comerciales que gozan de buena publicidad (a diferencia del cine nacional, que tiene que pelear los espacios de proyección) y grandes cantidades de presupuestos y de inversión, los cuales les permite acaparar las salas y los discursos, los cuales siguen una tendencia “políticamente correcta” que genera espectadores pasivos, dejando nulo espacio no solo para el cine nacional, también para películas de corte independiente.
Hace algunas semanas el controvertido director de cine queer, Bruce LaBruce, fue invitado a Chile para asistir al Festival Amor, donde se realizó una retrospectiva de sus transgresores y feroces trabajos.
En uno de los conversatorios el cineasta se refirió al complejo momento que está viviendo el cine hoy, explicando que ciertos festivales de cine LGBT+ no están permitiendo que se proyecten películas demasiado transgresoras o disidentes, alegando que en estos eventos se está apostando por producciones que traten determinadas temáticas para consentir a determinados públicos, que esperan y promueven discursos políticamente correctos. Él cuenta haber vivido esta experiencia con una de sus producciones, cuando una productora le pidió eliminar una escena de una de sus películas, por temor a herir sensibilidades en los festivales.
Por otro lado, el punto de prensa que se realizó en el Centro Arte Alameda para emitir un comunicado en representación del gremio audiovisual por la supresión de los fondos para el cine chileno, convocó a varios cineastas destacados del país, entre ellos el aclamado director chileno Silvio Caiozzi.
El destacado realizador compartió su perspectiva con La Máquina y reflexiones, además, sobre la situación entorno a la industria nacional e internacional, instancia en se le preguntó por la situación que actualmente se vive en los festivales de cine, quienes han empezado a vetar cierto tipo de películas transgresoras que llaman a cuestionar la sociedad, que no promulgan discursos políticamente correctos, haciendo un balance muy parecido al de LaBruce:
“A mí me ha tocado viajar muchísimo en el último año y medio por mi última película [‘…Y de pronto el amanecer’], y he ido encontrándome con directores de distintos países, muchos de ellos ganadores de Cannes, y que me comentan exactamente lo mismo… Que hay una especie de colusión mundial. Los festivales antes eran muy serios, me consta, yo fui jurado de varios, y hoy parecieran estar coludidos, eligiendo un mismo tipo de cine… Que el público vea más o menos lo mismo, y no algo diferente. Y las salas de cine, por lo tanto, entregan sus pantallas a esa misma línea de cine típico… Cine pop corn, porque ahí está el gran negocio, en el pop corn no en el cine. Esta sensación de idea, esta colusión apunta por un lado, a nivel político, a que la gente deje de pensar o solamente piense en una cosita, o no piense… La tontificación de las masas mundiales; y por otro lado, a nivel de negocio, bueno hacer negocios con el pop corn, las camisetas, con los gorritos, etc. Entonces no quieren, les molesta, el cine independiente, incluyendo el norteamericano, no le están dando pantalla tampoco, y esto lo estoy descubriendo ahora… Yo pensé que era contra mí, después pensé que era contra el cine chileno o contra el cine latinoamericano. No ahora me consta que en todo el mundo es lo mismo”
Ambos directores hablan de una problemática bastante alarmante, que sumado a las medidas tomadas por el Gobierno, solo pueden entenderse como políticas de sometimiento y un afán de guiar a los públicos hacia cierto tipo de narraciones con determinados discursos para fomentar el afán del consumo y, por lo tanto, recibir ganancias brutas significativas por la inversión, una realidad que no solo el cine chileno está viviendo.
Encontrándonos con este paisaje, ¿cuáles acciones deben ser tomadas para afrontar el actual contexto en el que se encuentra el mundo audiovisual chileno? Si bien el fondo que el Banco del Estado aportaba al cine nacional, no era una suma de dinero excepcionalmente alta, sí era un presupuesto clave a la hora de desarrollar proyectos, pues apoyaba en gastos concernientes a publicidad y proyección internacional, por congruencia, por muy mínimo que fuese el aporte del Estado, era un apoyo fundamental para la industria.
La suspensión de financiamiento solo deja demostrado lo desprotegido que está el cine chileno a diferencia de las industrias cinematográficas de otros países o mercados; visibiliza lo frágil que es la cultura en Chile y además de lo delicado que puede ser estos asuntos cuando se quieren instaurar reformas y promover legislaciones que solo atentan contra la educación y la historia de un país.
Habrá que esperar si es que los fondos se reestablecen, en qué términos y posibilidades de acceso, ya que la complejidad del asunto recae en lo ominoso y restrictivo que sostener proyectos audiovisuales en base a fondos que un banco pueda disponer, dejando en claro que hay una carencia de políticas de Estado concretas en cuanto a fomento, producción, distribución y difusión de material cinematográfico.