Muchos dijeron que el estallido social del 18 de octubre de 2019 no lo vieron venir y otros, que no estaba prendiendo. Algunos más avezados diciendo: “sabíamos que había desigualdad, pero no creímos que les molestara tanto”. Lo cierto es que sí había un descontento palpitante que muchos artistas percibieron y supieron plasmar en sus trabajos.
Muchos de ellos lo hicieron a través del cine, de ahí que en La Máquina seleccionamos diez piezas audiovisuales que le tomaron la foto a esta “copia feliz del Edén” y a varios de sus vicios y falencias escondidos bajo la alfombra, antes de que implosionaran.
Tenemos para todos los gustos. Drama, comedia, policiales, ciencia ficción y también documentales. Seguramente en el futuro tendremos muchas películas sobre el 18 de octubre (ya tenemos el documental #ChileDespertó. Revisa la entrevista a su director aquí), hasta entonces podemos deleitarnos con estas cintas que se adelantaron en buena medida a la noche más oscura que vivió Chile en décadas.
No (2012)
La primera película chilena nominada al Oscar. El filme cuenta la historia de René Saavedra (interpretado por el mexicano Gael García Bernal), el publicista encargado de dirigir la campaña del No en el histórico plebiscito que puso fin a la Dictadura de Augusto Pinochet, con una campaña que tuvo como eslogan “La alegría ya viene”.
Para algunos, esta cinta marcó el fin de la transición, pues cuando se logra hacer una película de un período o hecho histórico, es porque este ya está superado. O eso creímos, al menos.
Una escena en particular es bastante elocuente. Cuando los creativos del No están planificando los contenidos de la franja, el personaje de Diego Muñoz propone una de sus ideas eje: “No +”, lo que debía marcar la gente en la papeleta. Un símbolo bastante polisémico, pues cada uno de los presentes tiró las ideas que se le venían a la cabeza al verlo.
“No más tortura, no más muertes, no más abusos”, soltó el realizador encarnado por Néstor Cantillana, el más comprometido con la causa. Mientras que el personaje de Marcial Tagle, un publicista más bien indiferente a la dictadura, agregó “No más deudas, no más intereses, no más cuentas por pagar”.
A algunos en la sala de cine les sonó chistoso y a otros tragicómico: efectivamente muchos entendían a la “alegría” como el fin de la dictadura y del modelo político y económico levantado por el gremialismo y los Chicago Boys. Pero contrario a lo que muchos esperaban, Pinochet entregó la banda presidencial el 11 de marzo de 1990… y siguió siendo Comandante en Jefe del Ejército por ocho años más.
No solo eso. Las AFPs siguieron tal cual, las isapres siguieron tal cual, la educación superior siguió costando un ojo de la cara y la educación pública disminuyó dramáticamente su calidad a medida que pasaban los años (hoy 43% de los chilenos son analfabetos funcionales). Todo lo anterior, ha determinado que el 70% de los chilenos esté endeudado, para decepción de Tagle. La constitución siguió siendo, aunque con reformas, en esencia, la misma. Recién en 2005 se eliminaron los senadores designados y 12 años después el sistema binominal.
Llegó la democracia, pero el modelo siguió siendo el mismo. Para algunos, la Concertación profundizó el modelo, para otros lo perfeccionó. Sea como sea, la sensación general es que la Alegría nunca llegó. Una campaña que dejó a muchos frustrados en el bando ganador: ¿irá a pasar lo mismo en un eventual triunfo del Apruebo? ¿Ahora sí lograremos cambiar el modelo? ¿La Alegría ahora viene para quedarse?
El Derechazo (2013)
Bruno (Diego Muñoz) es un “ecodocumentalista” quien, tras fracasar con sus documentales sobre el medioambiente, se reinventa como periodista político e inicia una investigación que lo llevará a involucrarse en lo más turbio de la alta política en la antesala de las elecciones presidenciales de 2013.
