La noticia de Curacautín, en la región de La Araucanía, el pasado 1 de agosto es un hecho que no ha dejado indiferente a nadie. No solo por la movilización masiva del pueblo Mapuche que generó, sino por la importancia histórica que implica sobre todo en un país que ha intentado a través de siglos invisibilizar una lucha que existe desde los orígenes de Chile. Instancia en la que el teatro chileno y las disciplinas audiovisuales han intentado retratar en distintas ocasiones.
Si pensamos un momento en la historia oficial, esa que se nos enseñó en el colegio, nos damos cuenta de que los hechos siempre se nos contaron de una determinada manera, dando protagonismo a determinados personajes y poniendo hincapié en determinados hechos.
Creciendo y recibiendo diversas obras que han ido alimentado ese conocimiento inicial, uno se da cuenta de que esa historia oficial que se nos enseñó por orden del Ministerio de Educación (Mineduc) no es tan cierta… y que hay muchísimos detalles de nuestra propia historia que se han escondido y que recién ahora han ido saliendo a la luz.
La importancia del conflicto Mapuche radica en que es una lucha que lleva siglos despierta. Es un tema difícil, que nos duele a todos de alguna manera u otra. Nos duele menos a los que somos blancos y hegemónicos, porque no hemos tenido que sufrir ningún percance, ninguna discriminación, ninguna falsa acusación a nuestro nombre por ser quienes somos… pero nos toca el tema, ya que todos tenemos que hacernos responsables de lo que sucede en nuestro país. Y desde qué lugar se hace… está la diferencia.
No soy historiadora, ni política, ni activista… sin embargo, pretendo dar luces en este artículo de mi propio desarrollo de conciencia histórica y de cómo diferentes producciones (obras de teatro especialmente) me han ayudado a reflexionar acerca de este conflicto desde nuevas arista. Y a darme cuenta, por sobre todas las cosas, que la historia que se me enseñó y que aprendí en el colegio esta lejos de ser la historia oficial.
La Conquista
En una sala de clases de un colegio privado de altos recursos, el primer pensamiento negativo en torno a La Araucanía te lo meten leyendo “Lautaro, joven libertador de Arauco”. “Es la historia de Lautaro”, te explican los profesores, agregando: “Un mapuche que fue la mano derecha de Pedro de Valdivia y que luego lo traicionó”. De inmediato, entra la figura del traidor, se le asocia una connotación negativa a este personaje histórico: Pedro de Valdivia es el héroe y Lautaro, el villano; el Judas de Jesús.
A pesar de que me gustaba muchísimo leer, nunca pude entrar en la espesura de “Lautaro”, a causa de que su lenguaje era demasiado poético para mi versión de 10 años -otro tema a discutir en la educación chilena-. Quizás si lo hubiese leído más adulta, mi impresión habría sido diferente, pero el imaginario que retuve en ese entonces fue el de una novela que no quería leer, acerca de un traidor.
Mi próxima impresión de Lautaro me la dio la obra “Xuárez”, escrita por Luis Barrales y dirigida por Manuela Infante. La dupla explosiva se corona con el hecho de que la obra es protagonizada por Claudia Celedón, que se manda uno de las mejores actuaciones que he visto en mi vida.
La obra de teatro (disponible en escenix.cl y que está más que recomendada) hace una revisión histórica del cuadro “La Fundación de Santiago” de Pedro Lira. La dramaturgia no solo recoge la importancia de Inés de Suárez (personaje histórico que ya había sido reinvindicado en la novela “Inés del Alma Mía” de la chilena Isabel Allende), sino que habla de Lautaro y su periodo con Pedro de Valdivia e Inés. Habla de Lautaro no desde la visión de un traidor, sino desde un prisma humano con contradicciones, con conflictos internos.
Claudia Celedón interpreta a Lautaro, dentro de los muchos personajes que retrata, y en una escena hermosa que se impregna en la memoria de cualquier espectador, da cuenta de la dificultad de elección entre la sangre y la crianza. Escenifica el debate interno de un joven que había crecido como blanco, pero que guarda internamente el amor y respeto por su pueblo, el Mapuche.
Lautaro no queda como traidor, queda como humano. Y a pesar de que nunca vamos a saber exactamente qué fue lo que sucedió en ese momento histórico del pasado, se le reconoce en la obra como un “padre de la patria”. Lo mismo sucede con Inés de Suárez, mujer que recién en los últimos años se ha ido reconociendo con la importancia histórica que se merece.
En la obra quien no queda bien es precisamente él… Pedro de Valdivia. Un hombre que se retrata de manera cobarde, infantil y que se cuelga de quienes le rodean para tomar sus decisiones. Nuevamente, no tenemos cómo saber si esto es verdad. Pero, definitivamente, es una versión de la historia que arroja luces y que ayuda a objetivar esa primera visión de héroe y traidor articulada de manera básica en nuestras infancias.
La Historia Sigue…
Ya terminando el colegio son otros los temas históricos que comienzan a aparecer. Se habla poco y nada del Golpe Militar, pero hay profesores que lo mencionan como Pronunciamiento. Ciertos compañeros anotan eso como verdad absoluta y otros buscamos en libros de historia diferentes. Se villaniza a Salvador Allende y se dice que todo fue su culpa; otros buscamos “Operación Cóndor” en Google. Es una época en la cual hay más debate, pero se deja de hablar de lo que sucede en el sur, porque la guerra al sur del Biobío terminó con Lautaro y Pedro de Valdivia.
