El anime ha tendido a moverse de un nicho específico del público en Chile, a ser una práctica con cada vez mayor aceptación. Parte de eso tiene que ver con la existencia de obras que han trascendido en occidente, como Ghost in the Shell, Cowboy Bebop o Evangelion. La serie que nos convoca hoy es una de estas obras: Fullmetal Alchemist.
De 64 episodios -y disponible en Netflix-, ‘Fullmetal Alchemist: Brotherhood’ (2009) es la segunda y fiel adaptación al anime que se le hace a la historia de los hermanos Elric. En ella, Edward y Alphonse están en búsqueda de la piedra filosofal, un instrumento mitológico que es la mayor fuente de poder posible en un mundo donde la alquimia es una ciencia que rige la vida de las personas.
Alrededor de esa premisa, ‘Brotherhood’ -le diremos así en adelante, para simplificar- crea un universo propio, con reglas para su ciencia, conflictos políticos que salpican a los hermanos Elric y diferencias morales entre los personajes que le dan volumen a la trama.
Más allá de la animación, la genialidad de las batallas y las comparaciones odiosas entre esta y la primera adaptación de la historia al anime, el universo de Fullmetal Alchemist: Brotherhood dice mucho sobre nuestro mundo y sus tensiones, razón por la que merece volver a ser revisada. A continuación nos adentraremos en ella, pero ojo, vienen varios spoilers de Brotherhood y alguno que otro de la serie original.
Un mundo político: el choque de las ideologías
Hiromu Arakawa, autora del manga original, es todo un personaje y podría tener su propio artículo. Por lo pronto, lo relevante es entender que es una mujer que incursiona en el shonen -definición demográfica del manga/anime focalizado en el público masculino joven, tal como Dragon Ball Z, Naruto, One Piece, etc.- para atravesar sus límites una y otra vez.
Esa complejidad impulsa paralelismos con la Alemania de la Segunda Revolución Industrial (1870-1914), desde los uniformes de estilo prusiano y los apellidos relativos a armamentos de las guerras mundiales, hasta la sociedad jerárquica y militarizada que se representa en ella. En la primera adaptación esto era más que obvio con Ed viajando a una realidad paralela, la nuestra, a enfrentar al nazismo.
Brotherhood, en cambio, es más implícita. También establece un mundo steampunk, o sea, entre medieval y moderno, pero la reflexión que busca es mucho más abstracta: sus conflictos son ideológicos. En la medida en que pasan los capítulos y más misterios se van resolviendo, dos grandes conflictos guían la historia. Primero, el tira y afloja entre ciencia y religión y, más tarde, las diferencias entre oriente y occidente.
Ya veremos más a fondo cómo se desarrollan esas dicotomías, pero, ¿por qué estos serían conflictos ideológicos? Y es que la sola palabra “ideología” invita a la sospecha de cualquier lector ávido, pues la solemos oír ambiguamente en boca de personajes nefastos. Que “la izquierda ideológica” esto o “la ideología de género” aquello. Por lo mismo, vale la pena despejar un poco las dudas.
El término ha sido muy estudiado y, por lo mismo, su acepción dependerá de la perspectiva teórica desde la que se esté hablando. El sociólogo chileno Jorge Larraín escribió un texto de 4 tomos desarrollando la historia del concepto, donde estudia en detalle su evolución. Por lo mismo, acá no se agotará el término, pero sí una idea general, así que paciencia, que ya volvemos con Fullmetal Alchemist.
Las ideologías son formas colectivas de entender la realidad, una especie de conciencia social que afecta la forma de entender el mundo, sea en tradiciones, leyes o política. Básicamente, todo lo que parece “socialmente construido”. Karl Marx le otorgaría un carácter peyorativo sostenido hasta hoy en día, pues para él no son más que “fantasmagorías”, maquillajes de la realidad. Por ejemplo, la caridad como valor en occidente sería una ideología servil, un distractor de que tantos tengan tan poco y tan pocos tengan tanto.
Más tarde, por críticas de propios y ajenos al marxismo, el concepto evolucionaría. Sin estar del todo definido, hay cierto consenso respecto a que las ideologías son transversales a nosotros y atraviesan todo lo que pensamos y decimos. No existe pensamiento alguno que no se elabore desde una o varias perspectivas ideológicas y, por lo mismo, las ideologías cohabitan nuestros discursos y conciencias.
Resaltando el disclaimer de que esto es sólo una pincelada para presentar desprejuiciadamente un concepto basureado, es tiempo de entender en términos ideológicos la serie. Hasta aquí la parte aburrida, vamos con lo bueno.
La ciencia y la religión, ¿enemigas por naturaleza?
Parte elemental del shonen son las reglas que ordenan los poderes de sus personajes. Tal como el ki de Dragon Ball o el nen de Hunter X Hunter, la idea es generar habilidades especiales con beneficios y limitantes, buscando el equilibrio entre personajes ni absolutamente invencibles ni completamente inútiles en batalla. Por lo mismo, los aumentos de poder (o power ups) requieren de aprendizajes o sacrificios.
