Columna | Mismo escenario, distinta sintonía: Cuando un festival tiene más de un público objetivo

No es nuevo decir que festivales como Lollapalooza, Primavera Sound (evento del cual hablamos en extenso acá) o sus diversas adaptaciones existentes alrededor del mundo, son instancias que convocan públicos amplios y diversos, que tienen apego por bandas y sonidos distintos. Y claro, uno de los objetivos de un festival, en la mayoría de los casos y centrándonos en los mencionados, es acaparar el mayor público posible, por lo que presentan una parrilla cargada de exponentes de diversos géneros y estilos, para así llamar la atención de un amplio público.

Si bien cada festival tiene una estética y sistema de selección de proyectos en específico, con tan solo ver los line-ups de los eventos de esta índole realizados durante los últimos años en nuestro país, se puede apreciar el gran espectro de proyectos que se presentan dentro de un mismo festival.

El inconveniente surge cuando dos o más proyectos coinciden en el mismo escenario y su estética y sonido difieren drásticamente. Es recurrente ver fanáticos llegar al recinto del festival y permanecer todo el día entre el público de un escenario solo para ver de cerca la banda o artista -comúnmente- principal del día. Y es así como dichos espectadores convergen con los seguidores de las bandas previas del escenario en cuestión y, si sus fanaticadas no se asemejan, la armonía y emoción colectiva al presenciar un artista, se dispersa y evapora entre la variopinta masa.

Lo drástico del asunto, llega cuando las diferencias son radicales. Sin ir más lejos, el pasado fin de semana, Travis Scott, un rapero con un sonido áspero, un show enérgico y con letras explícitas acostumbradas en los géneros por los que vacila, fue el encargado de cerrar uno de los escenarios principales del Primavera Sound Santiago 2022, precedido por Mitski, una artista con una propuesta alternativa, íntima y con un show muy emocional y visceral. La diferencia entre los fanáticos de ambos proyectos era evidente, y apenas la cantante estadounidense de ascendencia japonesa entró en escena, los gritos fervorosos de sus seguidores se mezclaban con las caras largas y miradas desentendidas de quienes claramente esperaban el show de Travis Scott, los cuales, en su mayoría y a primera vista, no simpatizaron con el pasional espectáculo de Mitski.

Cuando el colectivo no se encuentra en la misma sintonía, el show pierde su conexión con la audiencia, su peso performático disminuye y el fanático que se emociona, pierde dicha emoción al ver que su par ubicado a su costado ni se inmuta. La catarsis colectiva decae y/o no llega a un punto álgido y el goce del espectáculo queda en segundo plano.

Pero entonces, ¿es buena idea la incorporación de proyectos muy diversos en los festivales como en Primavera Sound? Claro que sí. Y, pese a lo mencionado, estos mismos festivales son la prueba de aquello. La incorporación de escenarios específicos para la música electrónica o las bandas con un sonido alternativo son ejemplo de respuesta a gran parte del problema. El asunto perpetuará siempre y cuando los escenarios principales, que por lo general son dos, continúen albergando shows que discrepan en audiencia y sonido. Los ejemplos abundan. Es recurrente ver en Lollapalooza fanáticos del género urbano o de alguna banda alternativa, convivir con los mosh-pit de los seguidores de bandas de metal o derivados que se presentan en el mismo escenario.

Pero más allá de las discrepancias entre fanaticadas y la dificultad que surge al presenciar un show y tratar de acoger una emoción a pesar de que todos a tu alrededor se encuentren fuera de sintonía, el asunto y la respuesta al mismo no está en la audiencia. Los festivales tienen la última palabra. Y cuando se priorice el disfrute de los asistentes por sobre la practicidad organizacional de ubicar proyectos en el mismo escenario sin importar su tipo de seguidores y formato de escucha, malas experiencias como la de un gran número de fans de Mitski, dejarán de ocurrir, y los detractores de eventos de esta índole disminuirán -al menos un poco-.

Columna por Nicolás Rosales, periodista musical de La Máquina.

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