Políticos conocidos de la derecha y de la Nueva Mayoría, son parodiados con chistes que parecen sacados del The Clinic: muy internos, satíricos y propios de la contingencia. Y es que el humor político estuvo de moda ese año. Poco después de El Derechazo, el imitador Stefan Kramer estrenó su segunda película, El Ciudadano Kramer, donde él mismo parodiaba a los candidatos y políticos del momento. Eso sí, el comediante tomó nota del error de El Derechazo y buscó que los chistes fueran lo más atemporal posibles.
Ambas películas representaron la misma idea: el hartazgo de los chilenos con la totalidad de la clase política, de izquierda y de derecha. Tanto Kramer como Diego Muñoz finalizan sus respectivos filmes con un monólogo donde hacen un llamado a la clase política a tener un poco de humildad, recuperar el cable a tierra y ser verdaderos servidores públicos, no gente que se sirve del público.
Ese año terminó con una elección presidencial donde participó menos del 50% del padrón electoral. Mismo patrón se repitió cuatro años después. Más de la mitad de los chilenos, sencillamente no le creía a ningún político.
El verano de los peces voladores (2014)
María Helena (Francisca Walker) es una adolescente que va a pasar el verano en el fundo de su padre, Francisco, a los pies de un lago en la Araucanía. Allí, la joven será testigo de muchas de las injusticias y violencias propias de la zona roja del conflicto mapuche.
La película resume gran parte de los elementos que componen este conflicto. Representa la violencia por ambos lados, pero se enfoca en la élite latifundista y en su completa desconexión con la realidad, la cual no hace más que azuzar los problemas.
El mismo padre de María Helena es un latifundista que quiere exterminar a las carpas –peces- del lago con el mismo ímpetu con que ahuyenta a los mapuche de sus tierras. Entremedio, se manda varias cuñas de antología. “Agradezca los privilegios que tiene”, le espeta don Francisco a su hija; “¿deuda histórica…? ¡nunca han sido dueños de nada!”, comenta uno de sus amigos sobre las demandas indígenas; “me tiene sin cuidado lo que diga el juez”, exclama Francisco hacia el final del largometraje, cuando se mete en un lío luego de que uno de sus empleados le dispara en la noche a un joven mapuche.
Don Francisco se adelantó a Matías Pérez: es el prototipo del millonario déspota y prepotente que se cree un auténtico señor feudal en su segunda vivienda. Poco le faltó para decir “fuera de mi lago”. No es casual que la bandera ícono del movimiento social, presente también en la inmortal foto de los manifestantes escalando la estatua de Baquedano en Plaza Dignidad, sea la Wenufoye, la bandera del pueblo mapuche. Y es que nuestros aborígenes fueron los primeros en sufrir la desigualdad, la opresión del más fuerte sobre el más débil, hace ya 500 años.
Esta es una película lenta, como el conflicto mapuche, casi como filmada en cámara lenta: entre los bosques, las lluvias y la neblina del wallmapu.
Chicago Boys (2015)
Este documental de la periodista Carola Fuentes es una pieza imprescindible para entender el modelo neoliberal. La película sigue la historia de los “Chicago Boys”, los economistas chilenos que hicieron un posgrado en economía en Harvard, donde fueron alumnos del padre de la economía monetarista o de libre mercado: Milton Friedman. Cuando la tónica en el resto del mundo era que el Estado tuviera una presencia activa en la economía, la regulara y mantuviera impuestos altos para financiar programas de seguridad social, Friedman decía otra cosa: “The market knows” (“el mercado sabe”). Mientras menos Estado, mejor.
Los primeros en implementar esas ideas fueron los Chicago Boys, colaboradores fundamentales de la dictadura de Pinochet. La implementación del modelo neoliberal en Chile significó una auténtica “terapia de shock”: la pobreza y el desempleo se dispararon y Chile pasó por dos graves crisis económicas antes de ver los frutos del nuevo modelo a fines de los 80s.