Sin embargo, abundan las noticias. Aparece Matías Catrileo. Aparece el incendio de la casa de los Luchsinger-Mackay y sus supuestos culpables. En un par de noticias se vislumbra que algo está sucediendo, de que hay conflicto, de que hay una guerra, de que el pueblo que nos enseñaron se había extinguido seguía más vivo que nunca.
En ciertas películas se vislumbra la temática racial y clasista, se habla de que en Chile existe una diferencia social basada en supuestos raciales… pero no de manera directa. La reflexión existe, pero solo para aquellos que la quieren ver. Películas como “Machuca”, “Violeta se fue a los cielos” y “Mala Junta” muestran esto, pero siempre de la mano de otras historias y otros temas. El conflicto racial aparece de manera solapada.
Y Sigue…
No se por qué, pero ahí en donde lo audiovisual escapa por temas de producción o temas monetarios, el teatro entra a hablar directamente del conflicto.
Así como “Xuárez”, el 2016 llega “Mateluna” de Guillermo Calderón. Obra que toma el caso de Jorge Mateluna y la injusticia detrás de su sentencia. La obra tuvo tal impacto, que Davor Harasic (exdecano de la Universidad de Chile) decidió tomar el caso y apelar la sentencia de 16 años que se le otorgó. A pesar de que la apelación finalmente se negó, la movilización que despertó esta obra abrió los ojos a los errores existentes en nuestro sistema judicial.
Así como con Jorge Mateluna, el caso de Camilo Catrillanca llega dos años después a verificar lo anterior. Y aquí empiezan a destaparse detalles y la historia cuidada y enseñada por tantos años empieza a perder solidez.
Aparece también la serie de libros de Jorge Baradit, que, de alguna manera u otra, entran a cuestionar esa historia oficial implementada por el Mineduc. Abre dudas y reflexiones en torno a la importancia histórica de ciertos personajes y al acontecimiento real de ciertos hechos.
Pero, por sobre todo, el teatro es el que más incursiona en la reflexión racial de Chile y del pueblo Mapuche. Algunas de manera directa, como “Noche Mapuche” obra polémica que hace referencia directa a la intrusión de extraños en un territorio representado por el hogar y que, con recursos cuestionables (poner la grabación de la llamada de auxilio de Vivianne Mackay antes de morir quemada), deja clarísimo que existe un conflicto y que ya es hora de reconocerlo.
No obstante, otras, a mi gusto, mucho más interesantes, ahondan en la reflexión precisamente en torno a la idiosincracia que funda nuestro país. La obra “Estado Vegetal” de Manuela Infante no habla directamente del conflicto, pero toma como protagonistas a las plantas, al reino vegetal y su relación e impacto en la vida del ser humano. Recoge algo básico de la idiosincrasia de nuestros antepasados y lo tensiona con nuestra manera de funcionar actual.
El consumo, el capitalismo, el ritmo acelerado de vida se ven como formas obsoletas de vida ante el crecimiento constante y paulatino de un árbol, de una planta, de una flor. Es una obra que propone una reflexión profunda en torno a nuestros antepasados, pero no desde la violencia sino desde la admiración.
Y así como estas hay muchísimas otras:
- “Diciembre” de Guillermo Calderón que habla de un Chile ficticio en guerra con Perú y Bolivia, y que ahonda en la independencia del Sur en donde el territorio Mapuche pasa a llamarse Mapu.
- “Tu Amarás” de la compañía Bonobo que a través de la llegada de extraterrestres habla de la xenofobia, el racismo y el odio muchas veces suscitado por el miedo de ver a alguien diferente.
- Y “Los Millonarios” de Teatro La María que ahonda, de alguna manera u otra, en reflexiones clasistas y raciales del Chile actual.
El catálogo es enorme, solo falta entrar a buscar…
Cada obra, novela o película abre un camino de reflexión sobre el conflicto Mapuche. Y lo cierto es que si bien no cambia absolutamente nada en relación a los hechos concretos que van sucediendo en nuestro país, son instancias de diálogo y escucha. Son momentos para detenerse y observar la realidad nacional y el camino que se quiere construir.
Conclusiones…
¿Qué hacer con todo lo que está pasando en el mundo?
Estar en la posición incómoda de no poder hacer nada concreto que repercuta realmente en los acontecimientos es difícil. Porque nada de lo que hagamos va a hacer un cambio significativo, sobre todo en esa posición de privilegio ausente de poder.
Pero sí se puede reflexionar, pensar y proponer un cambio de idiosincrasia; y el primer paso es siempre reconocerlo.
Cuestionar la educación que se nos ha otorgado es el primer paso. Interesarse por nuestra cultura, nuestros orígenes, por la fuente de nuestra idiosincrasia es siempre el primer paso. Porque así como nos interesamos por las noticias del mundo, por lo que pasa o no pasa con Trump. Así como empatizamos con George Floyd y el #blacklivesmatter, es irónico que no reflexionemos en torno a nuestras propias manifestaciones de racismo y a la manera en la que hemos articulado nuestra propia historia…
El conflicto Mapuche existe.
Está ahí.
Una opción es mirarlo y reconocerlo.
Otra opción, es seguir los pasos de esa historia oficial sobre el pueblo Mapuche. Ignorando cómodamente la existencia del problema para no tener que atender a una herida milenaria, que en estos días, ha vuelto a sangrar.