La Casa es, en primera instancia, la interesante película que marca el regreso de Jorge Olguín al terror, quien dirigió y escribió el clásico chileno Sangre Eterna (2002) y, paradójicamente, la malograda cinta “Caleuche: el llamado del mar” (2012), enmarcándose como, para muchos, prácticamente el único representante del género en Chile.
En realidad, la exploración de géneros cinematográficos en Chile no es casual. Si nos adentramos en el terror, en los últimos años, las únicas producciones a nombrar son Contra el demonio (2018), de José Miguel Zúñiga, Trauma (2017), de Lucio A. Rojas, o The Green Inferno y Madre, ambas dirigidas por los cineastas estadounidenses Eli Roth y Aaron Burns respectivamente. Un factor en común con la mayoría de ellos es que son primerizos en el género y casi óperas primas.
He ahí, para bien o para mal, el legado de Olguín en la cinematografía chilena.
Lo anterior es refrendado por Olguín, quien asevera: “Hacer cine de género es muy difícil acá en Chile”. Algo de cierto tiene esta frase, ya que por lo general las producciones nacionales se centran en la comedia o en relatos ligados a la dictadura y, en ocasiones muy contadas, hemos visto aciertos comerciales como No y Una mujer fantástica, ambas de la productora Fábula.
Este retorno fue algo “experimental” para Olguín, debido a que La Casa, basado en una historia real, busca contar la travesía de Arriagada, interpretado por Gabriel Cañas (Perdona nuestros pecados), a quien en pleno toque de queda en Chile, en 1986, envían a investigar la Casa Dubois, debido a que los vecinos reportaron ruidos extraños y movimiento en el patio de esta. Lo que no sabe el oficial, es que mientras más se adentre en la mansión, más difícil le será salir de ahí.
El argumento se basa en la historia real de la Casa Dubois, actualmente un centro cultural ubicado en la comuna de Quinta Normal, en Santiago, donde el fantasma de sus dueños y su hijo penan por las noches. Existen diversas pruebas de que la actividad es real e incluso en un tema que se ha tocado en repetidas ocasiones en los medios de prensa.
Olguín articuló el largometraje mediante el recurso audiovisual de un solo plano secuencia en toda la película -curiosamente, un plano muy habitual en los últimos años, como en 1917-, en la que se halla la leve cantidad de tomas posibles. Esto le brinda una mayor persecución a lo largo de la narrativa.
Cabe mencionar que La Casa también marca el debut de Olguín como compositor, ya que el soundtrack está compuesto por el director.
El argumento del filme es simple: tras una llamada de la central, el oficial Arriagada debe acudir a la Mansión Dubois, ya que los vecinos reportan haber visto algo en el patio y ruidos extraños. Solo durante una noche de toque de queda, Arriagada se enfrentará a los horrores que esta casa alberga e incluso, quizá hasta a sus propios miedos.
El contexto está orientado a una “casa embrujada”, que puede sonar muy hollywoodense, pero que no se le acerca en lo más mínimo al terror “actual” que se vende desde los Estados Unidos, por lo cual hay que elogiar a Olguín debido a que se “tira a la piscina” y nos entrega un largometraje que, como él mismo declara, considera “una experiencia para el espectador”.
Quien también merece una mención especial es el protagonista, Gabriel Cañas, quien a pesar de interpretar un personaje convencional, lo hace con todo lo que tiene. La respiración pesada, los gritos de angustia y, por sobre todo, la desesperación del personaje se sienten muy “de piel” gracias al trabajo del actor.
Si bien la ambientación, argumento (con un giro/plot twist interesante) y dirección de la obra, son más que suficientes para atraer al espectador y mantenerlo tenso durante toda la película, su banda sonora y efectos de sonido no terminan de convencer, sintiéndose demasiado forzado y poco natural, repitiendo errores similares a las producciones estadounidenses.
Si bien hay momentos en que la música logra crear atmósfera y mantiene atento al espectador sobre qué vendrá a continuación, en otros, solo arruina la escena y corta la atmósfera e inmersión.
Los efectos de sonido se sienten pobres y genéricos, sea un golpe que da o recibe el protagonista o una herida que está sufriendo y eso sin mencionar el ruido que no falló en recordar a los Clickers del videojuego The Last of Us.
El sonido de atmósfera rememora constantemente a las composiciones de Akira Yamaoka para el juego Silent Hill 2, pero con una dirección y estilo “synthwave” que juega de símil a la banda sonora de Stranger Things.
Otro aspecto interesante es que se siente una notoria inspiración de obras como P.T y Silent Hill en la película e independiente a ser arriesgado mezclar el séptimo arte con los videojuegos, se siente así.
El plano secuencial es efectivo al generar encierro, llegando a desorientar al espectador tanto como al protagonista, cosa que se siente mucho en los pasillos de P.T. (sobre todo esa luz roja cerca del final y cierta criatura que vemos en una escena).
Por lo demás, la ambientación está lograda a la perfección. Una casa abandonada que “cobra” vida gracias a los horrores que la habitan, donde el espectador se desorienta con cada paso que el actor da, un lugar que desde el primer plano donde se ve, ya comienza a dar mala espina. Un gran esfuerzo para un género poco posicionado en Chile.
El giro final se ve venir, es muy interesante y diría que el punto alto del filme, pero pudo lograrse de una manera mucho mejor, evitando los puntos mencionados. ¿Hace esto que La Casa sea una mala película? En lo absoluto. Para ser de los pocos ejemplos que se pueden encontrar en cine de género nacional, es de lo mejor que hay, a pesar de sus errores.
Ahora, la pregunta del millón: ¿Vale la pena ver La Casa? Pues, depende. Si se busca ir al cine a pasar un poco de miedo y distraerse, es totalmente recomendada, ya que puede ser una experiencia nueva y aterradora para un público más casual. Pero para un público más “selectivo” cuando de terror se trata, no la recomiendo, debido a que para ellos sería ver “más de lo mismo”.