Hoy, los veteranos economistas se enorgullecen de su legado. El modelo modernizó a Chile, sacó a un tercio de los chilenos de la pobreza y cimentó las bases de la mejor economía de Latinoamérica. Eso es lo que dicen en todos los seminarios a los que van, al menos.
Es muy elocuente una escena del documental, donde los economistas se reúnen a hablar de los logros del modelo, mientras en la calle una marcha estudiantil pasa en frente del mismo edifico. “Creo que ellos quieren que todo sea gratis. Eso no es posible”, comenta Arnold Harberger, maestro de los Chicago Boys, sin darle mucha importancia al asunto.
Los economistas parecen ignorar que el 70% de los trabajadores en Chile gana menos de $550.000; el 80% de los jubilados recibe pensión menor al salario mínimo ($320.000) y el 70% de la población está endeudada. Pero todos estos números no son relevantes para los Chicago Boys, para ellos solo importa el PIB y la inflación. ¿Y cómo solucionamos estos problemas? Simple, la solución es más crecimiento económico, dicen. Con un Estado chico que garantice la libertad de comercio basta y sobra…
El Tila (2015)
“El Tila” está basada en la historia real de Roberto Martínez (Nicolás Zárate), alias “el sicópata de La Dehesa”. Roberto fue un delincuente poco usual: desde muy pequeño demostró una gran inteligencia, sensibilidad artística y talento para el dibujo, pero tuvo la mala suerte de nacer en un contexto marginal. La pobreza, el hambre, un padre ausente y el narcotráfico fueron factores que lo empujaron al mundo del crimen siendo apenas un niño.
Pasó casi toda su vida en casas del Sename, donde fue violado por sus compañeros. Una vez que lo devolvieron a la calle, se dedicó al crimen en el sector alto de Santiago, culminando su carrera delictual con el asesinato y descuartizamiento de su novia.
Mientras espera su sentencia, su nombre aparece en los medios de todo el país, escribe sus memorias desde su celda y es entrevistado por una periodista (Daniela Ramírez). Como era de esperarse, Roberto justifica todo su actuar, con respuestas resentidas, pero ingeniosas.
La reportera le pregunta por qué no aprovechó todas las oportunidades que se le dieron en el Sename, donde se inició como escritor, participó en talleres de teatro y ganó premios por sus pinturas. “Eran oportunidades pa’ puro sacarse fotos ellos”, acusa el Tila, y se explaya con una elocuente metáfora: en el Sename todos le decían que saliera del agujero en que estaba, le tiraron una cuerda para que pudiera trepar, pero una vez arriba… descubrió que del otro lado no había nada, solo otro agujero.
“Lo más que gané trabajando honestamente fueron 60 lucas”, acusa Roberto. Poco antes de que le dieran cadena perpetua, el joven se ahorcó en su celda en 2002 a la edad de 26 años.
El Tila es nuestro Joker: un asesino sádico y despiadado, pero también una pobre víctima del sistema, cuya historia de dolor, recibido y provocado, generó la fascinación de los medios y del público masivo. Al igual que el personaje de Joaquín Phoenix, el Tila debió sobrevivir en un difícil contexto vulnerable y hacer frente a una sociedad con poco o ningún interés por integrarlo.
Ambos también son igual de autocompasivos. ¿Todo esto justifica su actuar? Por supuesto que no. Pero sí podemos entenderlo y hacernos la idea que él no es el único. Por algo una de las grandes consignas de las manifestaciones es “No + Sename”. Jóvenes como El Tila hay muchos todavía dando vuelta entre las poblaciones. Y con el estallido social, varios migraron de la periferia de la ciudad a Plaza Dignidad. Ex niños Sename que dan a conocer su descontento y falta de oportunidades tirando piedras encapuchados contra el guanaco. De patear piedras en San Miguel a tirar esas mismas piedras en la Zona Cero. El baile de los que sobran nunca termina.