La genialidad en Fullmetal Alchemist: Brotherhood está en que recoge un conocimiento medieval holístico que reunía química, matemática, filosofía, entre otras disciplinas, y la convierte en ciencia. La alquimia era previa al método científico y la separación rigurosa de los saberes, pero gracias a la fantasía, en la serie nunca fue descartada como una pseudociencia.
Nuestro protagonista, de hecho, comienza la serie con una postura bastante contemporánea al respecto. “El alquimista de acero” se concibe como un hombre de ciencia y no acepta saberes que no provengan de fenómenos verificables. En otras palabras, Edward es un positivista que rechaza tajantemente la religión. Por ello, los primeros episodios lo enfrentan a Cornelius, un sacerdote que engaña y levanta un culto en torno a su figura.
Sin embargo, con el paso de los episodios, Edward va modificando su percepción en torno a la ciencia y lo espiritual. Nunca deja de ser científico, claro está, pero relaja la posición ideológica cientificista cuando capta que la ciencia en sí misma no es un bien. Si el pináculo de la alquimia, la piedra filosofal, implica sacrificar miles de vidas humanas, algo no anda bien por ese camino.
Así, los hermanos Elric, especialmente Ed, entienden que la percepción que tenemos de la ciencia no es inocente ni objetiva, sino que un relato construido sobre ella y su lugar en el mundo. Un relato mítico sobre la ciencia, como le llamaba en la Escuela de Frankfurt, que define métodos, ética y usos del conocimiento. La figura del Dr. Marcoh, científico atormentado por los males que infringió a la humanidad, representa el lado perverso de este.
Más aún, el objetivo último del villano de la serie, Padre, el enano del frasco, Homúnculo; es llegar al conocimiento absoluto a cualquier costo. Quiere saberlo todo, porque para él, saberlo todo es tener el poder total, y los medios para ese camino dan igual. En cambio, los hermanos Elric toman un camino alternativo para llegar a La Verdad, literal y figurativamente: “la verdad” como búsqueda filosófica y La Verdad como el personaje divino que se encuentra en las Puerta de la Verdad, plano astral que hace posible la alquimia.
“Soy el ser que ustedes llaman el mundo, o tal vez el universo, o tal vez Dios, o tal vez la verdad, o tal vez el todo, o tal vez uno y yo soy tú”
Forma en que se presenta “La Verdad” en sus puertas.
No es que Edward se transforme radicalmente en un monaguillo. Tampoco es que ahora lo guíe la fe, al contrario, cree en La Verdad (a.k.a. Dios) porque la ve, literalmente. Pero dialogando con ella descubre certezas no demostrables del todo: la ambición no es el camino y la alquimia no es lo único que importa. Por esto, puede renunciar a ella con tal de recuperar el cuerpo y el alma de Alphonse en el último episodio de la serie. Dicho de otro modo, renuncia a una posición ideológicamente dura para aceptar los matices que se le presentan.
Esos extraños venidos de oriente
La guerra civil de Ishval
El otro gran conflicto que guía a Fullmetal Alchemist es incluso más difuso, pues no hay tal cosa como una ideología “occidental” y otra “oriental”. Por cuestiones bastante pragmáticas, ni occidente ni oriente son uniformes ideológicamente. No obstante, existen diferencias marcadas entre la forma de vivir de oriente y occidente que, aunque no siempre entran en conflicto, sí evidencian sus diferencias culturales.
Si hubiese que definir el modo de vida occidental en ojos de la serie, este se hace visible en Central, capital del país de Amestris, lugar donde transcurre la serie. Muestra intención de productividad constante, un estilo de vida impaciente, alimentado por la industria y regido por el rigor de lo militar, donde la mejor forma de llegar a la paz es, contradictoriamente, la guerra.
Para criticar ese estilo de vida, la serie se vale de dos personificaciones de Oriente con las que pone en jaque concepciones occidentales. La primera en aparecer, y que resulta menos sutil, es la de Ishval. Con sus pieles morenas y sus ojos rojos, las coincidencias entre los ishvalianos y medio oriente no pueden ser coincidencia. A pesar de lo poco que se nos revela de dicha subtrama al principio, Scar, el ishvalano, aparece como un villano, un fanático religioso cuya misión es detonarlo todo.
En este sentido, resulta un poco chocante la presentación inicial del personaje, porque que el peligro momentáneo sea tan similar simbólicamente a un islamita cuyo poder es explotar cosas, parece sacado directamente del imaginario gringo sobre allahu akbar. Pero he ahí justamente la inteligencia de la serie, venderse como un estereotípico show infantil para desarrollar ideas más complejas.
Con el tiempo no solamente Scar es reivindicado y comprendido, sino que la guerra es el escenario horrible que deshumaniza y vuelve tiranos incluso a personajes con intenciones nobles, como Roy Mustang y Riza Hawkeye, matizando a los de occidente.
