Cuando Eduardo Noriega llegó a Chile a grabar las últimas escenas de la serie de Amazon Prime Video, “Inés del Alma Mía” (puedes leer nuestra reseña acá), supuso que en el país la figura de su personaje, Pedro de Valdivia, seguía siendo valorada muy positivamente.
Esta impresión cambió con el ‘estallido social’ del 18 de octubre, el cual no solo puso en peligro la realización del programa, sino que llevó a Noriega a presenciar cómo los chilenos destruían monumentos de Valdivia a lo largo del país. Súbitamente estaba encarnando a uno de los hombres más odiados de Chile. No pasó lo mismo con Inés Suárez, a quien nadie le derrumbó ninguna estatua, por la sencilla razón de que no figura un solo monumento de ella a lo largo del país… Bueno, casi.
La serie “Inés del Alma Mía“, basada en el libro homónimo de la escritora Isabel Allende, viene a ser quizás el más grande homenaje hecho hasta ahora a la conquistadora española, mujer crucial en la llegada de la expedición de Valdivia a Chile, pilar fundamental de la fundación de Santiago y de su defensa del ataque indígena liderado por Michimalonko.
¿Entonces, por qué la historia oficial la ha pasado por alto? Repasemos un poco.
Inés del Alma Mía: Una historia escrita por hombres
Durante el siglo XIX, Chile comenzó a dar sus primeros pasos como república independiente. Por esta época los historiadores asumieron la tarea de dotar al joven país de una historia nacional. Los más clásicos son, sin lugar a dudas, Diego Barros Arana y Benjamín Vicuña Mackenna. ¿Cómo retrataron ellos a doña Inés? La verdad es que no le prestaron mucha atención.
Don Benjamín, un polifacético hombre, además de historiador fue un intendente obsesionado con convertir al pueblito colonial de Santiago de Chile en una capital moderna y europizada. Conocía la ciudad mejor que nadie en su época y sabía en detalle sobre la batalla del 11 de septiembre (qué coincidencia, ¿no?) de 1541, cuando Inés de Suárez (es por culpa de don Benjamín que erróneamente se le empezó a llamar “de Suárez”) salvó a la ciudad de ser completamente destruida por Michimalonko, tras decapitar a los indígenas prisioneros, espantando así al cacique y sus guerreros.
¿Cómo fue que Vicuña Mackenna escribió este episodio? Pues en su “Historia crítica y social de la ciudad de Santiago”, encontramos uno de los pocos párrafos donde se refiere a la española: “Fue ésta la primera mujer que formara su hogar en este suelo de dulces hogares, y aquello que han contado del degüello que hizo de siete caciques por su propia mano no es sino uno de esos plajios de escritores pedantes que quisieron pintarla como Judith, esta caricatura demonizada de la mujer”.
Suena extraño, pero el intendente de Santiago sostuvo que esta historia era falsa. ¿La razón? La académica Josefina de la Maza nos aporta una reveladora hipótesis: don Benjamín negaba que Inés haya sido capaz de decapitar a alguien, porque él buscaba una figura femenina maternal para la ciudad de Santiago, prevaleciendo los cánones femeninos del siglo XIX, donde era impensable que una mujer se comportara de forma tan brutal. El objetivo de Vicuña Mackenna era convertir a Santiago en una ciudad civilizada y europizada y, para ello, requería una madre fundadora que fuera suave y delicada.
No era la primera vez que se negaba la veracidad de esta historia. Ya en su momento se le restó importancia a la participación de Inés Suárez en esta batalla. Ignorando por completo la decapitación de los caciques, entre los españoles comenzó a circular otra explicación para el repentino fin del ataque de Michimalonko: esto se habría debido ni más ni menos que a la aparición milagrosa de Santiago Matamoros, apóstol guerrero y santo patrono de la ciudad, quien descendió del cielo en su caballo blanco y blandiendo su espada flamígera para ahuyentar a los indios. Por lo visto, era más factible creer en una intervención divina que en una mujer guerrera.
