Ruidosa Fest (Día 2): Revolución, diversidad, maestría, rito y refugio

Con grandes shows de Mon Laferte y Francisca Valenzuela, Ruidosa Fest culminó su segunda jornada en lo alto, confirmando edición para 2026.

El domingo 12 de octubre, el Parque O’Higgins se convirtió nuevamente en territorio de resistencia y belleza. La segunda jornada del Ruidosa Fest 2025, producido por Bizarro, fue una celebración del talento femenino y disidente en toda su magnitud: un espacio donde la emoción se mezcló con la denuncia, donde los sintetizadores convivieron con las guitarras folclóricas, y donde el cuerpo y la palabra se transformaron en vehículos de libertad.

Más que un festival, Ruidosa fue —una vez más— un manifiesto sonoro sobre lo que significa crear, habitar y resistir siendo mujer o disidencia en una industria que aún carga con desigualdades. Desde la oscuridad ritual de Javiera Electra hasta el cierre emocional y apoteósico de Mon Laferte, la jornada fue una montaña rusa de estilos, intensidades y convicciones.

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Javiera Electra: la oscuridad que ilumina en Ruidosa Fest

La tarde abrió con una imagen casi cinematográfica: Javiera Electra apareció en escena vestida de negro, guitarra en mano y mirada desafiante. El viento acompañaba su voz profunda, una voz que parecía salir desde la entraña del desarraigo. Su reinterpretación de “La Llorona” no fue una versión más: fue un exorcismo. Con una estética oscura y una carga emocional devastadora, su show osciló entre lo ritual y lo político, cerrando con una frase que estremeció al público: “¿Dónde está María Ercina?”.

Electra inventa un nuevo género: el dark cueca, una mezcla entre folclor, sintetizadores y poesía sombría. Es una artista que desafía las convenciones del sonido nacional, que pone la tradición patas arriba y la vuelve contemporánea. En un país donde lo experimental muchas veces se invisibiliza, lo suyo fue una sacudida.

Daniela Millaleo: canto de tierra y memoria en Ruidosa Fest

El sonido del viento y los violines acompañó la entrada de Daniela Millaleo, una de las voces más comprometidas del sur de Chile. Su presentación fue más que un concierto: fue un rito ancestral. Sus letras cargadas de crítica social, su voz caprina que a ratos quebraba el aire, y la presencia espiritual de su banda —destacando el violinista— construyeron un relato que hablaba de lucha, despojo y dignidad.

Millaleo no busca agradar, busca conmover. En cada verso se percibía la memoria de los pueblos, el dolor y la rabia contenida. Su show fue una travesía emocional que recordó que el arte también puede ser trinchera.

Otra Otra: la fantasía como refugio

Cuando la actriz y cantante Elisa Zulueta apareció en el escenario junto a Pablo Ilabaca, el ambiente cambió radicalmente. Con Otra Otra, la música infantil se convirtió en una experiencia intergeneracional, teatral y profundamente necesaria. Entre risas, historias y canciones que desbordaban ternura, el público —niños y adultos por igual— se entregó a ese universo amable y colorido que propone el grupo.

Zulueta brilló como narradora y cantante; Ilabaca, como cómplice musical. En tiempos convulsos, su show fue un recordatorio de que también se puede resistir desde la alegría, desde el juego, desde lo que todavía nos queda de infancia.

Masquemusica: elegancia y fuego en una misma voz en Ruidosa Fest

El escenario se transformó en una fiesta de groove cuando Masquemusica tomó el micrófono. Macarena, con una voz que se mueve entre el soul clásico y el R&B más contemporáneo, entregó uno de los shows más sólidos de toda la jornada. Su dominio escénico, su complicidad con los músicos y su conexión inmediata con el público hicieron de su presentación una clase magistral de carisma y talento.

Cantó temas de su nuevo disco y repasó algunos clásicos, todos envueltos en un aura sofisticada que la consolida como una de las grandes figuras del soul nacional. Su energía fue contagiosa: la gente bailó, coreó y se rindió ante su poder vocal. Fue, sin duda, uno de los puntos más altos del día.

Chini.png: del color al caos

Con Chini.png llegó la psicodelia, el juego y la desobediencia. Su show fue una mezcla fascinante de teatralidad, humor y distorsión. Con una puesta en escena llena de colores y simbolismos, la artista navegó entre el rock alternativo y la fábula experimental.

A diferencia de su actuación en Fauna Primavera 2024, en esta ocasión se mostró más madura, más arriesgada. Hubo momentos de calma casi hipnótica seguidos de explosiones eléctricas. Chini.png no busca complacer; busca provocar. Y en un festival donde el riesgo es aplaudido, eso se agradece.

Cami: el renacer de una diva

El regreso de Cami fue, sencillamente, triunfal. Después de un tiempo fuera del foco mediático, la cantante volvió con una propuesta arrolladora: una estética moderna, una voz descomunal y una presencia escénica que hizo temblar el Parque O’Higgins.

Su sonido, ahora más electrónico y minimalista, recuerda a las últimas exploraciones de Charli XCX, pero con un sello personal: visceral, emocional, humano. Interpretó canciones de su nuevo trabajo y reversionó algunos clásicos de su carrera, dejando claro que está en una nueva etapa artística. Su voz —esa que parece incendiar el aire— fue el centro absoluto del show. La ovación fue unánime.

