En el marco del mes del orgullo LGBTQIA+, Netflix lanzó el documental “Disclosure”, de una hora y cuarenta minutos, donde comprime, a partir de testimonios y ejemplos ilustrativos, una crítica a la industria televisiva y cinematográfica por la forma en que se ha representado a las personas transgénero a lo largo del tiempo.
Disclosure: El problema de la representación
En su definición misma, la representación es la acción de utilizar un símbolo en lugar de otra cosa. Representar es traer a la presencia algo: mostrarlo, exponerlo, tomar algún elemento para sustituir lo real. A menudo se entiende como una imagen y por ello es frecuente la alusión estética de que el arte representa la realidad. En la representación artística, el artista busca exponer, denunciar o comunicar algo de un modo no solamente informativo sino, quizá, bello (sin entrar en la discusión de qué será la belleza).
Pero la representación también está en el lenguaje, en la moda y hasta en el humor. El avance de las comunicaciones y la televisión crearon, indudablemente, nuevas maneras de representar la realidad humana y/o social. Sentirnos representados en estas formas ha sido siempre relevante para la construcción de nuestra identidad: por eso celebramos la inclusión de las distintas edades, realidades económicas o visiones políticas en las películas, series o programas que vemos.
Es común escuchar en la actualidad la molestia ante la supuesta excesiva representación de las diversidades sexuales en la televisión o el arte en general. Quienes tienen aún este espíritu conservador desconocen la lucha por la normalización de aquello que, al estar fuera de la esfera de lo representado, aparecía ante nosotros como anormal o ajeno.
Carecer de representación crea entonces una óptica sesgada de la realidad en lo que a este tema se refiere. La televisión parece haberse esmerado en mostrarnos un mundo heterosexual, cisgénero y blanco. Metiendo bajo la alfombra todos los otros grupos humanos que forman parte de la realidad, sin la representación necesaria, nuevas y nuevas generaciones crecimos viendo una realidad que no era tal, desconociendo la presencia de algunos sujetos en nuestro entorno o, lisa y llanamente, ignorando su existencia como algo más allá de un chiste.
Una revelación necesaria
El lenguaje crea realidades. O esa es la premisa que se debate cuando se habla de lenguaje inclusivo. Que si la “o” no es suficiente, que si la “e” carece de sentido. Cualquiera sea el caso del lenguaje, la premisa de que una imagen vale más que mil palabras sigue pareciendo indiscutible, máxime si hablamos de televisión y cine.
En “Disclosure”, el director Sam Feder nos invita a hacer un recorrido más o menos veloz por la historia audiovisual (principalmente norteamericana y hollywoodense), mientras intercala estos fragmentos con las declaraciones y testimonios de personas trans pertenecientes a la industria.
Las actrices Laverne Cox, Candis Cayne, el activista Chaz Bono, Lilly Wachowski (codirectora de Matrix) y otros populares nombres cuentan su proceso de transición y su percepción de este mundo al que parece que estaban destinados, pero que no parecía querer recibirlos, porque desde un principio no les representaba.
En casi 140 minutos, Sam Feder se las arregla para contarnos una historia de superación y fortaleza que toda una comunidad ha generado. Quizá desde la autogestión o quizá desde algunas fuerzas revolucionarias que un día decidieron dejar de sonreír ante las preguntas desubicadas y escabrosas de algunos periodistas.
Gracias a la fortaleza de los que no solo marcharon, sino que crearon un espacio para sus historias y para albergar, en esta todavía reciente pero maravillosa forma de arte, la normalización de las vidas y sentires de un grupo amplio de niños y jóvenes que saben que han nacido en un cuerpo que, valga la redundancia del término, no les representa. La puerta se ha abierto y con ella no solo se amplían las posibilidades artísticas y narrativas de contar historias más reales, sino también la de generar espacios seguros y cercanos para todos, todas y todes.
Y no digo que deberíamos sentirnos mal por habernos reído del histrionismo de Jim Carrey en Ace Ventura (1994), cepillándose los dientes con urgencia y desinfectando su ropa después de haber besado a una persona trans. Tampoco deberíamos culparnos por haber disfrutado de los chistes de Chandler Bing (Friends, 1994) en torno al trabajo de su padre en Las Vegas. Éramos jóvenes y careciamos del flujo comunicativo que tenemos hoy.
Como espectadores, no nos queda sino la responsabilidad de agudizar nuestro gusto de ahora en adelante. Podemos creer que no influimos en nada y que todo seguirá su curso con o sin nuestra opinión; o, por el contrario, podemos tomar la decisión en nuestras suscripciones y en nuestros clicks, de trazar el camino que seguirá la industria, tal como lo expone Disclosure de Netflix.