Violeta Parra y Los Jaivas tienen en común varias cosas. Ambos son grandes exponentes de la música folclórica chilena. Cada artista tiene una raigambre popular, aunque su audiencia sea transversal. Ambos tienen el apellido Parra en su esencia: Los Jaivas tienen a Claudio, Eduardo y Gabriel (y a Juanita) y Violeta, por su parte, tenía su denominación propia y su clan de hermanos e hijos dedicados a las distintas expresiones artísticas. Esta última, por supuesto, es solo una coincidencia, un alcance de apellidos, ya que no existe parentesco alguno entre ellos.
Sin embargo, en la conciencia colectiva chilena uno asocia a los Parra a lo mismo: folklore, música, poesía popular.
Asimismo, son distintos de muchas formas. Violeta es una persona y Los Jaivas es un conjunto musical. Violeta es mujer y Los Jaivas son hombres. Violeta es más de la primera mitad del siglo XX y Los Jaivas son de la segunda mitad. Por esta misma razón, las canciones de Violeta Parra ejercieron una influencia gigantesca en la agrupación viñamarina. Fue un deseo permanente de Los Jaivas de tributar a la gran campesina del Ñuble.
Otra cosa que tienen en común es que ambos terminaron en París, Francia, de alguna u otra forma. Los Jaivas autoexiliándose en plena dictadura de Augusto Pinochet y Violeta por el mérito que le había otorgado ser la folklorista del año en Chile y luego volvió porque le quedó gustando.
Obras de Violeta Parra: una reversión del amor folclórico
En 1980, Los Jaivas giraron por España y acabaron en París en donde se les presentó la oportunidad que venían esperando hace tiempo: grabar un tributo a Violeta Parra. Por la cortesía de una radio local que buscaba homenajear a Violeta, le ofrecieron el famoso estudio de grabación de Pathé-Marconi (donde grabaron artistas de la talla de The Beatles, Frank Sinatra y Edith Piaf, entre otros), para que el grupo interpretara sus canciones más famosas.
El disco editado solo vio la luz cuatro años más tarde bajo el nombre de “Obras de Violeta Parra”, siendo finalmente presentado en 1984 en compañía de Isabel, hija de Violeta, y Patricio Castillo, miembro fundador de Quilapayún, en el auditorio de la radio France. Cabe resaltar que este fue el último disco de Los Jaivas con todos sus miembros originales, debido a que al año vendría la renuncia de Mario Mutis y luego la trágica muerte del baterista Gabriel Parra.
Desde el primer momento en que escuchamos la introducción al tema “Arauco tiene una pena”, la sensación que evoca es la de haberse teletransportado al corazón de La Araucanía, donde oímos al gran cacique hacer sonar su imponente trutruka para luego dar paso al sintetizador que ya nos viene a sugerir el sonido de vanguardia que será protagonista a lo largo del disco.
A continuación, suenan las letras que los que conocemos la obra de Violeta hemos oído tantas veces en la casa o en la escuela. Letras que no pasan desapercibidas porque su contenido es siempre contingente y al callo. La Violeta no se andaba con cuentos y no lo manda a decir con nadie. “Ya no son los españoles los que les hacen llorar, hoy son los propios chilenos los que les quitan su pan, levántate Pailahuan”, versa esta canción.
Como buen disco de rock progresivo, las canciones son largas y las introducciones son cuidadosamente elaboradas. En “El Guillatún”, la melodía empieza con una tormenta que, sumado a los arreglos de piano y la infaltable trutruka, nos envuelven en el misterio del rito para después dar rienda suelta a la perfecta sincronía entre la percusión y las voces. Durante 9 minutos sentimos que flotamos y que estamos escuchando algo que se siente espiritual, purificador. La machi y las lluvias, las cosechas y el buen porvenir.
“Mañana me voy pa’l norte” y a bailar se ha dicho, el sonido de las baquetas golpeando rapidito al tambor nos hace seguir el ritmo con nuestras pisadas y contagiarse del aire jovial de la melodía. La guitarra eléctrica se deja tocar por largos pasajes que nos recuerda que lo que estamos escuchando es, a fin de cuentas, rock.
Y así de sopetón caímos en cuenta de que “Arriba quemando el sol” es la vida del pobre, del minero que trabaja de sol a sol por dos chauchas. De la faena a la pieza de la pieza a la faena, atravesado por todas las precariedad del oficio. La marcha de la batería acompaña a la canción, que bien podría ser una marcha fúnebre porque la sensación que le deja a uno es de pesadumbre y abandono. Al final entra el sintetizador y la progresión es total.
