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Crítica | Tengo miedo torero: El brillo en el quebranto de una vida desigual

Para comenzar esta crítica debo resaltar un fenómeno casi irremediablemente ajeno para el cine chileno que se produjo este año: la expectativa a nivel nacional por un estreno cinematográfico en particular. Si mi memoria no falla, la última vez que percibí un símil de esta premisa fue con “Avengers: Endgame” o, en menor medida, “Star Wars: The Rise of Skywalker” (abril y diciembre de 2019 respectivamente), generando una atracción prácticamente masiva por ver una historia en particular. Afortunadamente, este mismo efecto se replicó en el “gran estreno chileno del año”: “Tengo miedo torero”.

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Sí, el pesimismo, lamentablemente, cubre con una nube bastante grisácea y densa la “industria chilena” cinematográfica, sobre todo por el “bajo interés” de la audiencia en general por querer ver producciones con marca nacional. Un ítem que incluso, con mal augurio, iba en aumento con los años -según datos de la Encuesta Nacional de Participación Cultural del Ministerio de las Culturas-, pero afortunadamente, tras el llamado “estallido social” y la aún persistente pandemia por covid-19, esta realidad se tornó en un ciclo positivo.

Sobre la industria como tal sigue persistiendo un desánimo transversal. Algo que reafirmó, con cierta congoja, el reputado director chileno Gonzalo Justiniano en conversación con La Máquina: “«¿Qué industria? Porque más encima cuando tratamos de plantearnos así, nos acercamos a la televisión y está tomada.(…) Se financia porque los dueños, son de las industrias y el retail y ellos mismos hacen circular el dinero. ¿Qué industria? Yo después de un tiempo que me costó aceptarlo, no somos nada, somos la feria del Bio Bio y dale“.

Sin ánimos de desviarme del tema central que es hablar sobre “Tengo miedo torero”, toda esta introducción va encaminada a percibir el real peso que exhibe esta cinta en el mercado cinemático chileno y los cambios generacionales que la potencian, especialmente si hablamos de que casi 200 mil personas fueron partícipes de uno de los primeros largometrajes de factura criolla mostrados en simultáneo por una plataforma online.

Y ello más aún si hablamos de que fue con una película que demoró años en ver la luz, con una trama que, en otras décadas, hubiera sacado ronchas moradas a miles de personas -o quizás aún lo hace- y que, a modo de ilustrado recuerdo, estuvo basada en la única novela del difunto artista Pedro Lemebel.

En resumidas cuentas, “Tengo miedo torero” es un filme histórico de principio a fin, convirtiéndose en la representación más fidedigna del avance cultural y sociológico más extraordinario en la historia de Chile.

Yo no tengo amigos; yo tengo amores

El trasfondo que cubre la gestación de “Tengo miedo torero” fue producto, en su génesis, de un llamado telefónico a un ya reconocido Alfredo Castro por parte de la asistente de un incólume Pedro Lemebel para juntarse con el joven director italiano Vanni Gandolfo (Me ne frego!). Sin embargo, nunca se filmó, las licencias caducaron y tuvieron que pasar 15 años para verlo como una realidad.

Luego llegaría en 2019 el director chileno Rodrigo Sepúlveda (Aurora, 2014) para llevar a cabo el proyecto, quien junto a Alfredo -con Pedro ya fallecido- tuvieron una encrucijada en mente por un tiempo: ¿Cómo traer a la vida a la Loca del Frente?

Se dice que Lemebel le solicitó directamente a Alfredo que debía sí o sí interpretar a la ultrajada pero amada travesti protagonista de su única novela del mismo nombre. Una decisión que, por supuesto, fue la más acertada, no solo por la sublime actuación de Castro, sino porque, sinceramente, difícil habría sido imaginar a nadie más indicado para este, indiscutiblemente, difícil papel.

Alfredo Castro como la Loca del Frente.

“Tengo miedo torero”, a grandes rasgos, nos cuenta una travesía de amor, desamor, dolor y decepciones que deambula por los años más turbulentos de la dictadura de Augusto Pinochet entre los años 1985 y 1987, teniendo como punto de clímax el fallido atentado en contra de Pinochet por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). La “Loca del Frente”, quien da vida a esta trama, se enamora de Carlos, un mexicano quien es integrante del Frente, quien le mostrará la vida de otra manera, sin dejar de lado que el amor nunca estuvo para ella.

Tal como se titula esta parte del análisis, la “Cuando no” -otro de los tantos nombres que poseía la protagonista- en cada escena proyecta una dicotomía constante: la vida de dulce y agraz; de miserias y alegrías; de verdades ocultas y mentiras subyugadas; de nulos amigos y muchos amores.

Dos directrices que se desarrollan desde la incuestionable majestría de Alfredo Castro para hacernos sentir cada una de esas sensaciones cuando el contexto lo amerita, hasta la impecable ambientación en cada una de las locaciones que incluso, en ocasiones, hacen sentir una humedad que traspasa la pantalla, el olor a polvo y el temor en tiempos de incertidumbre en las calles santiaguinas. Siendo este par de elementos los más destacados indudablemente.

