El guionista de televisión, cine y novelista, Pablo Illanes (conócelo más acá), publicó su nuevo libro, que reinterpreta a los hechos y personajes conocidos en la telenovela de su autoría “Fuera de control”, exhibida por Canal 13 en 1999, esta vez sin censura.
Pablo Illanes conversó sin spoilers con Revista La Máquina acerca de las razones que lo impulsaron a extender el universo de esta ficción hoy considerada “de culto”, así como también de las diferencias entre su novela y la teleserie de hace veintitrés años, la recepción de los fans, su opinión sobre la situación cultural actual y sus próximos proyectos audiovisuales.
“No la mires a los ojos” es tu quinta novela publicada y como lo has mencionado antes, primero pensabas adaptar “Fuera de control” como una serie. ¿Cuáles factores te llevaron a considerar este formato?
La libertad que te ofrece la literatura no se puede comparar con nada de lo que puedas desarrollar en términos de súper-serie. El trabajo es muy desgastador y muy lento, donde opina hasta el gato. Me empecé a dar cuenta que era muy difícil que el espíritu original de “Fuera de control” quedara en alguna de esas producciones. Aunque hubo varios avances con plataformas y canales de televisión afuera. Yo sé que es un poco majadero reconocerlo, pero quería devolverle la mano a los fans que propiciaron un poco este escenario. Esto se permitía mucho mejor en el caso de una novela, donde podía tomarme más tiempo, incluir más homenajes, porque “No la mires a los ojos” está repleta de ello, no solo de la teleserie, sino que también a otras teleseries. Todo lo necesario para poder juguetear de una manera más lúdica con los fans de “Fuera de control”.
¿Crees que los seguidores de “Fuera de control” esperaron reencontrarse con sus personajes favoritos ahora insertos en una novela?
Me parece que lo que los fans de “Fuera de control” querían, o quieren todavía, es un remake ojalá con los mismos actores de 1999, lo cual es absolutamente imposible. A mí también me encantaría. Mi primer objetivo en algún momento fue hacer el remake como teleserie de formato más corto, súper serie o algo así, en Canal 13, con un elenco que ya tenía diseñado de una nueva camada de actores. Pero yo siento que los fans esperaban eso: ver, por ejemplo, a Paulina Urrutia como Sarita Mellafe nuevamente, por un efecto nostálgico. A mí también me gustaría ver a Sissy Spacek haciendo a Carrie White de nuevo. Pero sé que no va a ocurrir.
¿Qué fue lo más difícil a la hora de escribir o reescribir esta historia?
Yo venía de una experiencia que fue “Reinas de la noche”, obra teatral que escribí con mucho cariño y no obtuvo los resultados que esperaba. Dudé un poco antes de emprender este proyecto. Me parecía un poco vacío recurrir a la nostalgia por la nostalgia. Quería mantener el control de cada palabra, cada línea y cada letra de esta novela. La primera persona a la que le conté fue a Daniel Olave, que resultó siendo el editor de “No la mires a los ojos” y a quien conocía de antes. Daniel me habló de las novelizaciones que estaban tan de moda en los ochentas, como, por ejemplo: “Tiburón”, “Gremlins” y “La guerra de las galaxias”. Todas esas películas, después de filmadas y estrenadas, se las encomendaban a ciertos escritores que las novelizaban. Empecé a verlo como una posibilidad válida literaria y un artefacto literario entretenido. Después lo más difícil fue sentarme y preguntar: “¿Qué hago?” “¿Quién va a contar la historia?” “¿Qué voy a sacar?” Porque era imposible tener 63 personajes. Ahí empezó el trabajo de pulido y después vino la parte más entretenida que era revisar los capítulos de nuevo. Vi cuarenta o cincuenta capítulos de “Fuera de control” en el proceso de trabajo. Tomé notas, me reí mucho y me sentí muy incómodo con algunas cosas también. A nivel técnico, Silvana (interpretada por Úrsula Achterberg en la teleserie) fue lo más difícil. A Sarita (interpretada por Paulina Urrutia en la teleserie) y Axel (interpretado por Luciano Cruz-Coke en la teleserie) los tenía muy frescos en la cabeza, yo creo que también por los mismos fans. Pero la voz y elección de Silvana fue más compleja. Los escasos momentos donde Silvana habla o se muestra, fueron muy lentos de escribir. Sus reflexiones tienen otro tempo y eso siempre es difícil en literatura.
¿Hubo personajes preferidos tuyos que fueron vistos en la teleserie y que eliminaste en “No la mires a los ojos”?