Mención especial merece la película Niñas Araña, también basada en un caso real y con una trama bastante similar, pero protagonizada por mujeres y con un final menos trágico. Y es que niños y niñas vulnerables sufren por igual las injusticias de este sistema, y acumulan rabia y resentimiento por igual. O como diría el siquiatra Karl A. Menninger “lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad”.
El primero de la familia (2016)
Tomás Rojas (Camilo Carmona), de 23 años y residente de una población anónima, es el gran orgullo de la familia y de todo el barrio: no solo estudia medicina, sino que partirá, gracias a una beca, a continuar sus estudios en Londres, Inglaterra. Con muchas felicitaciones y una fiesta de despedida de por medio, sus últimos días con su familia estarán marcados por un problema con el alcantarillado.
No es casual que el afiche muestre a Tomás sacando la cabeza de la alcantarilla. “Basada en una realidad que incomoda”, como reza el mismo póster, la historia de Tomás es una excusa para mostrarnos muchos de los vicios del modelo neoliberal chileno.
“El 38% de los gastos mensuales de un hogar chileno se destinan al pago de deudas”, es una de las estadísticas que se leen en el tráiler. El patriarca de esta vulnerable familia es un obrero empeñoso, al que, no obstante, no quieren pagarle su último mes de trabajo. “Más de 1 millón de chilenos recibe órdenes y cumple horarios, pero no tiene contrato”, dice el tráiler.
Por si fuera poco, su mujer tuvo un accidente laboral y, producto de una hernia mal operada en la espalda, no puede volver a trabajar, ni le quieren pagar las imposiciones. Su drama es una elocuente muestra de un sistema público de salud donde mueren más de 1000 personas al año en listas de espera. Por si fuera poco, la hermana menor de Tomás está embarazada de un delincuente del barrio. “El 12% de las adolescentes es madre o está embarazada”, agrega el tráiler. Culpa en buena medida de una derecha hiperconservadora que aún hoy se resiste a implementar educación sexual en los colegios.
Para la mayoría de los personajes, la promesa de meritocracia del modelo era solo una ilusión. La única luz de esperanza entre la decadencia de esta alcantarilla parece ser Tomás. Pero su beca es casi una limosna. Como Los Juegos del Hambre: se les da oportunidades reales solo a una minoría, para mantener esperanzada y controlada a la inmensa mayoría.
Aquí no ha pasado nada (2016)
Otra película chilena basada en un caso policial real. Y en uno bastante bullado: cuando Martín, el hijo del senador RN Carlos Larraín, fue acusado en 2015 de atropellar y asesinar a un hombre en estado de ebriedad. Tras una serie de irregularidades y vuelcos en el juicio, que incluyeron un cuantioso soborno a la viuda de la víctima, se determinó que Martín no iba manejando el auto. Un caso de corrupción groseramente obvio donde quedó claro que la justicia no es ciega ni igual para todos, sino que obedece a quien tenga la mejor billetera y red de contactos. El revuelo que causó en el país, llevó a que el siguiente año se estrenara la cinta “Aquí no ha pasado nada“.
“Hay un 5% de chilenos que no importa lo que hagan, no van a la cárcel”, dice el afiche de la película. Eso se llama tener privilegios. Y es una tradición que viene desde la colonia: cuando Chile era parte de una monarquía y era gobernado por una nobleza, conformada por condes y marqueses. Los nobles no solo eran ricos, sino que no pagaban impuestos y tampoco iban a la cárcel. Con la independencia, Chile se convirtió en una república y todos pasamos a ser iguales ante la ley. Supuestamente esos privilegios debieron haber desaparecido, pero después de 200 años… vemos que no es así.
