Impredecible. Suspicaz. Atrevida. Son algunas de las características que se podían desprender de aquella cabeza casi rapada y de su oreja derecha con llamativos aros que cubren su lóbulo derecho. Con pulseras con puntas de metal en ambas manos. También, por qué no decirlo, viste un entero de lacra negro. Ella es Kathy Acker, una de las más grandes mentes (y también almas) surgidas del underground estadounidense.
Surgida en las calles y en el ambiente punk neoyorkino, siempre rupturista y transgresora, se mantuvo en la vanguardia de los movimientos culturales, de los grupos intelectuales y artísticos que, ya en la década de los 70, promovía una escena y construcción comunitaria a través de la experimentación y el feminismo.
Puede ser reductivo solo decir que Acker fue fundamentalmente feminista, pero la verdad es que hace ya poco más de 40 años, cuando las relaciones de poder en la familia y la sociedad continuaban jerárquicamente en favor del hombre y no en una relación paralela y horizontal entre los géneros, ella ya cuestionaba y apelaba a una construcción de paralelos. Todas sus inquietudes, por ese entonces revolucionarias y mal vistas, las ideó en un mundo subterráneo y, aparentemente, sumido en una oscuridad que parecía ser aún más clarificadora que el mundo terrenal al que cuestionaba.
Estrella indudable del underground de los 80, siempre vivaz y atenta Kathy Acker fue una reivindicadora de las libertades sexuales y de ser del género femenino. Porque, según sus propias palabras “Nunca tenemos que avergonzarnos de sentir que vienen lágrimas, porque los sentimientos son la lluvia sobre el polvo enceguecedor de la tierra: nuestros propios corazones duros y egoístas. Me siento mejor después de llorar: más consciente de quién soy, más abierta”, escribe Acker en Grandes esperanzas, indagando en sí misma y eso parece en principio la novela: el relato de una joven obsesionada con su madre que se ha suicidado, tratando de espantar la sombra de un padre que la abandonó. Está perdida en un Nueva York de “neblinas grises y pálidas”. Anota: “El yo que siempre había conocido desertó. Toda mi historia se fue”. Entonces, mientras la narradora cuenta cómo intenta rearmarse, aparecen los escombros: textos disgregados e inconexos y citas, muchas citas, sin mencionar de dónde provienen.
Pero no solo fue rupturista en cuanto a lo que pensaba sino también cómo lo decía. Como se menciona, fue prolífica autora, pero no una autora tradicional. Ella misma define en una entrevista dada para un medio berlinés a su literatura como una literatura rupturista y atrevida. Y claro que tiene razón. Pocas veces siguió los márgenes y cánones establecidos para decir en papel lo que pensaba.
En sus libros y escritos no se encuentra un formato de escritura tradicional, o por lo menos no al cien por ciento. En ellos podemos evidenciar el mestizaje que se produce al citar a autores insignes como Shakespeare, Cervantes, Marqués de Sade o Aristóteles. Pero también es posible ver mezclados en ellos textos de cine, teatro, menciones publicitarias, entre otras. Obsesionada con temas como los piercing, los tatuajes y el sexo. Pero no cualquier sexo, sino un sexo libre de ataduras que rindieran culto a un placer sin límites.
Ella es Kathy Acker, nacida en Nueva York en 1947. Vividora, punk, libre, rupturista. Ella es una estrella del Underground.