Primero, la familia Villalobos. Estaba inspirada en “La casa de Bernarda Alba”, obra de Federico García Lorca que me gusta muchísimo, y era una versión más extrema de ese texto. Todo eso estaba incluido en la novela y tuve que sacarlo, porque estaba gigantesca y esos personajes no tenían trascendencia dentro de la trama más allá del rol de Álvaro (interpretado por Francisco López en la teleserie) que, a mi parecer, quedó mucho más complejo en la novela. Lo segundo que me costó muchísimo, en términos personales, fue no desarrollar más al personaje de Lavinia (interpretada por Nelly Meruane en la teleserie), que me encantaba. En este caso lo cambié y lo convertí en la dueña del restaurant del pueblo de Aurora, que en la teleserie no tenía. Y lo que más me costó de todo fue sacar al universo periodístico del Diario El Águila. Ocupaba mucho espacio dentro de la teleserie y era muy importante. Como la historia de “Fuera de control” ya existe, era muy fácil engolosinarse con algunas cosas. Por ejemplo, el personaje de Layla Cortés (interpretada por Loreto Moya en la teleserie) a mí me trastorna y escribiría una novela completa con su nombre. Una de las claves que yo perseguí para “No la mires a los ojos”, que no sé si se habrá logrado completamente, fue la claridad. Traté de despejar la ecuación lo más posible para dejar solamente lo que era “Fuera de control” como núcleo central, como dicen los brasileños.
¿Piensas que hubo situaciones, giros o personajes con los que quedaste más satisfecho aquí en la novela, que en la telenovela?
El regreso de Rodrigo (interpretado por Romeo Singer en la teleserie) visto en “Fuera de control” quedó mucho mejor en la novela. En “No la mires a los ojos”, mi preocupación esencial fue sacarle esa pasividad que tenía como personaje, que era como el depositario de todos los horrores del resto y que nunca tomaba las riendas de su vida. Rodrigo no era un personaje que iba a la pelea. Su carga de resentimiento y odio no estaba tan marcada, como la de Silvana, y sabía que dramatúrgicamente, el peso de Rodrigo era importantísimo en la novela. Creo también que todo acerca de los siete implicados quedó mucho más claro en “No la mires a los ojos”. Así como las relaciones que existían no solamente entre Axel y Sarita, sino que también entre Axel y Mabel (interpretada por Moira Miller en la teleserie) o Mabel y Helia (interpretada por Francisca Márquez en la teleserie). No quiero hacer muchos spoilers, pero esa relación lésbica fue sugerida siempre en la telenovela y solamente algunos fans se dieron cuenta que eso ocurría. La libertad que te da la literatura permite también que la voz de Sarita Mellafe sea mucho más clara a través de sus diarios y que exista la posibilidad de llegar mucho más allá, en cuanto al nivel de crueldad que tiene Sarita verbalmente. Se completa un poco más la historia familiar que tiene Axel con su madre y su padre, que estaba muy planteada en la telenovela, pero que no se llegó a profundizar. A mí me encantó lo que hizo Rebeca Ghigliotto con Dolly en “Fuera de control”. Pero las necesidades humorísticas aniquilaban la realidad de los personajes. Es algo que puedo ver ahora con el tiempo y de lo que antes no me di cuenta.
¿Cómo llegaste a definir la estructura de “No la mires a los ojos”?
Quise respetar la estructura de “Los títeres” y “Fuera de control”. No quería narrar a dos tiempos simultáneos, como se hace en las series hoy, sino que dividir cronológicamente y hacer algo mucho más clásico. Después tuve la necesidad de incorporar ciertas escenas que tenían que ir obligatoriamente. Por ejemplo, la fiesta de graduación, la destrucción de la cámara de Rodrigo, el incendio en la casa de botes y el enfrentamiento de Silvana con los siete implicados. Fue muy complejo escoger a un narrador. Lo lógico es que hubiera sido Rodrigo en primera persona todo el tiempo. Pero si lo hubiese elegido a él, me hubiera perdido a un montón de otros personajes. Rodrigo no lo sabe todo, sino que conoce una parte de la historia. De a poco, encontré esta posibilidad de contar una historia tipo Kurosawa, donde cada personaje ofreciera su luz sobre la oscuridad de la historia. Tampoco quería que todo fuese en primera persona, a pesar de que Sarita Mellafe sí tiene sus espacios, porque creo que lo amerita. Rodrigo siempre fue el narrador, que en el fondo soy yo, y la narración de Silvana en tercera persona fue una decisión absolutamente consciente. Aquí hay un narrador que no pierde oportunidad para contar sobre otros universos. La segunda parte de la novela fue mucho más fácil de escribir que la primera, donde había una reminiscencia muy presente de lo que era “Fuera de control”. Entonces poder despercudirme de eso y abrazar lo que me servía fue muy difícil.
