La segunda y última jornada del festival Fauna Primavera 2025 tuvo los grandes shows de Bloc Party, Aurora y Massive Attack.
El sol no tuvo compasión. Desde el mediodía, el Parque Ciudad Empresarial se convirtió en una inmensa plancha ardiente, con ese tipo de calor que no da tregua y que obliga a buscar sombra incluso bajo la ilusión. Pero el público, desafiante, se mantuvo firme: había hambre de música, de reencuentro, de esa energía comunitaria que solo un festival puede dar.
La segunda jornada del Fauna Primavera 2025 fue distinta a la primera. Si el viernes había sido una oda al pop, la pista y la melancolía electrónica, el sábado fue una jornada de contrastes, guitarras y exploraciones sonoras. Un día donde el rock, la experimentación y la política se tomaron el escenario con una intensidad pocas veces vista.
En un país que vuelve a morder su propia incertidumbre, la música se convirtió en un manifiesto. Sin planearlo, el festival se tornó profundamente político: desde las pantallas de Massive Attack clamando por Palestina, hasta las distorsiones liberadoras de Otoboke Beaver, el Fauna Primavera encontró su espíritu más combativo.
Revisa nuestro análisis en La Máquina y fotos del primer día de Fauna Primavera 2025 acá:
Niebla Niebla: el amanecer de una nueva piel sonora
Bajo un sol que casi derretía los cables del escenario, Niebla Niebla abrió el día con una energía inusualmente fresca. El proyecto alternativo de Princesa Alba sorprendió a quienes esperaban un show de pop digital y encontraron, en cambio, una banda indie de texturas livianas y sensibilidad melódica.
El autotune, usualmente símbolo de artificio, aquí se sintió orgánico, expresivo, una herramienta que sumaba capas a una voz que busca autenticidad. Entre acordes suaves y melodías flotantes, Princesa Alba mostró una vulnerabilidad que conmueve, coronando el set con un homenaje a su tío fallecido, interpretado junto a un miembro de la banda ochentera en la que él tocaba. Fue un momento de comunión entre generaciones: la música como memoria y catarsis.

Candelabro: el delirio retro que encendió el mediodía
Si alguna banda demostró que el rock chileno puede sonar elegante, diverso y ambicioso, esa fue Candelabro. Lo suyo fue un espectáculo caleidoscópico, un viaje entre lo retro y lo contemporáneo que combinó melodías melancólicas, arreglos impecables y una puesta en escena hipnótica.
Mientras en las pantallas desfilaban fragmentos de programas como Mentiras Verdaderas y viejos comerciales de los ochenta, la banda construía un universo sonoro propio, donde la nostalgia no es refugio, sino combustible.
El vocalista se impuso con una voz poderosa, mientras los vientos —auténticos protagonistas del set— elevaron cada tema a una dimensión casi cinematográfica. Cuando sonó Domingo de Ramos, el parque entero pareció detenerse. Candelabro no solo brilló: confirmó que el rock chileno sigue vivo, maduro y audaz.

Bratty: la sutileza en tiempos de ruido
Desde Culiacán al corazón de Santiago, Bratty demostró que no se necesita estridencia para conquistar a un público. Con apenas un baterista y una guitarra, la artista mexicana construyó un espacio de calma dentro del frenesí festivalero.
Su voz aterciopelada y su estilo confesional recordaron que la dulzura también puede ser un acto de resistencia. Fue un show pequeño, sin fuegos artificiales, pero honesto; una pausa en medio del caos sonoro. Bratty no buscó levantar el festival: lo acarició.
Ver esta publicación en Instagram
Otoboke Beaver: el caos necesario
Luego vino la explosión. Otoboke Beaver irrumpió en Fauna Primavera como un terremoto sónico. Las japonesas, vestidas de furia colorida y precisión, ofrecieron uno de los shows más frenéticos, desbordantes y electrizantes del festival.
Desde el primer acorde, el público se entregó. Hubo crowdsurfing, pogos, gritos y una conexión inmediata, incluso pese al inicio accidentado por un problema de micrófono. La vocalista Accorinrin lideró una performance desquiciada, con gestos teatrales y una energía que contagiaba hasta al personal técnico.
Entre riffs implacables y baterías incendiarias, Otoboke Beaver convirtió el escenario en una catarsis colectiva, un recordatorio de que el punk sigue siendo un espacio para la libertad total. Probablemente el show más intenso del festival.