Los Larraín llegaron a Chile en siglo XVIII y desde esa época que conservan su dinero y sus privilegios. Y no son los únicos. Hemos visto a empresarios corruptos que los condenan a tomar clases de ética, pero no a ir a la cárcel. Y a otros pagar multas ridículamente bajas por eludir al fisco con sumas muchísimo más altas. He ahí una de las grandes demandas de este movimiento social: el fin de los privilegios.
Esta película parte como una crónica de la típica noche de unos zorrones en la playa. Mucho sexo, drogas y alcohol. Entremedio los reventados jóvenes atropellan a una persona, y el protagonista, Vicente Maldonado, es sindicado por su amigo Manuel Larrea (por razones obvias no podían ponerle “Martín Larraín”) de ser quien manejaba el auto al momento del accidente.
Injustamente acusado, Vicente se pelea con la familia Larrea y sus amigos, que ya no le contestan sus llamadas ni lo invitan a sus carretes. Así y todo, durante el proceso legal sigue bebiendo y teniendo sexo casual con pinches casuales. Eso quizás es lo más dramático de la película: en ningún momento nadie llora ni muestra arrepentimiento por lo que hicieron. Ni se menciona a la viuda de la víctima. Lo único que le interesa a esta juventud ABC1 es zafarse del cacho, que los abogados de sus papás lo resuelvan todo, y volver a su vida normal de excesos y desconexión total con la realidad.
Se realiza el juicio, mienten todo lo que tienen que mentir y después son todos amigos de nuevo y vuelven a carretear todos juntos bajo el mismo techo. ¿Y los reclamos de Twitter y de la ciudadanía allá afuera? ¿Y los cargos de conciencia? ¡qué importa! Aquí no ha pasado nada, salvo sexo, drogas y alcohol.
Johnny 100 pesos 2 (2017)
Para Johnny no fueron 30, sino 100 pesos. Y tampoco fueron 30 años, sino 20 años y un día. El germano-chileno Gustavo Graef Marino vuelve a filmar en suelo nacional y lo hace nuevamente con su ojo panorámico de halcón y una ácida crítica del oasis neoliberal de América Latina.
Juan “Johnny” García fue a prisión por menos de un año tras haber participado, con sólo diecisiete años, por un caso de robo con rehenes a comienzos de los noventas. En la cárcel se ganó dos décadas extra de condena por haber asesinado a un tipo que intentó violarlo. Injusto, pero así es el sistema.
Así, el personaje interpretado por Armando Carraiza debió pasar más de la mitad de su vida preso. Tiempo que le cundió, no sólo sacó músculo, sino que aprendió un oficio: restaurador de libros antiguos. Por inercia, terminó volviéndose un ávido lector, se instruyó y aprendió mucho más de lo que le enseñaron en el colegio. Finamente cumple su condena, lo liberan de la cárcel con un traje limpiecito y una tarjeta bip que no sabe usar muy bien. Sale con ganas de trabajar en su nuevo oficio, pero se topa con un país muy distinto al que dejó cuando lo encerraron tras las rejas.
A partir de aquí, viene un choque de épocas digno de Brendan Frasser en Mi novio atómico. O de Francisco Perez-Bannen en Veinteañero a los cuarenta. Johnny entró a la cárcel cuando Chile retornaba a la democracia con un 40% de pobreza y unos usureros de poca monta -las víctimas de su atraco- lucraban con robo hormiga en una casa de cambio (no olvide ver la primera parte, las referencias a la primera cinta en este film son constantes). Salió más de 20 años después para toparse con “el Jaguar de América Latina”.
La trama lo lleva a hospedarse en un lujoso departamento frente al Sanhattan, cumbre del desarrollo inmobiliario y económico de la nueva democracia. Entre sus descubrimientos del nuevo Chile, está que para un exconvicto es más fácil endeudarse por un perfume en un mall (pues sus antecedentes económicos están “intachables” según la vendedora) que conseguir empleo, y menos en algo que implique reutilizar cosas en una consumista sociedad donde todo es desechable. También está el drama de su hijo Juan (Lucas Escobar) quien debió abandonar sus estudios de medicina por no poder pagarlos (la película se estrenó cuando recién comenzaba a implementarse la gratuidad).
