A finales de los años 60, Helga (Belén Herrera) y Ramona Sandoval (Giannina Fruttero), escapan a la violencia de su padre emigrando desde el sur de Chile a la capital, Santiago, junto a un poco de dinero, limitada educación y un sueño claro: la casa propia. Cuando conocen a Carmen (Paola Lattus), parte de ese sueño comienza a tomar forma que estructura la serie de 12 capítulos Ramona (2017-2018), dirigida por Andrés Wood.
Es bajo el alero de esta amistad que juntas pelearán las batallas que la mujer pobre ha tenido que pelear por décadas: la desigualdad social, la violencia machista, el precario acceso a salud y autocuidado, la falta de educación sexual, el problema de los vicios en los sectores vulnerables, etc. Un viaje hasta el Chile de la década de 1960, al Chile de la miseria y de la pobreza que sigue existiendo a pesar de la fachada moderna que ahora nos rodea.
Una producción histórica y política
Las dificultades económicas, la migración campo-ciudad y la inestabilidad de la situación agraria en Chile en los años 60s, son parte del telón de fondo de esta historia. Cuando Ramona forma una alianza con Carmen, conoce por fin lo que es ser dueña de casa, propietaria de un espacio que sembrar, de un techo que proteger. Las tres protagonistas son parte del grupo de pobladores de las periferias santiaguinas, que ha tomado por sus manos la labor del Estado: construirse a sí mismos un lugar para vivir.
Y es que existe poco trabajo audiovisual que se haya dedicado tan exhaustivamente a retratar esta década y este grupo social de la historia de nuestro país. En ese sentido, en La Máquina conversamos con las tres protagonistas de Ramona, quienes abordaron, tras tres años de terminada la historia, la importancia de esta narración en el colectivo artístico y su significado en el presente.
Belén Herrera, quien interpreta a Helga, nos cuenta al respecto: “Me hace muy feliz saber que nos convertimos en una pieza audiovisual que hoy usan profesores de historia, y de otras áreas, para presentar un registro de ese Chile. De convertirnos en material educativo, de reflexión. [Un material para] ver que a pesar del tiempo, Chile no ha cambiado tanto”.
En eso está de acuerdo también Giannina Fruttero y Paola Lattus, que ven la serie como una herramienta visual para interpretar el presente a partir de la historia pasada, como un retrato de algo que no ha cambiado, a pesar del tiempo. Paola afirma: “Es un periodo de la historia chilena que sigue vigente, la lucha por la dignidad, en este país, es algo que aún mantenemos”.
“Las mismas problemáticas que sucedían en ese tiempo, suceden ahora. Solo que el pueblo ahora tiene más herramientas para afrontar este sistema que nos oprime. En ese tiempo la gente por supuesto que se daba cuenta de lo que pasaba, pero no existían los medios de comunicación que hay ahora para poder hacerse ver”, comenta Giannina Fruttero.
Gran parte de los movimientos sociales que se retratan en la serie descansan, como descansan nuestras historias personales, en un entramado conformado por el esfuerzo de quienes estuvieron antes y la situación del mundo en ese momento. Es particular, en este caso, el trabajo de las mujeres que nos precedieron.
Una mirada femenina, una mirada feminista
Entre las cosas que llaman la atención de “Ramona” está el hecho de que, a pesar de que fue rodada mucho tiempo antes del mayo feminista de 2018 (se grabó en el 2015), sus temáticas y sus motivaciones parecen muy actuales y despiertas.
Sin duda, “Ramona” es una serie feminista, donde la sororidad no es un concepto ni un emblema, no es teoría, sino que se encarna en la relación y en la unión de los personajes. La sororidad sostiene las historias de Carmen, Helga y Ramona, que construyen una familia de mujeres, un círculo de amigas y se enfrentan a las vicisitudes de la vida desde ese lugar de unión y fortaleza femenina.
Sin el ánimo de panfletear y siendo completamente coherente con su labor de pieza histórica, “Ramona” no se queda en sitios tibios: expone su postura frente a muchas temáticas femeninas que con el paso de los años, en Chile, han resonado en las calles como luchas feministas.
Una postura central frente a esto es la relación entre el aborto y la miseria. “En un capítulo se muestra lo horrible que es para una mujer no poder contar con la opción, tener que parir obligada y sentirse castigada”, cuenta Belén Herrera, mientras defiende la fortaleza de las mujeres que fueron retratadas por sus colegas y por ella misma.
“Desde el guion y desde la dirección hay intenciones por retratar una historia desde la mujer, porque como seres sensibles se dieron cuenta de que esta revolución se origina a partir de la unión de mujeres”, afirma Giannina, quien agrega: “más allá del rol del militante, ellos se dieron cuenta de que… las hormiguitas trabajadoras, las que se organizaban para hacer ollas comunes, escuelas comunitarias, centros de acopio y armaban las carpas para recibir a los heridos por carabineros en la defensa de la toma, eran mujeres. La organización de la base fue femenina”.
Y las tres actrices coinciden en que esta lucha dada por las mujeres, es una lucha personal con la que podemos identificarnos cuando vemos hacia atrás.
Para edificar sus personajes, además de estudiar historia y consultar fuentes oficiales de la época, las tres protagonistas recurrieron a un recurso inagotable: sus propias historias familiares, las historias de sus conocidas.
“Carmen y yo nos conectamos en ese punto en el que descubro que mi personaje lleva la voz de muchas Carmenes, todas esas mujeres que creyeron en ellas y fueron más allá”, cuenta Paola, mientras que Belén recuerda cómo sentirse en el uniforme de empleada doméstica en una casa del barrio alto, a los 13 años, la teletransportó a la carne de su abuela que tuvo que hacer lo mismo en su momento.
Para Giannina, fue el proceso de migración campo-ciudad el que la ayudó: “Mi madre, mi abuela, mujeres que llegaron a un lugar donde no había nada, donde tuvieron que construirse sus casas. Tenía a una familia de la que agarrarme [para construir este rol]”.
Una producción conmovedora y reconocida
Finalmente, sobra decir que es una parada obligatoria. A pesar de la poca disposición de la televisión para transmitir y entregar este tipo de producciones (mal horario, poca publicidad), como ocurre actualmente con Helga y Flora, “Ramona” ha alcanzado apreciación internacional por su historia y sus interpretaciones, tan auténticas y tan profundamente bellas. Y hoy es un regalo para Chile, uno brindado gracias al trabajo en que se fusionan múltiples talentos y una visión de mundo bastante unitaria.