¿Por qué modificar la línea temporal en “No la mires a los ojos”?
Por razones cien por ciento dramatúrgicas. Primero, Rodrigo no podía haber tenido tanto tiempo de condena, sin haber asesinado a nadie, a pesar de que es responsable indirectamente de la muerte de William Maldonado (interpretado por Mario Bustos en la teleserie). Segundo, no quería que se topara con el cambio de milenio. Entonces preferí saltarme dos años más y haber pasado al 2001. En algún momento de la escritura empecé a cambiar cosas caprichosamente como, por ejemplo, profundizar un poco más el mundo de Carrie Castro (interpretada por Claudia Conserva en la teleserie), por todo lo que tenía que ver con ella y el mercado del video, en ese momento. Rodrigo tenía que haber salido antes de la cárcel, porque me permitía asentarlo antes en un lugar. No quise que los personajes principales vinieran llegando ni apareciendo. Eso pasa mucho con las teleseries, que parten con alguien regresando, casándose o muriéndose. La vida no es así. Si tú ves las series, cuando tratan de buscar el realismo, hay cosas que pasaron o que están ocurriendo. No todo empieza en el primer capítulo.
¿Qué opinión tienes de los personajes nuevos que incluiste en “No la mires a los ojos”, destacando Fran Marangunic, amiga de Sarita Mellafe?
A medida que iba desarrollando a Sarita, que es un personaje bastante complejo, me di cuenta que no quería que fuese igual a la de la teleserie. Necesitaba romper un poco la coraza de Sarita. En “Fuera de control”, su debilidad pasa por el hecho de que es hermana de Silvana. Pero en la novela, había algo social que era necesario potenciar. Por ejemplo, ¿qué hace Sarita cuando le da vergüenza su colegio? En la novela queda muy claro que el colegio donde estudia Sarita, no era donde ella quería estudiar, y eso está relacionado con el rol de Fran Marangunic, que es lo que Sarita debió haber sido. Sarita iba para Fran Marangunic, pero terminó en esto que, en realidad, es una especie de proyecto, pololeando con el Lobo, que es hijo de la dueña de una fuente de soda. Había que mostrar los objetivos frustrados de Sarita, que complementaban más al personaje, llenándola de resentimiento y desilusión consigo misma.
¿Cómo has notado la recepción de quienes han comprado “No la mires a los ojos”?
Con mucho cariño. Recién hace dos semanas empecé a recibir el feedback de los primeros lectores por redes sociales. Tengo que reconocer, que, de todos ellos, el que me hizo más feliz fue el de Jorge Marchant Lazcano. Porque es uno de mis escritores predilectos vivos chilenos y “La Beatriz Ovalle” es una de mis novelas favoritas. Hay gente que me ha escrito que leyó “No la mires a los ojos” en cuatro o cinco días. También hay otro público que no tiene nada que ver con “Fuera de control” y que la está leyendo con mucho placer. Eso es muy gratificante, porque se están encontrando con personajes que no conocían, como Sarita y Axel, que son los más llamativos. Pero también con una historia que es eminentemente chilena y, como lo decía Jorge Marchant, revela ciertas costuras que no han cambiado todavía, que siguen siendo parte de nuestra idiosincrasia y que siguen ocurriendo a diario.
¿Alguna anécdota que hayan compartido los lectores de la novela contigo?
Es bien doloroso lo que pasa a veces con “Fuera de control” y con la novela, porque mucha gente fue víctima de bullying durante los años escolares. Casi todos en enseñanza media, otros antes, y muchas de esas personas, mientras sufrían bullying, vieron la teleserie. Entonces, sin quererlo, empatizaron con algunos de estos personajes, como Rodrigo Duarte o Silvana Maldonado, por ejemplo. Veintitrés años después, convertidos en adultos, se reencuentran con estos fantasmas, tal como Silvana se reencuentra con los suyos. Es como una especie de exorcismo literario lo que ocurre y muchos me cuentan que sufrieron bullying y que “Fuera de control” los ayudó a superarlo o evadirse.
“Fuera de control” volvió como una novela. Años antes “Adrenalina” lo hizo como una obra de teatro. ¿Crees que haya otra historia en tu carrera vista primero en televisión, que tenga posibilidades de regresar en otro formato?
Hasta hace dos semanas pensaba que era imposible. Pero hoy prefiero decir que no lo sé. Ahora creo que las historias no terminan, menos en el momento en que estamos hoy. Después de la pandemia hay una necesidad de leer, empaparse de relatos y de personajes e historias. Entonces sería imposible decir no de plano. Aunque, por ahora, no está en mis planes.
¿Qué lugar ocupa la literatura en tu carrera como escritor?