La crítica al desarrollo inmobiliario de Santiago también es explícita: la población donde creció Johnny sigue exactamente igual a la primera película. No sólo eso, el villano de la historia, el empresario Echaurren, tiene una inmobiliaria que se dedica a derrumbar barrios patrimoniales para construir altísimas torres. Este empresario no se dedica al robo hormiga, sino a eludir al fisco con millones de dólares. El diálogo final entre éste personaje y Johnny es de antología: le restriega en la cara todos los vicios de una elite acostumbrada desde tiempos inmemoriales a pisotear al más débil y lucrar con su sufrimiento.
Todo esto en medio de una trama de mafiosos, pistoleros y narcotraficantes. Acción y aventuras armónicamente entrelazadas con la crítica al clasismo y la desigualdad que carcome a la sociedad chilena. Una película entretenida, que pasó más desapercibida de lo que se merecía, y digna secuela de un clásico de los noventas.
Noche (2018)
Film de ciencia ficción del cineasta Inti Carrizo- Ortiz que parte con un peculiar fenómeno astronómico: el sol ha sido bloqueado por una fuerza desconocida y la Tierra entera queda a oscuras durante cuarenta y dos días. El pánico cunde, hay que hacer filas para obtener una ración de vitamina D, comienzan los saqueos y el gobierno saca los militares a la calle.
Entremedio de todo este caos, Gabriel (Carlos Talamilla), busca desesperadamente a su novia, Claudia, detenida injustificadamente por los militares. A medida que investiga, Gabriel descubre una conspiración, los poderosos sabían que esto iba a pasar, todo es parte del “Protocolo Noche”, y de las sombras surge un guerrillero desconocido, el Comandante Proxy, quien lucha contra la represión del gobierno.
La película juega con muchos de los temores clásicos de los chilenos: los desastres naturales, la dictadura militar, el caos, la desigualdad, la injusticia social, la corrupción de los políticos y los militares, y la vieja sospecha de que hay una conspiración de los gobernantes y los poderes fácticos en contra nuestra.
Aún más trágico que el final, es el hecho de que las escenas de los carabineros reprimiendo manifestantes no son actuadas, sino que datan de las protestas estudiantiles de 2011. Verlas hoy, eso sí, da la sensación de que esta película se filmó en 2019.
Araña (2019)
En esta nueva cinta de Andrés Wood, se nos cuenta la historia de Gerardo (Marcelo Alonso), un veterano exmiembro de Patria y Libertad, quien vuelve a Chile tras pasar 40 años en Argentina con el objetivo de resucitar al extinto movimiento paramilitar de ideología ultranacionalista y fascista.
Basado libremente en la vida de Roberto Thieme y el caso del edecán presidencial muerto a manos de PyL, esta película nos muestra hábilmente el otro lado de la historia. Ese bando que también está descontento, pero que es opuesto a todo movimiento o reivindicación progresista. Cada villano es un héroe dentro de su propia mente, y Andrés Wood se mete en la cabeza de un sicópata fascista de forma diestra y perturbante.
Marcelo Alonso se adelantó a Sebastián Izquierdo y su Capitalismo Revolucionario. Una ultraderecha que está despertando no en el barrio alto, sino en las poblaciones, y las capas más marginales de la sociedad. El “orgulloso facho pobre”, en palabras del mismo Izquierdo, que ve en los inmigrantes y los gobiernos de izquierda las causas de todos sus males (desempleo, delincuencia, decadencia…), y opta por tomar las armas y seguir a este líder mesiánico en su cruzada contra la modernidad.
Preocupante que sólo unos meses después de su estreno, el símbolo de Patria y Libertad volvió a verse graffiteado en las calles, tras el paso de los manifestantes del Rechazo.