El vuelo del Gavilán ya va encumbrado por los Andes y es una bomba instrumental que inicia con el mismo punteo de la Violeta y, en general, mantiene la estructura original de la canción. Pero aquí Los Jaivas le suben el volumen, el piano irrumpe poderosamente y junto con la batería son el esqueleto de la canción. Cuando le sumamos los instrumentos de viento, el resultado es una canción profundamente hermosa, con cambios de ánimo y de tiempo. Un rasgo distintivo es que esta versión no tiene letra, solamente un conjunto de sonidos maravillosamente ejecutados. La canción es, como todas las de este disco, un verdadero viaje.
“Un río de sangre” es interpretada por Isabel, que bien podría ser confundida por su madre. La letra es política y, cómo no, si se trata de Violeta. Lo instrumental es protagonizado por la batería y el piano para variar, pero esta vez acompañado por la quena y la zampoña. La percusión, el viento y más hacia al final la cuerda eléctrica, hacen de este tema un homenaje a los muertos, a los asesinados. Siguiendo la línea del disco, el sonido es psicodélico, compuesto de sólo estrofas y el estribillo sólo aparece hacia el final de la canción.
“Run run se fue pa’l norte“, es tal vez la canción más hermosa del disco. La introducción nos recuerda a una canción de cuna, el retorno a la infancia, para luego dar paso a la característica melodía original de la canción. Ese sonido de la quena está almacenado en el subconsciente de algunos y en el consciente de otros, pero es casi universal para los chilenos y se siente como un soplido del viento que apacigua los llantos de la guagua y el tormento de los adultos.
“En los jardines humanos” sentimos retumbar el tambor machacado con parsimonia, la voz desgarradora del Gato Alquinta y el piano inconfundible de Claudio. El ritmo de la canción es lento y con el pasar de los minutos va adquiriendo cada vez más velocidad e intensidad, incorporando más instrumentos al asunto.
En el disco sentimos la presencia de Violeta en cada segundo ,y valga la ironía, en “Violeta ausente” la chilenidad se vuelve algo audible. Esto es abiertamente una cueca con espuelas rockeras en donde uno automáticamente vive en septiembre y en una ramada. El ánimo es festivo y en “Que pena siente el alma” el acordeón se siente como que están cayendo los créditos de una obra maestra que acabamos de ver de corrido y que nos quitó el aliento.
No olvidar
El disco es una obra maestra sin precedentes del rock mundial y es esencialmente andino. Cuando pensamos en las grandes bandas de rock progresivo del mundo, con mayor o menor éxito comercial, lo primero que se nos viene a la mente es el virtuosismo musical.
La anterior es la principal característica de este subgénero. Múltiples instrumentos ejecutados a la perfección en armonía y equilibrio entre ellos que puede parecer fruto de la improvisación pero que es consecuencia de horas y horas de ensayo, en donde las normas tradicionales de composición no aplican.
La década de los 70’s vio la consolidación de bandas de talla mundial como Pink Floyd, King Crimson, Genesis o Yes. Los Jaivas no tienen nada que envidiarle a aquellos colosos, siendo uno de los exponentes más importantes de América Latina en música de semejante naturaleza. Lo mejor de todo es que adquiere un sonido propio, absolutamente original y deslumbrante que combina instrumentos tradicionales con instrumentos autóctonos.
Por esta misma razón, resulta injusto situarlo dentro de una categoría pre existente como el rock progresivo porque este disco tiene su propia categoría, es un género en sí mismo, absolutamente novedoso para el año en que se lanzó. En un afán de ser más preciso, este álbum es la representación más sublime del “progfolk”, categoría que Los Jaivas crearon y que no abandonaron con el paso del tiempo.
Oír este disco en la naturaleza o en la habitación con los ojos cerrados puede elevar la experiencia a una de tipo trascendental, donde sentiremos más que nunca una conexión con la tierra y con las raíces de nuestra identidad.
“Obras de Violeta Parra” es un paseo por nuestra historia que debemos recorrer, pasando por la tempestad y la calma, por el frío y la brasa, la alegría y la tristeza, el nacimiento y la muerte. He tenido la suerte de ver a Los Jaivas tocar este disco en vivo y el talento es tanto que la calidad del sonido no se ve alterada en lo más mínimo. En vivo el espectáculo es aún mayor, porque uno siente que esta en presencia de aquellos momentos imborrables que se alojan en los más profundo de nuestros recuerdos.
El disco, como he repetido hasta el cansancio, es un homenaje a Violeta, pero también es un homenaje a la música, es un disco para amantes de este arte. Es como de esos libros en donde el protagonista es literato y ama leer, “Obras de Violeta Parra” es la historia de la música chilena y de lo fantástica que puede llegar a ser cuando se combinan ciertos factores: letras poéticas, músicos talentosos y una atmósfera envolvente.