En conversación con La Máquina Medio, Jesús Urqueta, el realizador detrás de la obra teatral producida por Cultura Capital, profundiza sobre cómo ha sido llevar a las tablas del Centro para las artes Zoco el texto original de Emilia Noguera, una obra que presenta el vínculo madre e hija amenazado por el Alzheimer precoz.
La obra Recuérdame mi vida, dirigida por Jesús Urqueta muestra un Santiago de Chile actual, donde una mujer de 48 años comienza a enfrentar los tempranos signos de una enfermedad. Mientras su hija, con quien mantiene una relación distante, intenta comprender qué está cambiando realmente: si la memoria de su madre o el lazo que las une, en esta pieza protagonizada por las actrices Paola Giannini y Sara Becker. El montaje destaca por poseer una escenografía móvil –una ventana que se abre y da paso a las estaciones del año, a lo largo de 12 meses–, una cámara en vivo que registra primeros planos de las actrices y un piano de cola, donde sube el concertista Ignacio Méndez, quien interpreta en vivo algunas de las grandes piezas de las bandas sonoras del músico italiano Ennio Morricone.
Esta es la tercera colaboración teatral entre Urqueta y el Teatro ZOCO después de Honor (2024) y Lluvia constante (2023), y la tercera ocasión en que trabaja con la actriz Emilia Noguera en calidad de dramaturga, con quien remontó las obras Pedro, Juan y Diego y Primavera con esquina rota en el Teatro ICTUS. Sus funciones terminan el domingo 10 de agosto y se está barajando volver con una nueva temporada, en un teatro distinto, ya sea este año o el próximo, así como también rodar por otras regiones de Chile. Urqueta nos cuenta sobre su experiencia montando la obra, la conexión que ha generado con la pieza como director y el recibimiento de los espectadores durante su primera temporada.

¿Qué significa Recuérdame mi vida en tu experiencia como director?
Es un paso adelante en mi experiencia como director y en varios aspectos. Primero siento que consolida algo que siempre he buscado y que tiene que ver con este asunto de vivir de la dirección y solo de la dirección escénica. Es mi tercer montaje en el Centro para las Artes ZOCO, lo cual me da esa sensación de trabajar con una residencia un poco más permanente, que me da una tranquilidad en el aspecto laboral. Y también eso significa algo súper importante, que tiene que ver con la proyección que puedo tener en un espacio de trabajo. También me parece en el contexto del arte es importante tenerlo. Es un estilo de teatro que a mí me gusta, que es el teatro realista y creo que, en este proyecto en particular, la co-producción con Cultura Capital y la inclusión de todo lo musical, me hizo poder tener los recursos para ampliar mi universo creativo. Hace mucho tiempo buscaba dialogar con otros elementos en la puesta en escena, que no fuera solamente el cuerpo, la escenografía misma y la actuación. En este espacio me dieron la oportunidad de atravesar ciertos lenguajes que me interesaban y poder dialogar con ello. Desde ese lugar, “Recuérdame mi vida” es una experiencia súper potente en mi línea de dirección. Como yo me imaginé la obra, es como la pude ver.
¿Qué fue lo más desafiante de llevar al escenario un texto en que estuvieran presentes las enfermedades neurodegenerativas?
Lo más difícil es, justamente, ser súper cuidadoso sobre cómo se va contando la enfermedad del Alzheimer precoz. Significa tener todos los conocimientos clínicos, guardando las proporciones, y entendiendo que no somos científicos ni doctores, de cuáles son los pasos que seguir, en el marco también de dialogarlo en una ficción. Tampoco olvidemos que lo que escribe Emilia Noguera es una ficción y en esa ficción, la enfermedad se despliega en el espacio temporal de un año. Encontramos casos que pudimos investigar, que se desarrollan bastante más rápido, como en el caso del personaje que escribe Emilia. Sentíamos que era una historia súper triste y no queríamos que esa tristeza nos alejara del espectador. La estrategia que hicimos con Laurene Lemaitre, que es la diseñadora, y Roxana Naranjo que es la asistente de dirección, fue buscar la belleza de eso terrible y plasmarlo en la puesta en escena. Era la forma más potente, clara y honesta, de pensar que el viaje emocional del espectador fuera un viaje sanador. El texto de Emilia trata de amor y de muchas otras cosas, más que de la enfermedad del Alzheimer. Trata de la familia, de una mujer de 23 años que tiene su vida individualista, como son la gran mayoría de los jóvenes de esta época, en el contexto neoliberal, y finalmente esta enfermedad lo que hace es enfrentarla a una derrota personal, entre perder o no su independencia, por la madre que tiene, ya que su padre murió o, por otra parte, la caída del individual para pensar en lo colectivo. También hay una dimensión política en el texto, o al menos es la dimensión política que yo como director extraje de ahí.

