Columna | Quiero ser valiente como Héctor “Tito” Noguera

En un país que envejece, la vida y obra del actor Héctor Noguera nos recuerda que la vejez también puede ser un acto de resistencia.

Cuando era niño, Héctor Noguera ya era viejo. O al menos eso creía yo. En la tele del living, a la hora de la once, aparecía su cara: era el tozudo y mujeriego Federico Valdivieso, el rey gitano Melquíades, el clinomaníaco de Míster Clark, y por supuesto, el inolvidable Ángel Mercader, retrato vivo del machismo de inicios de siglo. Personajes distintos, pero todos emanaban una autoridad patriarcal con experiencia. 

Un adulto eterno –o un viejo mino según mi mamá. Lo vi de esa manera de niño y lo vi hasta sus últimas interpretaciones, como la de Armando Morales en Como la Vida Misma, en la que mostró magistralmente el devenir de alguien a quien le diagnostican alzhéimer.  

Quizás por eso, cuando supe de su muerte, sentí que se iba alguien que envejeció sin esconderse. En un país que suele temerle al tema, Tito Noguera me recordaba que envejecer también es una forma de resistir. 

Se proyecta que para el 2050 el 32% del país sea adulto mayor (INE, 2022). Ese es el panorama. Muchos de nosotros estamos preocupados por cómo será nuestra vejez. No sólo por la incertidumbre propia del futuro, sino porque sabemos que se necesitan políticas públicas que sustenten una mayor calidad de vida para los adultos mayores.  

“Para ser viejo hay que ser valiente” dijo Héctor Noguera en Media UC. Es cierto, todo es más difícil: caminar, levantarse, trabajar. Además, afloran pensamientos negativos que se relacionan con ser adulto mayor. Por eso hay que tener las agallas para seguir intentándolo.

A pesar de eso, hablaba de la oportunidad de aprender cosas nuevas con la mirada de la experiencia, y del valor de la contemplación y mirar el mundo con otro ritmo. 

La verdad es que yo también quiero ser un viejo valiente. Quiero vivir hasta donde pueda y vivir feliz, aunque todo sea más complicado por las condiciones propias de la edad.  

Pienso que este deseo no puede quedarse en un anhelo personal, sino que debe englobarse en un proyecto colectivo, como país, que considere a los adultos mayores como sujetos activos, presentes en nuestra cotidianidad, y evitar el aislamiento social y tecnológico en el que caemos frecuentemente. 

¿Voy a necesitar ayuda cuando sea mayor? Por supuesto, pero también voy a ayudar a quienes lo necesiten con lo que he aprendido. Una reciprocidad intergeneracional que vi gracias a su trabajo de actor.  

Un legado cultural 

Héctor Noguera partió a los 88 años. Hasta el final estaba trabajando e incluso tenía proyectos para el futuro, como mencionó su hija Amparo.  

Se puede cuestionar –legítimamente– sobre los privilegios que implica trabajar en lo que a uno ama. Sin embargo, su presencia en la pantalla chica nos regaló algo necesario: historias sobre vejez y su interacción con su entorno. 

Sé de su destacada trayectoria en cine y teatro, pero yo lo conocí por la tele, tomando once. Él nunca desprestigió este medio, sino que lo abrazaba con la misma dignidad que subía a un escenario. Tal vez por eso se ganó el cariño transversal de un público que lo vio durante décadas en las teleseries. 

Su legado es cultural. Sus personajes, su carisma y su trabajo estarán presentes en la memoria colectiva de esta nación tan buena para el meme. Héctor Noguera supo representar a los adultos mayores con sus luces y sombras, con humor y melancolía.  

Me mostró el tipo de viejo que quiero ser. Uno que esté presente y que tenga cosas por hacer y decir. 

Gracias por tanto, viejo retamboreao’.  

Por Felipe Vásquez (FipiTV), columnista de La Máquina.

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