Una memorable película nunca sería lo mismo sin una fotografía que sobresalga, un trabajo de maquillaje y peluquería que deslumbre y tonalidades, planos y secuencias que sobresalten hasta el más ignaro en el séptimo arte. Por ello es que las labores de Sergio Armstrong (Tony Manero), Franklin y Rodrigo Sepúlveda, respectivamente, son tan relevantes para que “Tengo miedo torero” resulte siendo una experiencia única tanto emotiva como visualmente.

Es curioso que en la “esencia” del cine chileno habitualmente encontremos grandes cantidades de planos de tal belleza en cuanto a composición, colores, matices, mensaje y ordenamiento de los elementos; muchos de ellos quedan en la retina, tal es el caso del largometraje en cuestión; aún me es ineludible desprenderme de varias escenas y planos fijos, donde el miedo, la pasión, el dolor, la soledad y la desigualdad social se impregnan como una imagen vívida de una sociedad que algunos no vivimos y otros que sí. Siempre se siente que retrocedimos más de 30 años de historia, para ver, como consecuencia, un avance cultural y social, como se dijo al comienzo de la reseña, de gran magnitud.

He leído tanto en redes sociales como en algunos escritos respectivos a “Tengo miedo torero”, acusando una falta de “representación del lado sexual expuesto en la novela de Pedro Lemebel”, específicamente aludiendo a algunas escenas de índole carnal y la falta de muestra explícita de estos actos. Incluso, algunos han hablado de que fueron escenas “groseras y de mal gusto”. Algo de lo que no puedo estar más en desacuerdo.

Tanto el director Rodrigo Sepúlveda como Alfredo Castro interpretando a la Loca del Frente, juegan con la sutileza en cada una de las aspiraciones sexuales tanto implícitas y explícitas del filme con mucha belleza, con toques clásicos del cine francés, pero con condimentos propios de Sepúlveda, Paz Errázuriz y Armstrong -sobre todo en una iluminada oscuridad-, especialmente con los colores, los encuadres utilizados y la riqueza en el lenguaje audiovisual que se expresa desde un simple beso hasta el mejor sexo oral en la vida de un hombre que, para bien o para mal, exploró nuevamente su sexualidad.

“Tengo miedo torero” no sería lo mismo sin su nostálgica y grandilocuente banda sonora. Empezando por la canción que marcó la promoción de la cinta: “Libre”, de la española Paloma San Basilio. Tema que fue en homenaje evidentemente a Lemebel, quien amaba la balada hispana y las canciones, como se dice por estos lados del mundo, “cebollentas”. Algo que quedó plasmado en el documental de Joanna Reposi, “Lemebel”. Esta melodía también es acompañada por la homónima “Tengo miedo torero”, de la extraordinaria cantaora Lola Flores, por ejemplo. Ambas sustentadas por las composiciones exquisitas del argentino Pedro Aznar, la alegría de Charlie Zaa, entre otros.

El mensaje y el alma del “corazón de poeta” se denota en el guion, las actuaciones y en la puesta en escena en su totalidad; en las frases que marcaron su carrera, los colores que predominaron en sus perfomances (resaltando el rojo) y, por sobre todo, el amor que tenía por embellecer lo poco y nada que posee la población más pobre de nuestro país.

Si tuviéramos que hablar de algunos aspectos un tanto desequilibrados de la obra audiovisual, es lo endeble del ritmo con que transcurría la historia, con momentos bastante ágiles, otros muy íntimos y sentimentales, pero que no poseían una correlación tan natural o una ilación más fluida. Sin embargo, esto no es algo que destruya la magnánima película de Castro y compañía.

Gracias Alfredo, Rodrigo y, sobre todo, Pedro

Además de analizar a la cinta como tal, hay que aplaudir la valentía que subrayó la tríada comandada por Pedro Lemebel al buscar vislumbrar una realidad que por años estuvo oculta en los anales más sombríos de la Dictadura: el odio hacia los homosexuales, sus asesinatos (obviamente con nula cobertura y conocimiento hasta hace poco) y la pobreza que gran parte de Chile tuvo en sus albores más allegados al nuevo siglo.

La única obra literaria de larga extensión de Lemebel, la cual estuvo pensada como breves relatos hasta que, como según él mismo cuenta, se concibió como una historia completa, con rasgos de “novela rosa”, posee una importancia inherente a la trayectoria total de Pedro: transgredir lo “intransgredible”. Mismo acto se proyecta en “Tengo miedo torero”, en especial al romper estigmas malgastados en el cine chileno con la homosexualidad y los estereotipos absurdos que han marcado algunas de las cintas de finales de siglo XX y principios del actual.

“Tengo miedo torero” tardó en llegar. Podría no haber nacido y no pisó -hasta ahora- la casa habitual del cine: las salas. Pero de dos cosas estoy seguro: Pedro estaría orgulloso de ver su obra cumbre hecha película y arribó en el mejor momento de nuestra sociedad… ¿por qué se preguntarán?: “Si algún día hacen una revolución que incluya a las locas, avísame. Ahí voy a estar yo en primera fila”, y lo estuvo.

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