En conversación con La Máquina, Sebastián Pereira compartió detalles sobre cómo fue dirigir y escribir el documental “Nada es como antes”, que expone las dificultades vividas por el colectivo artístico La Patogallina, al adaptar Romeo y Julieta de William Shakespeare para el director televisivo Vicente Sabatini (Los Pincheira, El circo de los Montini, Romané, entre muchas otras) en medio de las restricciones e incertidumbres que afectaban al medio artístico chileno durante el auge de la pandemia de COVID-19.
Nada es como antes es un proyecto audiovisual co-producido por La Patogallina y La Copia Feliz, con la colaboración de Fundación Teatro a Mil y el Centro Cultural CEINA. Su estreno en salas independientes será el 7 de agosto en todo Chile, gracias a Miradoc Estrenos.
La Patogallina es una agrupación artística conformada por un amplio espectro de integrantes que, durante casi treinta años, ha explorado diversas formas de expresión artística: obras de teatro, música, producciones audiovisuales, espectáculos callejeros, entre otros. Actualmente, permanecen en el colectivo tres de sus fundadores: Eduardo Moya, Rodrigo Rojas y Martín Erazo.
Sebastián Pereira, además de ser cineasta y guionista, es actor, y ha incursionado en la dirección y producción cinematográfica en proyectos como Los iluminados (2016), además de tener experiencia en la realización de microdocumentales. Nada es como antes es su primer largometraje documental.

¿Cómo te sientes ahora que se estrenará tu ópera prima?
Estoy muy entusiasmado y expectante por lo que pueda ocurrir con la película. Para un cineasta, estrenar significa encontrar y reafirmar el sentido de hacer cine. Lanzar una cinta que nace desde un momento visceral y espontáneo, en la actualidad, es un desafío complejo. Estamos ansiosos, entusiasmados y, sobre todo, contentos. Esto no lo esperábamos cuando comenzamos a hacer la película.
¿Siempre quisiste llevar a la pantalla grande un proyecto sobre el teatro chileno o sobre La Patogallina?
Siempre me ha interesado el teatro, un espacio en el que he trabajado muchos años, incluso antes de estudiar Cine. Yo quería ser actor y entré a estudiar Cine con la intención de ser director, motivado por la relación que existe entre actores y directores. Sentía que ahí había una comunicación más fluida entre ambos mundos.
Luego regresé al teatro y trabajé en compañías haciendo contenido audiovisual. Colaboré varios años con Fundación Teatro a Mil en el desarrollo del proyecto teatroamil.tv, lo que me permitió trabajar con muchas otras compañías, generando archivos, microdocumentales y entrevistas. Siempre me ha interesado el archivo teatral, no necesariamente como película, sino como material de valor para futuras generaciones o académicos, una especie de documento audiovisual.
La Patogallina surge en ese contexto: mientras trabajaba en algunos microdocumentales, los conocí y me involucré más con ellos. Siempre sentí una gran admiración por su trayectoria y su trabajo colectivo. Ese fue el impulso para hacer este gesto cinematográfico, vinculado a una compañía con la relevancia que tiene La Patogallina.