Javiera Mena: la arquitecta del pop

Todo se volvió blanco, brillante, futurista. Javiera Mena apareció como un destello, controlando cada sonido, cada luz, cada gesto. Su electropop sigue siendo uno de los más finos y emocionantes del continente. Alternó entre sintetizadores y teclado, entre intimidad y euforia.

Clásicos como “Otra era”, “Espada” y “Luz de piedra de luna” transformaron el parque en una pista de baile retrofuturista. Invitó a Ms Nina para un dueto inolvidable, demostrando que la complicidad femenina también se baila. Con una producción impecable, Mena recordó por qué sigue siendo la reina del pop chileno: precisión, emoción y estilo.

Ms Nina: placer sin disculpas

El escenario ardió con Ms Nina, quien con su reguetón sin filtros desató una ola de cuerpos en movimiento. Su show, simple pero directo, fue una declaración de autonomía sexual y disfrute sin culpa. “El deseo también es político”, parecía decir con cada verso, con cada baile. En un festival que celebra la diversidad, su presencia fue tan necesaria como incendiaria.

Akriila: buscando la potencia

El show de Akriila dejó sensaciones encontradas. La joven artista, una de las nuevas promesas del trap-rock nacional, comenzó insegura, con una energía dispersa. Sin embargo, con el correr del set, su banda —de arreglos potentes y guitarras rugientes— la fue sosteniendo y guiando hacia una entrega más firme.

Su EP Epistolares demuestra una visión musical interesante, aunque en vivo aún parece estar en un proceso de definición. Tiene ideas, tiene voz, pero todavía busca el equilibrio entre el control y el caos. Un nombre a seguir, sin duda.

Villano Antillano: poder y vulnerabilidad

Cuando Villano Antillano subió al escenario de Ruidosa Fest, el aire cambió. Su presencia irradió fuerza, autenticidad y un carisma magnético. Cada verso, cada gesto, cada pausa, era una afirmación de identidad. Su show no necesitó de grandes artificios: bastaron su voz grave y su honestidad brutal para capturar a todos los presentes.

Villano no solo canta, también se confiesa, se expone, se muestra. Lo suyo es una ceremonia queer donde el placer, la rabia y la ternura se encuentran.

Paloma Salas: humor como resistencia en Ruidosa Fest

Entre tanto fuego musical, Paloma Salas trajo una pausa cómica y lúcida. Su rutina fue una radiografía hilarante de las contradicciones de la vida moderna femenina: el cuerpo, los doctores, las citas, los tabúes. Con ironía y ternura, preparó el ambiente para la llegada de Francisca Valenzuela, demostrando que el humor también puede ser político y necesario.

 

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Francisca Valenzuela: piano, poder y ternura

Y entonces, el piano. Francisca Valenzuela apareció con su habitual mezcla de fuerza y dulzura, acompañada de músicos excepcionales y una puesta en escena que combinó elegancia y diversidad —incluyendo a performers drag en el inicio del show—.

Desde “Tómame” hasta “Prenderemos fuego al cielo”, cada canción fue una comunión. Valenzuela habló de Gaza, de la crisis LGBTIQA+, del amor como acto político. Su técnica impecable en el piano y su calidez humana hicieron del show un punto de inflexión en la jornada.

Con “La Fortaleza”, convocó a varias artistas del festival para cantar juntas, sellando una postal de unión y emoción. Fue un momento histórico, de esos que quedan tatuados en la memoria colectiva.

Mon Laferte: el apoteosis final del Ruidosa Fest

Y cuando ya parecía que nada podía superar lo vivido, apareció Mon Laferte. El escenario se iluminó con un QR en pantalla, y al ritmo de “Tumbao” de Celia Cruz, irrumpió como una deidad plateada. Rubia, deslumbrante, con lentejuelas que reflejaban cada luz y una voz que cortaba el aire.

Su show fue una obra de arte total: burlesque, rock, bolero y performance. Interpretó “Tormento” con una entrega que erizó pieles y “Mi buen amor” con una ternura que desarmó a miles. Guitarra, armónica y un dominio absoluto del escenario: Mon fue fuerza, vulnerabilidad y desgarro.

El cierre fue una catarsis colectiva, un acto de amor y furia. Ruidosa terminó entre lágrimas, abrazos y euforia.

El Ruidosa Fest 2025 no fue solo un festival. Fue un espejo de lo que somos y lo que queremos ser: una comunidad que resiste desde el arte, que grita desde el micrófono y que baila con rabia y esperanza.

Entre el folk combativo de Millaleo, el soul incendiario de Masquemusica, el pop monumental de Javiera Mena y el canto desgarrado de Mon Laferte, la jornada demostró que el futuro de la música chilena —y latinoamericana— está en las manos de mujeres y disidencias que no temen incomodar.

Porque, al final del día, Ruidosa no es solo ruido: es una declaración. Una voz colectiva que dice, alto y claro, que la revolución también se canta.

Galería de fotos de Ruidosa Fest 2025 por Catalina Navarro (@thewitchphotos en IG):

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