La tierra se movía a raudales. La polvareda de las precarias calles de la, en ese entonces, Capitanía de Santiago veían pasar carretelas a toda marcha tiradas por caballos galopantes. Quizás, muy probablemente, en alguna de esas viajaba Manuel Rodríguez, ocultándose de los Realistas para poder ir a su refugio a escribir algún artículo para la Aurora de Chile, el primer periódico fundado en suelo nacional un día como hoy, pero en 1812.
No solo de armas se alimentaba la guerra por la Independencia, sino que era necesario un respaldo ideológico detrás y para ello era vital una plataforma en la que pudiesen ser expresadas libremente las ideas revolucionarias, de cambio y de progreso para la construcción de la República.
Los antecedentes no eran para nada auspiciosos: tanto en Buenos Aires como Lima los primeros periódicos ya estaban circulando, sobre todo entre los círculos intelectuales y revolucionarios.
La llegada de la imprenta hasta Chile no se dio sino hasta el asentamiento (casi) definitivo de José Miguel Carrera, quien llegaría al que hoy es nuestro país en 1811 y que traería consigo la primera máquina de imprenta a suelo criollo a través del Puerto de Valparaíso. Más o menos este era el contexto.
Como ya fue dicho: la revolución no necesitaba solo de armas, sino también de ideas. Y para ello fue puesta en circulación la Aurora de Chile un 13 de febrero de 1812, bajo la dirección y edición del fray Camilo Henríquez González, un sacerdote apóstata que vio la oportunidad de crear un medio para la expansión de las ideas de cambio y hacer que, sobre todo y casi exclusivamente la clase alta de la época se enterase de lo que se estaba, lentamente, fraguando con la intención de liberar al ciudadano, que ya se identificaba como chileno del yugo español.
La Aurora de Chile fue el primer medio “masivo” (de acuerdo a la cantidad de población existente y que además tenía acceso al documento) que permitió la circulación más libre de las ideas de la Ilustración, destacándose textos de autores de la talla de Rousseau y Voltaire.
En cuanto a autores nacionales, firmaron varios connotados intelectuales de la época, entre ellos, Manuel de Salas, Juan Egaña, Manuel José Gandarillas, el guatemalteco Antonio José de Irrisari y el ya citado Manuel Rodríguez Erdoiza, todos ellos con una ferviente pasión por las ideas modernas, en especial aquellas que tenían relación con la soberanía popular, facultad de los pueblos y la separación de los poderes en la concepción de un Estado-Nación. Además, el periódico sirvió para que Henríquez, en forma más bien solapada, realizara comentarios sobre el acontecer de la Corona y cómo esta iba enfrentando con torpeza los embates rebeldes.
Finalmente la Aurora de Chile cesó su publicación solo algunos meses después, específicamente el 1 de julio de 1813, habiendo entregado –aunque con algunas dudas-, entre ese período y el 1 julio, algo así como 46 o 58 números, todos editados en forma semanal –con algunas interrupciones- por el mismo religioso.
La Aurora no fue solo el primer periódico, o el que le abrió las puertas de circulación masiva a los intelectuales, sino que también sirvió como herramienta de opinión, expresión y construcción de realidades, siendo un instrumento sumamente valioso para la construcción de lo que hoy, doscientos años después, se conoce como periodismo chileno.