Javiera Mena: precisión y magnetismo
Javiera Mena llegó para ocupar un espacio imprevisto: reemplazar a RY X. Pero lo hizo con una elegancia que solo una artista consagrada puede proyectar. Su recital fue una masterclass de pop electrónico, con una ejecución impecable y una relación íntima con su público.
Entre sintetizadores y luces vaporosas, Mena reversionó algunos de sus clásicos y jugó con mezclas en vivo, demostrando una autonomía escénica admirable. En tiempos donde muchos delegan la producción a máquinas, Javiera sigue prefiriendo el control absoluto del sonido.
Su show fue una celebración del pop como lenguaje de libertad.

The Whitest Boy Alive: el respiro minimalista
El calor cedía y la tarde avanzaba cuando The Whitest Boy Alive tomó el escenario. Con su aura nórdica y su groove amable, el proyecto de Erlend Øye ofreció un concierto sobrio, refinado y casi terapéutico.
El grupo no necesita artificios: su maestría reside en la sutileza. Cada nota parecía tejida con precisión matemática, pero con alma. Fue un momento de comunión, un paréntesis introspectivo antes de la vorágine nocturna.
Ver esta publicación en Instagram
Tash Sultana: un huracán en camiseta roja en Fauna Primavera
Y entonces apareció Tash Sultana, enfundada en la camiseta de la Selección Chilena. Su sola presencia encendió al público, pero lo que vino después fue una demostración abrumadora de talento y energía.
Con su guitarra como extensión del cuerpo, Tash abrió con I Shot the Sheriff y, desde ahí, construyó un viaje que osciló entre el reggae, el R&B y el rock psicodélico. Tocó, cantó, sampleó, improvisó. Una banda entera contenida en una sola persona.
Cada loop, cada nota, cada respiración se sentía viva. Su virtuosismo no es gratuito: está al servicio de la emoción. El público la ovacionó de pie. Fue uno de esos momentos en que el festival se detiene, como si todos supieran que están presenciando algo irrepetible.

Aurora: la espiritualidad hecha concierto
Cuando Aurora apareció, el parque cambió de temperatura. Su presencia —entre lo místico y lo humano— transformó el espacio en un santuario.
La artista noruega entró precedida por un video poético y comenzó un recital que fue una experiencia sensorial más que un concierto.
Su voz, casi de otro mundo, se impuso sobre el silencio total. Hubo lágrimas, abrazos, suspiros. A ratos, la multitud se quedó inmóvil, atrapada en esa mezcla de pureza y magnetismo.
Aunque el formato festival limitó su despliegue visual, su conexión con el público fue absoluta. Aurora no necesita artificios: basta su mirada para conjurar una emoción colectiva. Una hada moderna que volvió a enamorar a Chile.

Bloc Party: el rugido británico
Después de años de espera, Bloc Party debutó en Chile con un show a la altura del mito. Desde los primeros acordes, Kele Okereke tomó el escenario con una serenidad poderosa. Su voz, grave y emocional, y sus pedales —usados con maestría— marcaron la tónica de una presentación impecable.
El público, eufórico, respondió con saltos, gritos y un coro ensordecedor cuando sonó Banquet. Fue un momento catártico, de comunión rockera total. Bloc Party no solo tocó: reclamó su lugar en la historia reciente del indie.

Massive Attack: música, política y resistencia en Fauna Primavera
La oscuridad cayó sobre el parque y con ella, la magia lúgubre de Massive Attack. Desde los primeros segundos, el show fue un manifiesto político: “Free Palestine”, “Neurolink tortura animales”, “Chile celebra el éxito de una influencer”.
En sus pantallas, la crítica se proyectaba sin filtros, mientras el sonido —profundo, denso, envolvente— construía un paisaje sonoro casi cinematográfico. Fue un golpe al estómago y al corazón, un recordatorio de que el arte puede ser también un arma de consciencia.
Pidieron no vender carne durante su presentación, reafirmando su coherencia ética. Entre luces minimalistas y bajos retumbantes, Massive Attack ofreció uno de los espectáculos más potentes, inteligentes y emocionalmente demoledores del año.
Una crítica al poder, a la indiferencia, al consumo. Una invitación al pensamiento en medio de la danza.
Un cierre épico, político y profundamente humano.

Una jornada encendida por la música y la conciencia en Fauna Primavera
El Fauna Primavera 2025 cerró su segunda jornada dejando claro que los festivales ya no son solo espacios de ocio, sino de discurso y reflexión.
Entre guitarras, sudor, gritos y luces, el parque fue testigo de una verdad simple: la música, cuando se atreve, puede cambiar algo en nosotros.
Porque más allá del calor y los horarios, lo que quedó fue esa sensación vibrante de estar vivos, de compartir un mismo pulso colectivo.
Y esa, en tiempos de desconexión y ruido, es la revolución más hermosa que puede ofrecer un festival.
Galería de fotos por Catalina Navarro (@thewitchphotos):





















































































































































































