“Anaconda” demuestra que incluso las franquicias más improbables pueden reinventarse y ser más que solo una secuela más. Más en La Máquina.
Cuando se comenzó a hablar de un reinicio de Anaconda, la reacción fue inmediata: incredulidad. La saga, históricamente ligada al cine de terror con animales salvajes, parecía no tener mucho más que ofrecer tras varias secuelas olvidables. Todo indicaba que esta nueva versión mantendría la misma lógica: selva, amenaza gigante y un grupo de personajes desechables. Sin embargo, Anaconda (2025) rompe por completo con esa expectativa y apuesta por un camino mucho más arriesgado: la comedia absurda y el metalenguaje cinematográfico.
Lejos de ser una continuación directa, la película se presenta como una reinterpretación libre, consciente de su legado, pero sin quedar atrapada en él. Y esa decisión —radical y necesaria— es la que termina transformándola en una de las sorpresas más gratas del año dentro del cine comercial.
Una premisa simple que se transforma en caos absoluto
La sinopsis ya adelanta el tono: dos amigos de la infancia, interpretados por Jack Black y Paul Rudd, atraviesan una crisis de mediana edad y deciden cumplir un sueño juvenil tan absurdo como entrañable: recrear su película favorita, la Anaconda original, filmando su propia versión en plena selva amazónica. Lo que comienza como un proyecto amateur cargado de nostalgia, torpeza y egos mal resueltos, pronto se convierte en una pesadilla real cuando el equipo se topa con una anaconda gigante de verdad.
La película se mueve con soltura entre la comedia de acción, el cine de supervivencia y la parodia del propio género, logrando que el peligro nunca desaparezca del todo, aun cuando el humor domina la experiencia. Esa tensión constante es clave para que el filme no se diluya en el chiste fácil.
Humor absurdo, pero con capas y referencias inteligentes
Uno de los grandes méritos de Anaconda es su tipo de humor. No se apoya en la comedia física más básica ni en los chistes previsibles asociados a cierto cine hollywoodense. Aquí el humor es absurdo, autorreferencial y sorprendentemente elaborado, con múltiples niveles de lectura.
La cinta juega constantemente con el metalenguaje, haciendo referencias directas a las películas originales de la saga, al estado actual del cine de terror —con menciones a figuras como Jordan Peele— y al propio funcionamiento de la industria. Incluso la productora Sony se convierte en blanco de una de las escenas más hilarantes del filme, en un ejercicio de autocrítica poco habitual en este tipo de producciones.
Este enfoque permite que Anaconda dialogue tanto con los fans de la saga como con un público nuevo que quizás nunca vio las películas originales, sin exigir conocimiento previo para disfrutarla.

Jack Black y Paul Rudd: una dupla que era inevitable
El cuarteto protagonista, una estructura ya clásica en varias películas recientes de Jack Black, funciona aquí con notable eficacia. La química entre Jack Black y Paul Rudd es inmediata, y la película se apoya sin pudor en ese vínculo para sostener su tono.
Black aporta su energía caótica habitual, pero contenida y bien administrada, mientras Rudd equilibra el relato con su carisma irónico y su humor seco. Juntos construyen una dupla que resulta tan ridícula como entrañable, reflejando con acierto la crisis de identidad de sus personajes y, por extensión, la de una generación marcada por la nostalgia pop.
El resto del elenco complementa con solidez, entendiendo perfectamente el tono de la propuesta y evitando sobreactuar un material que ya es, por naturaleza, exagerado.
En la dirección, Tom Gormican reafirma el estilo que lo consolidó con El insoportable peso de un talento descomunal. Aquí replica ese ritmo frenético, con una narrativa ágil que no se permite pausas innecesarias. El humor es más oscuro de lo habitual, pero nunca cínico, y se apoya constantemente en la experiencia cómica del elenco.
Gormican entiende que el éxito de la película depende de no subestimar al espectador y de mantener un equilibrio delicado entre la parodia y la amenaza real. La anaconda no es solo un chiste: es un peligro concreto, y esa decisión fortalece la experiencia.

Una anaconda sorprendentemente bien lograda
Uno de los aspectos más llamativos es la calidad visual del filme, especialmente en lo que respecta a la anaconda principal. A pesar de contar con un presupuesto moderado, el diseño del animal resulta realista, coherente y funcional dentro del universo de la película.
La serpiente nunca rompe la lógica interna del relato y se convierte en un elemento narrativo clave, reforzando la idea de que Anaconda es, en el fondo, una sátira al cine de terror animal, pero hecha con respeto por el género que está parodiando.
Aunque su tono pueda parecer accesible, Anaconda no es una película completamente familiar. El humor, en general, es medianamente apto para un público amplio, pero hay momentos deliberadamente desagradables, situaciones incómodas y chistes de doble sentido que la alejan del cine infantil.
Este matiz resulta coherente con la propuesta: la película apunta más bien a un público adulto que creció con este tipo de cine y que hoy puede reírse de él desde la distancia.

Una sorpresa genuina y un nuevo camino para la saga de Anaconda
Contra todo pronóstico, Anaconda (2025) se consolida como una de las mejores comedias de humor absurdo del año. No cae en la nostalgia excesiva ni en la estupidez gratuita, sino que se mueve con habilidad en un territorio intermedio, siempre al límite, pero sin cruzarlo.
Más que un simple reinicio, la película redefine la esencia de la saga, abriendo la puerta a una posible nueva franquicia con un enfoque más cómico, autoconsciente y creativo. Una película que parecía innecesaria y que termina siendo inesperadamente relevante.
En definitiva, Anaconda demuestra que incluso las franquicias más improbables pueden reinventarse cuando entienden qué fueron, qué son y, sobre todo, qué pueden llegar a ser.