¿Qué fue lo más sorprendente de realizar este documental?
En un contexto de crisis sanitaria casi apocalíptica, el teatro se reveló como un espacio de resistencia. Trabajar en una obra en una sala vacía fue una desconexión total de la realidad. Era como meterse en un búnker. Me emocionaba ver la pasión y convicción de los artistas por seguir creando en medio de un momento tan crítico, sin público ni funciones.
En los actores y actrices de La Patogallina vi la firmeza de que el teatro seguiría existiendo aunque el mundo se acabara. Había algo profundamente poético en esa idea. Me hizo reflexionar mucho sobre la creación como un motor humano para sobrevivir a las crisis. El teatro, históricamente, ha sido una forma de resistencia frente a contextos universales y políticos complejos.
También me sorprendió profundamente el espíritu colectivo, la camaradería y la intimidad que se genera en una compañía de teatro. Es un espacio muy íntimo y lleno de confianza, donde los vínculos entre personas y personajes se entrelazan profundamente.
¿Hubo inquietudes, modificaciones o riesgos personales al hacer Nada es como antes?
Cuando me ofrecieron hacer el documental, ya había conversaciones previas con Martín Erazo, director artístico de La Patogallina. Intuía que podía surgir algo, pero no tenía claridad de lo que estábamos construyendo. No conocía a todos los actores y actrices convocados para Romeo y Julieta, así que fue un proceso de descubrimiento.
La película se fue escribiendo sobre la marcha. Ocurrieron situaciones inimaginables, que parecían ficción, pero fueron reales. Lo que partió como un registro terminó transformándose en una película. No esperábamos que Nada es como antes llegara a donde está hoy. El rodaje fue muy vertiginoso: cada día era una escena ganada ante la incertidumbre de un posible nuevo encierro.

Llama la atención que tu filme llegue después del estreno de dos cintas chilenas que exploran el falso documental. ¿Qué opinas sobre esa coincidencia y la recepción de Denominación de origen y Los People in the Dragon?
Es una bonita sincronía generacional. Me encantó Denominación de origen, también vi Los People in the Dragon y me gustó mucho. Ambas películas refrescan el panorama del cine chileno, mostrando que se puede hacer cine diferente y arriesgado, con elementos de comedia y humor.
Siento que hay una generación empujando un cine alternativo, con contenidos distintos, presupuestos ajustados, actores no profesionales, etc. El éxito de Denominación de origen demuestra que el público quiere ver historias locales, personajes entrañables y relatos que conecten con nuestra idiosincrasia chilena.
¿Qué hace única a Nada es como antes frente a otros documentales chilenos?
El documental tiene la particularidad de parecer ficción, y a la vez, una ficción que podría pasar por documental. Esa ambigüedad le da un misterio especial. No intentamos contar toda la historia de La Patogallina porque es una compañía demasiado rica y compleja para resumirla en un solo largometraje.
Esa liberación nos permitió jugar con estructuras narrativas distintas, explorar otras formas, y destacar elementos únicos como la participación de Vicente Sabatini, figura clave en el imaginario de quienes crecimos viendo sus teleseries. Estar filmando esta obra con Sabatini al mando fue una experiencia cargada de nostalgia, que sumada a la historia de La Patogallina, le da a la película una identidad única.

¿Este estilo narrativo es algo que quieres seguir desarrollando en tu carrera?
Cada película tiene su propia vida. Me gusta enfrentar cada proyecto de forma distinta, según lo que la historia demande. No hay una fórmula única.
Filmamos otra película en Cuba, con la que estuvimos en Cannes Docs, y también co-dirigí Viajero inmóvil con Fernando Lavanderos, que ganó Mejor Película en Cine Chileno del Futuro en el Festival de Cine de Valdivia. Gracias al premio en Cannes Docs, pudimos finalizar la postproducción de sonido. Esa cinta está lista para estrenarse, y Nada es como antes funciona casi como un anticipo de ese nuevo trabajo.
Me interesa seguir experimentando con los límites entre ficción y documental, ser un director versátil, y trabajar con distintos lenguajes. Ojalá podamos contar con más fondos en el futuro. Eso sí, pienso en el tiempo: si cada película me toma diez años, ¿cuántas podré hacer? Por eso creo que un cineasta debe estar en ejercicio constante, creando y explorando.
¿Cómo crees que será la recepción del público con Nada es como antes?
Estamos muy expectantes. Espero que el público lo pase bien, que disfrute este viaje tras bambalinas, donde se muestra cómo se prepara un actor, cómo se construye una obra desde dentro. La película retrata con cariño el proceso colectivo del teatro, con mucho humor y extrañeza.
Es una mirada íntima a un mundo que el espectador común no suele ver. Tiene todos los elementos para conectar, emocionar y dar que hablar.