En tiempos de TikTok e historias de Instagram de 15 segundos, una película de casi tres horas puede parecer una eternidad. Este no es el caso de Una batalla tras otra, la décima película del cineasta Paul Thomas Anderson. Con un ritmo frenético que entremezcla acción, persecución y comedia, el filme del ocho veces nominado a los premios Oscar asoma como una de los mejores estrenos del año. Entérate en La Máquina.
Inspirada en la novela Vineland de Thomas Pynchon (segunda adaptación de PTA de aquel autor, tras Inherent Vice en 2014), Una batalla tras otra aparece como una de las películas más políticas y contingentes del cineasta, que debutó en el cine con Hard Eight en 1996. El filme puede dividirse en dos partes. La primera, seguimos al grupo revolucionario French 75, una agrupación que lucha por la dignidad de los inmigrantes. Ahí conocemos a Ghetto Pat/The Rocketman (posteriormente Bob Ferguson), un revolucionario que interpreta Leonardo DiCaprio y Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor), su compañera de lucha y amante.

Entre las explosiones y las consignas, los revolucionarios tienen una hija llamada Willa. Esto cambia el vínculo de DiCaprio con la rebelión, no así de Perfidia. Luego de un robo frustrado en el que ella participa, comienza una ola de arrestos por parte del temido coronel Steven Lockjaw (interpretado magistralmente por Sean Penn). Así, DiCaprio debe pasar a la clandestinidad. Deja atrás sus años como Ghetto Pat y toma la identidad de Bob Ferguson, mudándose a una localidad rural junto a su hija.
Luego de esta primera parte, damos un salto de 16 años. El exrevolucionario ha cambiado el pasamontañas por una bata. Pasa los días derrotado, viendo películas sobre la revolución, como La batalla de Argel, y entregado al exceso de cerveza y marihuana. Bob Ferguson está alejado de toda causa cuando se activa la persecución. La localidad de Baktan Cross se torna un campo de batalla colmado de militares y policías. Similar a los registros de las redadas del ICE, el Servicio de Control de Migración de Estados Unidos. Lockjaw, por razones que prefiero no spoilear, va tras Bob y Willa, desencadenando una frenética persecución, filmada de manera perfecta.

Mark Fisher popularizó la cita “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. La frase cobra sentido en el modo en que Anderson retrata a los revolucionarios. Con el tiempo, la utopía se agota y sus personajes lo demuestran (salvo excepciones). En Vineland, el enemigo son los movimientos contraculturales en tiempos de la guerra de Vietnam. Una batalla tras otra, el choque se da entre el supremacismo blanco y la inmigración.
El conservadurismo ya no ataca a los hippies, sino a los inmigrantes. La cinta traslada la estética y las consignas de los movimientos del siglo pasado al ahora. Como si la revolución nunca pudiese concretarse y solo cambia su motivo. Todo esto puede leerse como una crítica al sueño americano y un retrato a la violencia sistémica de Estados Unidos. Algo que resuena con la actualidad de Donald Trump.

Una batalla tras otra tiene un ritmo desenfrenado, cargado de momentos hilarantes –al igual que casi toda la filmografía de PTA–, pero con escenas de acción a un nivel nunca antes visto en sus trabajos. Un colaborador recurrente de Anderson, que repite en Una batalla tras otra, es Jonny Greenwood (guitarrista de Radiohead y nominado a los Óscar a Mejor Banda Sonora con The Power of the Dog, y Phantom Thread, del director que hoy nos convoca). El músico británico es el encargado de musicalizar la película, compatibilizando sus composiciones con los planos cuidados, las experimentaciones con la cámara y el aspecto visual de Michael Bauman (el mismo de Licorice Pizza).
Además de Leonardo DiCaprio, Teyana Taylor y Sean Penn, Benicio del Toro aparece como un sensei de karate latino, que ayuda a inmigrantes ilegales en las redadas. El personaje es secundario, pero no deja de ser un gran elemento. Aporta momentos divertidos y calma en minutos críticos. Chase Infiniti personifica a Willa, en un rol fundamental durante la segunda parte de la película. Este es el debut de Infiniti en largometrajes, luego de haber participado en la serie Presunto inocente y una aparición en el video Darling, I, de Tyler, The Creator.

Con Una batalla tras otra, PTA demuestra una versatilidad envidiable. Solo pensar que pasó de un coming-of-age entrañable como Licorice Pizza a Una batalla tras otra dice mucho. Ya finalizando el año, se puede decir que este filme asoma como la candidata a ser la película del año. Una película frenética, compleja y ambiciosa, que funciona a la perfección. Casi tres horas que fluyen sin sentirse, entre el humor y la tensión, que pueden leerse como un llamado de atención frente al contexto político actual.