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Reseña | Ella estuvo entre nosotros, de Belén Fernández Llanos

Voy a empezar conmigo, con el cartucho de libros entre las manos, con los pies estirados frente a la estufa encendida, con la nariz olfateando el olor a libro nuevo. Los pies calentitos, la espalda helada. Voy a empezar conmigo, porque a la novela Ella estuvo entre nosotros, de Belén Fernández Llanos, no puedo escribirle ni media palabra sin necesitar recurrir a la intimidad con que está preciosamente compuesta, porque a un libro así hay que alabarlo en el mismo idioma.

Me molesta un poco, eso sí, que su contracubierta tenga una referencia tan correctamente explicativa del interior. Que la novela “aborda”, que “principios del siglo XXI”, que la “atmósfera”, que la “orfandad”. Me molesta, sí, porque este libro me recordó después de mucho tiempo cómo se siente el comienzo del fin, y poco de ese estado tan raro y siniestro se puede transmitir en términos definitorios. Más bien, como lo hace su autora, Belén Fernández Llanos, sirven las imágenes, las descripciones honestas, los arrebatos, los recuerdos. 

Ediciones Overol on Twitter: "Una lectura de Ella estuvo entre ...
Editorial Overol.

Quizá solo sea que encajar dentro de este relato la idea resumida de su contenido sea un poco difícil: “la relación” entre “una hija” y “su madre”. Al interior de este escrito hago más que solo encontrar una circunstancia genérica. Siento como me abofetea la confusión de Fernández cuando una “masita en el ovario” se convierte en una enfermedad terminal, y la crudeza del cáncer, y la presencia de aquella mujer perfectamente configurada, perfectamente ceñida a su vestido verde, perfumada, maquillada, palpable en todas las dimensiones en que me la pintaron. 

Desconozco si es la elección de palabras o tal vez la amable segmentación de la información, su distribución o ese gustito a diario de vida. ¿Quién sabe? Pero en este libro no parece haber conceptos, parece haber vidas. Una profundidad que agradecer a los autores, cuando se trata de trabajos acotados, como es el caso. 

La historia de Ella estuvo entre nosotros gira en torno a sus imágenes más que varios trabajos audiovisuales que he visto últimamente. Los cuadros creados con palabras son una cosa que se logra con mucho ingenio y que poco tienen que ver con la descripción minuciosa y rimbombante de cada pequeño aspecto de la escena -como muchos suelen pensar-, sino con cuánta intimidad y determinación contiene cada circunstancia elegida. Incorporar intimidad, aquel aspecto que las mujeres tuvimos celosamente guardado bajo siete llaves por muchos años, ficcionalizada o no, es crucial para hacer que una imagen se vuelva tangible, lo que para muchos, incluyéndome, se ha convertido en una frustración al escribir. Soltar nunca ha sido fácil. 

Lastimosa o afortunadamente, eso es todo lo que puedo decir sin caer en la divulgación excesiva de detalles. Me encantaría profundizar más en varios de ellos, mas no solo ocurre que creo que el spoiler es de las cosas más políticamente incorrectas que existen, sino que no parece de las mejores ideas arruinar la ilusión de un encuentro sin expectativas con aquellos que habitan dentro del texto, o con esos momentos simples pero cruciales, esas cositas lindas, tristes y frustrantes también.

Sobre todo lo demás que se supone debería incluir en un escrito sobre una apreciación literaria, no me sale ni una palabra. Me es imposible ser más académica, parcial o meticulosa, debido a que cada aspecto al que me gustaría referir tuvo un efecto similar en esta lectura: la sangre se apelotonaba en mi cara, me daba calor, me chorreaban las lágrimas y/o me reía compungidamente, en un sonido similar al que hacen patos cuando graznan, sonido que salía, yo creo, por tratar de controlar el impulso. 

Y así ocurrió aun cuando repasaba por segunda o tercera vez ciertas partes, buscando el dichoso elemento metaliterario/lingüístico o metafísico que tenía que poner aquí, para hacer una crítica “como corresponde”. Pero parecía que cada vez que empezaba algo por el estilo veía tangibles a Fernández y a esa madre, a ese padre, a esos tíos y hermanos, ahí, juzgándome por tratar de teorizarlos mucho.

Lo que sí podría adelantarles y aún con un poco de reticencia, es que esta novela hace alusión a un término que siempre ha parecido circular por ahí: el de los “recuerdos inventados”. ¿Inventa uno recuerdos? Y puede ser que lo que voy a decir no haya sido más que ese fenómeno saliendo a flote, en una sugestión dramática post conmoción literaria, pero a todos los personajes de esta novela me pareció verles ahí, cerquita de mi familia, de pie junto a nosotros cuando nos dijeron que mi mamá también tenía esa “masita en el ovario”

Me pareció, en este recuerdo falso, que deambulaban por ahí cuando esperábamos que volviera de los exámenes o que se pararon en algún momento detrás mío, cuando me escondía entre las sábanas esperando que cualquier adulto llegara con cualquier buena noticia. Y los vi ahí, también, tangibles, no obstante igual de ausentes que los míos, cuando varios años más tarde me encontraran a mi también esa masita de mierda, en el ovario de mierda. 

Esta historia es tan íntima como común, tan conectora de realidades como la mía, a la que al mismo tiempo parece muy ajena. Ajena, porque ni mi mamá ni yo usamos un precioso traje verde en todo esto de estar enfermas y eso parece ser algo crucial para la autora, seguramente, ya que todos esos pequeños e irrepetibles detalles quedan indelebles en la retina del corazón. 

¿Cómo consigue un relato proyectar todas sus dimensiones en el exterior? ¿Como lo(s) desconocido(s) pasa(n) a ser tan conocido(s)? ¿Como decir que la voz de Fernández pertenece a tanta gente, sin querer robarle nada? Ella estuvo entre nosotros parece dejarnos con varias preguntas, que no tendré la arrogancia de intentar responder. 

Esta cosa que nos vuelve humildes, ¿será el efecto de la voz de las madres?

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