¿La historia original de Emilia Noguera sufrió muchas modificaciones para ser llevada al escenario?
Siempre he sido muy cuestionador del rol piramidal que tiene la dramaturgia. Siento que la dramaturgia es literatura. El teatro es el diálogo de esa literatura con el punto de vista de la dirección, con el diseño, la música, con el elenco, y con muchos más elementos. En ese lugar todos entramos en una dinámica de ceder, porque estamos regidos por algo que queremos decir. Yo no creo que haya que montar todo como está escrito en el texto. Uno como director, sería un transcriptor de lo que piensa el dramaturgo y al menos en la puesta de escena, creo que la defiendo como un conjunto de materiales con la misma importancia, regidos por un punto de vista y un objetivo de la dirección. Ese punto de vista de la dirección es mi interpretación del texto de Emilia y pasa por lo que yo quiero contar de ese texto. Por ejemplo, en el final de la puesta de escena, ocupamos otro material textual en una acción escénica. Tomamos La tristeza de las cosas, un libro de cuentos de una escritora chilena llamada María José Ferrada, que trabaja desde un concepto más social, político y amplio, sobre el dolor de la memoria. Sentíamos que era una acción escénica que a mí me hacía falta, que no estaba en la dramaturgia, en que ese tema de la memoria se ampliara, y podría ser cualquier otro tipo de memoria. Para terminarlo como un quiebre emocional y eso es algo que uno va viendo en la estructura de ensayo como director finalmente.
Desde tu experiencia teatral, ¿qué tanto se ha visto el vínculo madre e hija plasmado en las tablas?
Creo que hay una dimensión social que estaba oculto en el texto y yo de dónde vengo, de mis orígenes, pude detectarlo, que es esta dimensión política, de entender el contexto por donde se envuelve la obra. Es una obra que ocurre en el 2025, donde estamos regidos, bajo mi punto de vista, por lo neoliberal como un concepto súper potente y súper tóxico. Yo sentía que la hija era tan o más importante que la madre y que la enfermedad. Lo que me interesaba contar es cómo una mujer de 23 años, con sus decisiones más o menos claras, con una vida que quiere hacer, ve cómo una enfermedad cruza su espacio y la hace virar su forma de pensar en algo mucho más colectivo. Ese es un punto al menos relacional que no sé si se haya visto otras veces.

¿Qué es lo especial que posee Recuérdame mi vida como texto y puesta en escena?
Yo tenía súper claro el encargo de los productores. Por un lado, Francisco Olavarría de Cultura Capital, quería que hiciera una obra que emocionara, donde las emociones fueran potentes, y por el otro lado, Pablo Halpern, director artístico del Teatro ZOCO, me planteó que la actuación y el mundo fueran súper realistas y verosímiles. Lo especial que posee es que tanto Laurene Lemaitre que es la diseñadora, como Matías Carvajal que hizo el Diseño multimedia, Sebastián Pérez y Christian Zamora que operan todo esto (Producción Audiviosual y Camarógrafo en escena), Roxana Naranjo, y todos los que estamos afuera la hicimos nuestra. La temática de la obra nos hizo involucrarnos emocionalmente a eso y transformarla en una obra autoral. Yo, que soy un director que se inició como autor independiente, para poder vivir de esto también he tomado encargos. Hay una línea editorial en cada teatro y en el ZOCO también. Pero siento que el Alzheimer, cómo se trabaja lo subjetivo del cerebro, me permitía meterme a eso. Y al buscar esas imágenes dentro del cerebro de los personajes, empezaron a transformarse en nuestras imágenes propias y personales. Acompañé en los dos últimos años de vida a mi abuelita que falleció el año pasado, en una clínica especializada en Alzheimer. Ella desarrolló esta enfermedad desde el año 2017 hasta el 2024. Falleció a los 95 años, pero tuve la suerte de acompañarla en los últimos años de su vida. Entonces ese era mi lugar. Cuando me llegó este encargo, sentí que esta obra la estudié los últimos dos años de mi vida.
¿Cómo ha sido para ti el trabajo hecho por Emilia Noguera, y por las actrices Paola Giannini y Sara Becker?