Además, la guerra se produce por intereses secretos del poder, pese a que sus consecuencias son pagadas por las mayorías. Führer King Bradley y Padre atacando a Ishval por recursos para la piedra filosofal suena a metáfora descafeinada de George W. Bush y Dick Cheney invadiendo Irak por petróleo.
Aunque esa crítica es factible de ser argumentada de vuelta, no quepa duda de que la intención de la serie es evitar tomar bandos, no crucifica al mundo americano-europeo ni tampoco a oriente, sino que cuestiona a qué hemos llegado como humanidad. Y la segunda forma en que critica a occidente lo hace más evidente.
Incluso más al oriente: El reino de Xing
El reino tradicional de Xing queda más al este de Ishval. O sea, básicamente, China es a Europa lo que Xing a Amestris, país de nuestros protagonistas. A diferencia del liderazgo moderno de los militares en Central, capital de Amestris, Xing es un Imperio de dinastías que se disputan el trono, lo cual se presenta con Ling Yao, un personaje sediento de poder, pero sólo con la intención de salvar a su pueblo.
Hasta ahí, las diferencias entre Xing y Amestris -entre oriente y occidente- en Fullmetal Alchemist son casi cosméticas, pero el punto de inflexión lo constituye su visión de la alquimia. La pequeña May Chang trae a colación la alkahestria, una versión oriental de la alquimia que tiene preceptos diametralmente diferentes. No le otorga al ser humano la voluntad de cambiar la realidad como lo hace la alquimia, sino de fluir junto con el orden natural.
La alkahestria se fundamenta en “el pulso del dragón”, una especie de flujo de energías (ki) que habita en la tierra y los seres, donde los maestros de la alkahestria son monjes que entienden el pulso de estas energías y las usan para sanaciones. A diferencia de los “perros del Estado”, como son llamados los soldados alquimistas, los cultores de la alkahestria son más similares a los médicos, aunque con una clara inspiración budista.
Es una agudización del conflicto entre la ciencia y la espiritualidad que mencionamos antes, pero también un cuestionamiento implícito pero profundo a la forma de ver la vida que tienen los alquimistas. Mientras estos son soldados y las transmutaciones sirven como armamento de guerra -la primera transmutación de la serie es literalmente una lanza-, los venidos de Xing se enfocan en la sanación y la naturaleza.
No es menor que la alkahestria haya sido fundada gracias a los conocimientos traídos por “El filósofo del oeste” -quien no es otro que van Hohenheim, el padre de los Elric-, pero desarrollada en otra cultura. Inician desde los mismos saberes, pero los estudian buscando curar, no destruir, realizando el proceso contrario a la alquimia. De hecho, al final de la serie, lo que “salva al mundo” es que se logra revertir la alquimia mediante la alkahestria, evitando la creación de la piedra filosofal a costa de miles de vidas.
Entonces, ¿de qué trata Fullmetal Alchemist?
Como no, todo lo que se ha planteado hasta aquí es discutible, incluso desde la mirada de que la(s) ideología(s) de quien escribe permean el contenido de este texto. Y por supuesto que es así. Pero justamente de eso se trata, de entender la importancia de la posición desde la que, inevitablemente, cada quien habla. Y pasa también con Brotherhood y con toda representación cultural, por más sencilla que parezca.
En este sentido, este anime podría ser entendido como un show japonés bien ejecutado para un público adolescente hambriento de acción y batallas fantásticas, pero nada más lejos. La trama está a la vista y, aunque pueda pecar de moralismo, la serie quiere dejar una enseñanza sobre la aceptación del otro y sobre los horrores de la guerra.
Sutilmente presenta otras agendas, como una destacable representación femenina bien ejecutada en un mundo atiborrado de fanservice. Pero su trama central no es inocente en términos políticos y, honestamente, eso es sólo transparentar lo que sucede siempre. Si una obra, cualquiera sea su formato, no explicita contenidos ideológicos, no es porque no los posea, sino porque estos responden al statu quo.
Cuando concordamos con la ideología de un contenido, esta nos es invisible, pues se esconde en el cotidiano. Por eso es interesante la existencia de obras como Fullmetal Alchemist: Brotherhood, donde no sólo desafían estéticamente las dinámicas en que se insertan, sino que se atreven a ofrecer espacio para segundas y terceras lecturas, a veces más evidentes, a veces más sutiles. Pero siempre haciendo un comentario más trascendente en el crecimiento personal de sus personajes.
Si Ed y Al no hubiesen desafiado la jerarquía militar de los alquimistas estatales, si no hubiesen dudado del lugar que ocupaba la ciencia en sus vidas y si no se hubiesen atrevido a conocer a quienes pensaban distinto a ellos, Brotherhood hubiese sido otro mediocre shonen de pelea donde la única evolución es la de la fuerza de los puñetazos. Pero no se quedó ahí, y gracias a ello, trascendió su género y su formato.