¿Qué dijo Valdivia al respecto? Pues, en ninguna de las cartas que escribió al rey de España mencionó el aporte que estaba realizando Suárez a la fundación de Chile. De ahí que tras la muerte de la conquistadora, en 1580, a los 73 años, su historia pasó casi al olvido.
No obstante, eso fue don Benja. ¿Qué dijo don Diego Barros Arana? El padre de la historiografía chilena, autor de la monumental enciclopedia “Historia General de Chile”, en sus voluminosos dieciséis tomos no menciona a Inés Suárez ni una sola vez.
Sí escribe sobre ella en un texto más breve, “Inés de Suarez i doña Mariana Ortiz de Gaete”. Allí Diego recoge las dos visiones que circulaban en la sociedad santiaguina colonial sobre Inés:
“Era ésta, según decían, una mujer codiciosa, que pedía a su amante tierras e indios en mayor proporción de la que correspondía a los mismos conquistadores, i que solicitaba de él favores i concesiones para los que le daban dinero. Era, además, intrigante i vengativa: ejercía sobre Valdivia un predominio absoluto, i se aprovechaba del poder de éste para castigar a los que la habían injuriado o a los que murmuraban de ella. Hacía, además, gala de la vida escandalosa que llevaba”.
Eso decían los más ‘peladores’. Por otra parte, don Diego también recoge el testimonio de los defensores que tuvo doña Inés: “Sin embargo, parece que nada de esto era exacto. Inés Suárez, dejando a un lado sus relaciones amorosas con Valdivia, era una buena mujer, sufrida en los trabajos i en las penalidades de la campaña, caritativa i servicial. Socorría a los enfermos, curaba a los heridos, ayudaba a todos los que necesitaban su apoyo i su protección. Aunque oscura por un nacimiento i por su educación, ni siquiera sabia leer, poseía su corazón noble i jeneroso”.
Esta visión dicotómica todavía se podía percibir en el siglo XIX. Esto lo vemos en la obra del pintor Pedro Lira, “La fundación de Santiago” (1888). Hoy sabemos que en el cuadro original, donde se aprecia a Valdivia en el momento fundacional de la ciudad, el artista había pintado también a su amante. No obstante, Lira optó por retirar a la plasenciana del cuadro final, ocultando el rostro de dicho personaje, de modo que se confunde con un monje mercedario.
Primera incursión en el cine: La Araucana
El primer artista en ficcionar la guerra de Arauco fue el poeta y soldado español Alonso de Ercilla en su poema épico “La Araucana” (1569). Un clásico de la literatura chilena, canónico para muchas generaciones, que describe en detalle y en formato cantar de gesta la conquista de Chile, pero irónicamente tampoco menciona en ninguna página a la amante de Valdivia.
A pesar de lo anterior, este texto fue adaptado al cine en 1971, gracias a las gestiones del escritor chileno Enrique Campos Meléndez. Este polifacético artista, escribió el guion de una coproducción hecha entre España, Italia, Perú y Chile, titulada como la obra de Ercilla. Al ser el elenco mayoritariamente español, y basado en un libro escrito por un conquistador castellano, no es de extrañar que estos últimos salgan bastante bien parados en la cinta.
Este lavado de imagen fue reforzado por dos factores: primero, que España se encontraba todavía bajo la dictadura de Franco, quien tuvo como política cultural reforzar los lazos con los países latinoamericanos apelando a su herencia hispánica. Y no sólo eso, Campos Menéndez era un escritor muy conservador, y tras el golpe del ´73 fue el artífice la política cultural de la Dictadura de Pinochet. ¿Qué lugar le cabía a Inés Suárez en esta hispanofílica producción? Vamos por parte.
La película se caracteriza por sus shakespeareanos diálogos, donde los personajes recitan espontáneamente versos de La Araucana. Las escenas de muertes son poco creíbles, y toda la producción tiene un aire a western italiano, de hecho la actriz encargada de interpretar a Inés fue la italiana Elsa Martinelli.