A nivel textual, me condujo a muchas imágenes y desde ese lugar, es súper sólido y cuenta una historia que es simple, íntima, sencilla, pero que se mete con nuestros miedos, que es perder a la familia que uno quiere, o sacarnos de nuestro lugar cotidiano y seguro. Por otra parte, las actuaciones tanto de Paola como de Sara me parecen extraordinarias. Yo estudié actuación con Poly y fuimos compañeros de curso por dos años. No trabajábamos juntos desde 1997 y ha sido un gran y bonito reencuentro. Conocer a alguien y creer en algo, como en la arte escénica en el Chile de los años 90, cuando básicamente no había nada, forja una amistad y una clase de emociones que con el tiempo se tornan muy sólidas. Ha sido una bonita experiencia trabajar juntos, además que ella es una gran actriz. Sara es una actriz joven, y esta es la segunda obra teatral que hace, y también fue muy significativo trabajar con ella. Ambas me ayudaron mucho a tomar decisiones de la puesta en escena, porque yo trabajo mucho comprendiendo los contextos de dónde estoy, quiénes son y con quién trabajo. Al entender que Paola Giannini y Sara Becker no son solamente unas grandes actrices de teatro, sino que también unas muy buenas actrices de cine, me abrió la opción de introducir a la cámara, como una opción de puesta de escena y montaje. Había trabajado con cámaras de seguridad, en Lluvia constante. Pero ya con la inclusión del video y del mundo audiovisual como un elemento narrador en primera orden, me dio la sensación de que ellas se iban a desenvolver súper bien en eso. Esa posibilidad que nos dio tan bien esta puesta en escena para salirme de mi lugar seguro. Filmar esta apuesta, es un desafío personal, y por eso es tan especial. Me desenvuelvo súper bien en obras con un texto, una puesta escena simple, como por ejemplo, una silla, y donde el texto me pueda llevar al trabajo emocional. También hay que entender que las capas audiovisuales y sonoras que tenía Recuérdame mi vida, con once micrófonos escondidos, para que se escuche, demuestra una capacidad de complejidad, que a mí me hizo crecer como director.

¿Por qué incluir música de Ennio Morricone en piano en tu obra?
Cultura Capital se caracteriza por siempre trabajar con composiciones musicales, y en esta oportunidad lo que ellos querían hacer era trabajar esta historia de amor, entre una madre, una hija, y una enfermedad, y la música de Enio Morricone como conductor. Nos encargamos con Francisco Olavarría, productor de Cultura Capital, de ver cuáles eran las composiciones que más nos podrían servir. El filtro fue acotar a dos películas, que eran las más importantes: Cinema Paradiso y La misión. Aparte de eso yo propuse un tema de una película muy significativa para mí, que es Sacco y Vanzetti, y desde ese lugar tomamos el tema Speranze di libertà, y también lo incluimos. Porque servía mucho para la parte en la que yo quería poner. Tiene que ver un poco con las corrientes políticas que yo adhiero y con los lugares más anárquicos. Esa música me emociona mucho y el título que significa en español “esperanza y libertad”, me parece que también dialogaba con la parte que yo quería. Porque justamente cuando la enfermedad avanza, a través de la cámara empezamos a ver todos los recuerdos y todas las anotaciones, y vemos cómo se plasma el Alzheimer de la protagonista en una mesa, en una escena donde ni siquiera están las actrices. La obra tiene ese viaje, donde no solamente se resuelve por el texto, sino que por la atmósfera de la enfermedad, y contada a través del piano y del mapping, que es una técnica audiovisual para generar imágenes y espacios de la cámara en vivo.
¿Qué tal ha sido la recepción del público asistente?
Ha sido muy conmovedor, porque es una obra que permea emocionalmente, y es dolorosa. Pero como es bella, te deja entrar como espectador. Desde ese lugar, lo que yo veo y escucho es básicamente, agradecer ese espacio, que parece que no nos damos en la vida, de ser vulnerables. Eso yo me quedo como director. Hacer una puesta en escena junto con un equipo de trabajo que haga que el público se sienta seguro para ser vulnerable, en esta época, y en este contexto de país, creo que es un triunfo. Es un regalo de la vida haber hecho Recuérdame mi vida y un regalo para la memoria de mi abuela. Llegó a coronar ese viaje de los últimos dos años de mi vida. De que por algo pasan las cosas.
¿Por qué no hay que perderse las últimas semanas de Recuérdame mi vida?
Yo creo que, en esta época, donde todo es un comercio y estamos preocupados de un crecimiento económico y de cómo sobrevivir a un sistema que es bien terrible. Darnos un espacio para dialogar con la humanidad, lo frágil y lo vulnerable, y no desde un lugar doloroso, sino que absolutamente reparador para manifestar las emociones, es imperdible. Poder plasmar la belleza del dolor y que juntos, produzcan emoción, es una de las fortalezas de Recuérdame mi vida, y que consigue que el teatro se transforme en un espacio seguro para expresarse. Eso no siempre sucede, sobre todo en una sociedad como la chilena, donde uno siempre está pendiente de lo que pasa o lo que va a decir el que está al lado mío. La puesta en escena con todos los materiales que tiene hace que se produzca ese lugar catártico. Que el espectador de repente escuche que alguien suelte y se atreve a soltar también, de cierta forma, en un lugar colectivo de seguridad.
