El lamentable fallecimiento del reconocido actor Tomás Vidiella no solo se recordará en los anales de nuestro país como un adoquín oscuro en las alamedas teatrales, sino también como la imagen más evidente de la inoperancia e irresponsabilidad que tanto el Gobierno como la misma población comparten ante la dignidad humana y el valor de la cultura.
El Covid-19 no es un chiste, ni se “vuelve bueno” durante la semana laboral -y el fin de semana se va de bruces contra la bondad-; en ese contexto, cada vez se demuestra con mayor ahínco que este virus es el gran factor que altera la vida de millones y, tal como ocurrió este miércoles, le resta años de vida a quienes buscaban seguir deslumbrando desde las tablas a la intimidad.
Tal como un sector -mínimo, por cierto- lucha incansablemente por defender sus recuerdos de épocas sumidas en la “correcta conducta social” dejando “descansar” una estatua como la del general Baquedano, asimismo se esperaría la misma batalla por que nuestros artistas, tal como fue con Tomás Vidiella, tengan una vida digna, con una pensión digna y una convivencia digna con un país que, cada vez más, les da la espalda.
Junto con esta, al parecer, irremediable situación en Chile, se une otro terremoto: el retroceso a Fase de Transición (o Fase 2) en la región Metropolitana y cuarentena en otras comunas del territorio nacional. Aquello generará más límites para que artistas de toda disciplina puedan ejercer sus actividades, recordando que recién desde las Fase 3 se pueden concretar eventos con un foro reducido, abrir teatros o cines y permitir algunos recitales, entre otros.
Vítores tuvo el regreso a la presencialidad en distintas agrupaciones culturales, como en Teatro Puente, el GAM, el Teatro Condell en Valparaíso, las compañías y colectivos que participan del Festival Santiago a Mil o algunas producciones circenses, entre otras. Una alegría que se disipó y que, claramente, poco y nada son relevantes para las autoridades.
¿Por qué no permitir un aforo reducido en eventos culturales en Fase 2? ¿Por qué sí pueden estar abiertos centros comerciales de gran envergadura pese a las “estrictas” restricciones sanitarias, sabiendo que agrupan muchísima más población que un cine? (sabemos la razón, pero cabe pensarlo). Los porqués pueden ser una columna completa, pero no va al caso.
La despedida abruta de Tomás Vidiella es una consecuencia súbita de cómo comprendemos al artista en Chile: con 83 años, se arriesgó a ser contagiado por la necesidad de trabajar, sin ninguna chance de tener una mejor condición pese a su extenso aporte a la cultura en Chile.
¿Chile es el último lugar del mundo? Pues la cultura es una incipiente espinlla molesta para los que manejan esta larga faja llamada “nación”.