¿Errores históricos? La película en sí es una idealización bastante alejada de la realidad. Se nos muestra a una ciudad de Santiago demasiado grande para la época, la cual tras sólo unos meses de fundada ya contaba con construcciones de dos pisos (aún en 1810 los edificios de dos pisos se contaban con los dedos de una mano). La romantización de la guerra es tal, que se muestra la muerte de Valdivia mucho más limpia de lo que de verdad fue, omitiendo por completo que Lautaro lo decapitó y le arrancó el corazón. Y en una decisión claramente imperialista, los mapuche en ningún momento hablan mapudungun: hasta en la intimidad hablan castellano y con acento peninsular.
Inés no corre una suerte mucho mejor. Existe la escena de la española decapitando a los caciques, pero se muestra como irrelevante, casi como si Enríquez Menéndez la contara a regañadientes, al igual que Vicuña Mackenna. De hecho sólo se ve a la conquistadora cortar una cabeza, no las siete, y tras una brusca transición, la siguiente escena muestra a un Santiago post batalla en ruinas.
Sí se muestra a Inés participando activamente en la batalla de 1541, portando espada y cota de hierro. Se nos presenta una mujer de carácter, pero más bien sumisa a su pareja. Esto se aprecia en la relación sentimental masoquista que tiene con Pedro de Valdivia (interpretado por el italiano Venantino Venantini) y en sus escenas de amor con bofetadas a Inés incluidas. Mientras que en la película del ´71 Inés responde a esta violencia con un apasionado beso, en la serie de 2020 manda a Valdivia al diablo. Eran otros los cánones de lo romántico en la época de Enríquez Menéndez.
Sea como sea, con esta película vemos a una mujer que comienza a parecer en la historia –o por lo menos en el cine histórico-, que ya se está asomando tímidamente, mucho más que en el cuadro de Pedro Lira.
Inés del Alma Mía: la batalla final
Si en La Araucana el protagonista indiscutido es Valdivia, en Inés del Alma Mía está de más decir en torno a quién gira la historia. La serie, basada en el best seller de Isabel Allende, es otra coproducción entre Chile y España, pero hecha en un contexto bastante diferente.
Esta producción de ocho capítulos, reunió nuevamente a un elenco internacional, con la española Elena Rivera en la piel de Inés Suárez. Curiosamente, los chilenos Benjamín Vicuña y Matías Salgado repitieron aquí sus personajes de Sitiados (el primero, un soldado español y el segundo un cacique indígena). A diferencia del film de 1971, aquí no sólo se habla en mapudungun, sino que, en una decisión muy melgibsoniana, no se incluyeron subtítulos. La muerte de Valdivia, además, sale reflejada con toda la crudeza que consigna la historia, al igual que el ataque a Santiago de 1541.
Quizás la mayor diferencia con la producción de Campos Menéndez, “Inés del Alma Mía”, es que esta serie muestra a un Valdivia bastante negligente, mientras que Inés es enaltecida como la verdadera gran líder de la conquista de Chile, responsable de sacar adelante la fundación de Santiago, y derechamente se refieren a ella como “gobernadora” en los últimos capítulos. Esto último es una licencia creativa de la serie. Si bien es verdad que Inés fue pareja de dos gobernadores (Valdivia y Rodrigo de Quiroga), siendo el equivalente a una “primera dama” de la actualidad, era impensable que una mujer fuera la mandamás de una colonia del imperio español. Aún en la informalidad, se referían a ella como “doña Inés”, no como “gobernadora”.
No es el único error que comete “Inés del Alma Mía”. El más recurrente es que se refieren constantemente al “emperador Carlos” de España, cuando lo correcto era hablar del “rey” de España. Además, es falso que Valdivia se reencontró con su esposa Mariana, ésta llegó a Chile cuando el primero ya había muerto. Además, al igual que en La Araucana, se comete el error de mostrar a los mapuche con el pelo largo, cuando sabemos que los guerreros acostumbraban raparse la cabeza antes de ir a la guerra, tal como vimos en la serie Sitiados.
Se nos muestra, también, que el primer sacerdote que llegó con la expedición fue un cura franciscano. En realidad, la primera orden religiosa en llegar a Chile fueron los mercedarios, quienes se caracterizaban por usar un hábito blanco, no uno café (el cuadro La primera misa en Chile de Pedro Subercaseux, y el antes mencionado trabajo de Pedro Lira, son grandes ejemplos de esto).
No podemos dejar de mencionar, eso sí, algunos de los grandes aciertos de “Inés del Alma Mía”. Si bien el cura no es el correcto, destaca el uso de la Virgen del Socorro como parte de la escenografía. Esta reliquia fue traída por Valdivia en su caballo desde Cuzco, y en la actualidad es posible apreciarla en la Iglesia de San Francisco en la Alameda. También destacar que hayan optado por referirse a la protagonista como “Inés Suárez” y no “de Suárez”, o el hecho de que se muestre a la expedición de Valdivia llegar al valle del Mapocho mucho antes del 12 de febrero, fecha que la tradición sindica, erróneamente, como el día de su arribo y de la fundación de la ciudad.
La escena en que el sacerdote trata de cristianizar a un pequeño Lautaro enseñándole una Biblia en “Inés del Alma Mía” también tiene un interesante backstage: el infante acercó la Biblia a su oreja y luego la arrojó al piso porque “no escuchaba” la palabra del señor. Cómico, pero verídico a medias. Dicha escena en realidad ocurrió en el encuentro entre Francisco Pizarro y Atahualpa durante la conquista del Perú.
Hay un asunto, eso sí, que posiblemente generará amores y odios: el color del cabello de Inés. ¿De verdad era pelirroja? ¿o la están confundiendo con La Quintrala? Tristemente, no contamos con ningún registro histórico del aspecto físico de Inés Suárez, tampoco en Inés del Alma Mía, mucho menos un cuadro de época (en Chile prácticamente no existen retratos originales de personajes de la colonia. Eran muy costosos de mandar a hacer, mal vistos por ser un símbolo de ostentación, y los pocos que se hicieron se perdieron con la Guerra de Independencia). De ahí que los artistas desde el siglo XIX se hayan tomado la libertad de retratarla de distintas formas: morena, castaña, pálida e incluso pelirroja.
No obstante, es muy poco probable que haya sido pelirroja. Con Catalina de los Ríos y Lisperger –mejor conocida como La Quintrala – tenemos la seguridad de que ese era su color de pelo, porque era su rasgo más notorio (fácilmente debió ser la única pelirroja en Chile) y hay varios registros de época que así lo consignan. Con Inés Suárez, en cambio, dado que se trató de la primera mujer española en Chile, de haber tenido un color de cabello tan exótico, hasta el historiador más machista se hubiese tomado el tiempo de consignarlo. Pero dado que provenía de Extremadura, una región donde los árabes se asentaron durante quinientos años, es posible especular que debió ser morena. Pero bueno, es una licencia creativa para resaltar el carácter bélico e indomable de esta Daenerys del siglo XVI.
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En suma, podemos apreciar que doña Inés Suárez fue una mujer invisibilizada desde que se comenzó a escribir la historia de Chile. Y que recién hoy, y en gran medida gracias a la novela de Isabel Allende, “Inés del Alma Mía”, es revalorizada con todo el esplendor de sus hazañas.
Aún hoy queda gente que la ve con cierto desdén, los más conservadores la recuerdan como la concubina de Valdivia, una mujer promiscua que se hizo un nombre en la conquista de América acostándose con el mejor partido que encontraba. Pero doña Inés fue mucho más que eso.
Hoy es casi un ícono del feminismo. Una mujer literalmente de armas tomar, que levantó una ciudad a punta de cocinar, limpiar y granjear, como todas las mujeres de su época, y adicionalmente la defendió con espada y a caballo, como el más fiero de los hombres de su tiempo. Toda una rareza para la época. Sin esta mujer, posiblemente hoy Chile no existiría, y así y todo todavía no existe ni una sola estatua que recuerde su figura (recién el 2017 se inauguró el metro con su nombre).
Ya que el Estallido Social ha derribado buena parte de los monumentos a Valdivia, no sería mala idea reemplazarlos con bustos de Inés Suárez, ¿no creen?