Un lugar cada vez más grande, que ha ido creciendo con los años. Un lugar de libertad, pero también de mucha calma, donde me siento bastante seguro, a pesar de estar siempre en pánico. Porque es un terreno donde la libertad también te despierta cierta sensación de vértigo. Durante mucho tiempo traté de escribir literatura tratando de olvidar al guionista y creo que esta novela ofrece justamente lo contrario. No tengo la necesidad de demostrar que dejé de ser guionista para ser escritor. El tiempo me ha enseñado que el trabajo de guión puede potenciar perfectamente al trabajo de escritor, novelista, o como quieran llamarlo.
Además de la promoción de “No la mires a los ojos”, ¿en qué otros proyectos te encuentras embarcado actualmente?
Sigo escribiendo para Viacom por este año. Es un contrato que tengo con ellos por presentar la historia, pero ellos tienen que optar por el desarrollo de cada una. Escribí “Perfil falso” para Netflix, que se estrena el próximo año y ahora estoy en Mega de nuevo, desarrollando la teleserie nocturna que viene después de “Hijos del desierto”.
¿Qué puedes adelantar acerca de la acción legal que interpusiste junto a un grupo de guionistas a TVN?
Nosotros nunca demandamos a TVN. Lo que pedimos fue un arbitrio, que era llamar a una tercera persona para establecer los montos que se nos adeudaban por algunas repeticiones de telenovelas y ventas al extranjero. En este momento está bien y se está llegando a un acuerdo, donde hay un tercer ente involucrado que es la Sociedad de Directores Audiovisuales, Guionistas y Dramaturgos (ATN). Pero está en muy buenas relaciones.
¿Alguna crítica que tengas acerca del escenario cultural chileno actual?
Siento que estamos volviendo a esa lucha constante que existía hace años atrás, donde había que demostrar que la cultura era buena para todo el mundo, que podía ser popular, transversal o masiva. Yo pensaba que esas luchas ya estaban ganadas y esos espacios conseguidos, pero me equivoqué. Aunque no me sorprende tanto. El país que pensábamos que vivíamos ya no existe. Estamos viviendo en otro país y hay que observarlo, contemplarlo, y tratar de ser lo más consecuente con lo que creemos para poder seguir creando y luchando. Pero no está fácil ni sencillo.
¿Cómo vislumbras el porvenir de guionistas chilenos que tratan de abrirse paso en el medio audiovisual nacional como internacional?
El futuro está complejo para los guionistas y al mismo tiempo, muy tentador. Es indudable que hay más oportunidades de trabajo en plataformas y en productoras, que en canales de televisión. El consejo que le puedo dar a los guionistas que están empezando sería el siguiente: asesórense y pregunten. Todos quieren hacer series, estar en Netflix y producir. Pero no todos tienen la capacidad para hacerlo y no todos tienen la capacidad para pagarle a un guionista. Por lo tanto: trabajo escrito es trabajo pagado. Por primera vez en la historia, yo creo que los guionistas estamos siendo protagonistas de los desarrollos y de los negocios. Pienso que hay más trabajo para guionistas, que para actores y directores en la actualidad. Mientras haya más trabajo y más demanda, nosotros los guionistas tenemos que exigir más, no solamente en términos de remuneración, sino que también en términos de condiciones de trabajo. No es posible que el desarrollo de una serie dure cuatro años y si dura cuatro años, tienen que pagar por esos cuatro años, no por dos meses. Esas son las cosas por las cuales hay que luchar y como es un escenario nuevo y como todos queremos hacer series, de pronto la ansiedad nos traiciona y nos lleva a cometer errores que la inexperiencia y el momento que estamos viviendo permiten un poco que eso ocurra.
Si “No la mires a los ojos” llegase a la pantalla chica o a alguna plataforma de streaming, ¿te interesaría ser el showrunner en su adaptación?
A Pablo Illanes no le gusta la producción. La detesto profundamente. Para hacer una llamada telefónica estoy preparándome dos días antes. He hecho trabajos de producción, pero hay gente que tiene mucha más facilidad para hacerlo. Yo soy escritor y me gusta escribir. El cargo de showrunner uno termina haciéndolo igual. Es muy complejo salirse de ese rol, porque tú eres el que maneja la historia al revés y al derecho, y las preguntas siempre llegan a ti. Más que showrunner, si me ofrecieran hacer “No la mires a los ojos” y ser el showrunner, preferiría ser el director de la serie, además de showrunner. Dirigir es mucho más entretenido que producir. Producir es un trabajo muy ingrato y ser showrunner suena como muy elegante o como un rol de poder. Pero, en el fondo, es estar apagando incendios las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana.