Columna | La reina Ignacia Fernández y una rareza que no debería serlo en el país del metal

La noche del 6 de noviembre de 2025 ocurrió algo no muy visto —o escuchado— en un certamen de belleza. La candidata representante de la comuna de Las Condes, Ignacia Fernández, tomó el micrófono y, junto al guitarrista Carlos Palma, quien empuñaba una guitarra de ocho cuerdas, decidió cantar un tema original de su banda Decessus. Hasta ahí, todo dentro de lo esperable… hasta que su voz estalló en un gutural que hizo temblar el escenario y despertó en el público una mezcla entre asombro y admiración. No cualquier candidata estaba sobre el escenario, la vocalista de una banda death metal.

En un ambiente acostumbrado a baladas o demostraciones de talento más “amables”, Ignacia eligió tensar los músculos abdominales, bajar la laringe y aplicar presión abdominal. Su interpretación fue muy intensa, una demostración de técnica, control y, sobre todo, carácter que no solo se llevó los aplausos del público presente, sino que encendió las redes sociales. En cuestión de horas, el video fue reposteado miles de veces, cruzando fronteras y algoritmos a la velocidad de un riff de Trey Azagthoth.

El revuelo alcanzó niveles internacionales cuando Amy Lee (Evanescence) interactuó con uno de los videos, mientras que Ellie Goulding, la cantante británica, comentó un entusiasta “Holy Shit, obsessed”. Incluso atravesando géneros, Rei Ami —voz de Zoey en K-Pop Demon Hunters— escribió un espontáneo “She is so cool omg”. A eso se sumaron likes de Norman Reedus e incluso Rosalía mostró interés con el contenido, confirmando que lo de Ignacia no fue una simple anécdota: fue un fenómeno que incluso atravesó géneros musicales.

Una explosión mundial provocada por una reina de belleza de 27 años que decidió mostrar al mundo su pasión por el death metal progresivo. Pero entonces aparece la pregunta inevitable: ¿por qué esto se percibe como una rareza?

Sí, claro, no es común ver a una Miss cantando con voz gutural en televisión nacional. Pero quizás lo que sorprendió no fue tanto el sonido, sino la honestidad del gesto. Ignacia no actuó un personaje: se mostró tal como es, mezclando peinado, elegancia y distorsión. Muy metalero de su parte.

Además, el contexto ayuda: Chile es un país profundamente metalero. Los datos lo respaldan. El lingüista y cartógrafo Jakub Marian, en su estudio de 2018, determinó que Chile posee 113 bandas de metal por cada millón de habitantes, la cifra más alta de Latinoamérica. En un país de poco más de 20 millones, eso equivale a una verdadera ola de guitarras distorsionadas y ensayos en bodegas. En otras palabras, si tú, que lees esto, no tocas en una banda, probablemente conoces a alguien que sí.

A eso se suma que, según las estadísticas de Spotify de 2024, Chile fue el país número 1 en escuchas de metal en toda la región. No es casualidad: basta mirar la cartelera histórica del país. Desde Iron Maiden llenando el Estadio Nacional (dos noches seguidas) hasta el Metal Fest o los conciertos en Blondie y Club Subterráneo, el público chileno responde con una devoción que ya es casi patrimonio cultural.

Simplemente Maiden en Chile

Y no olvidemos la historia. Bandas como Pentagram Chile, pioneros del thrash y death desde 1985, abrieron un camino que luego siguieron nombres como Criminal, Poema Arcanus, Six Magics o Inquisición, cada una con su propia identidad, pero unidas por la misma pasión. Entre todas levantaron una escena que no se apoya en la industria, sino en aguante puro.

Hoy esa llama sigue ahí, pero con un brillo distinto. En los últimos años, el metal chileno ha entrado en una etapa de reinvención, con una camada de bandas que mezclan técnica, narrativa visual y una conexión más directa con su entorno. Nombres como Hessel Kessel, con su propuesta cargada de teatralidad y letras en español, Klauzer, La Falsa Conciencia y All Tomorrows (entre muchos otros), están empujando los límites del sonido local hacia terrenos más experimentales. En paralelo, proyectos más recientes como Decessus, liderado por la propia Ignacia Fernández, representan una nueva forma de entender el metal: como una identidad abierta, visible y dialogante con otras expresiones culturales.

Decessus —activa desde 2020— se mueve entre el death progresivo y la experimentación atmosférica, con una estética cuidada que mezcla lo extremo con lo performático. Lo mismo ocurre con bandas que aprovechan las redes para construir comunidad, grabar de forma independiente y exportar su sonido sin intermediarios. 

Vocalista Ignacia Fernández, Carlos Palma en la guitarra, Martín Fénix en la batería y Jaime Pape en el bajo
Vocalista Ignacia Fernández, Carlos Palma en la guitarra, Martín Fénix en la batería y Jaime Pape en el bajo

Con estos exponentes, podemos decir que Chile no mira hacia afuera para validarse porque  la escena nacional genera sus propios referentes y los comparte con el mundo en igualdad de condiciones.

El resultado es una nueva generación que creció escuchando metal y aprendiendo riffs entre clases. Son músicos que entienden el metal como un espacio de expresión y también de pertenencia, algo por lo que las generaciones anteriores también lucharon por crear.

Por eso, lo que pasó en Miss Mundo Chile con Ignacia Fernández no fue una rareza: fue una consecuencia lógica de quiénes somos. Un país que goza con los riffs y que, aunque se disfraza de formalidad, tiene un corazón que late a doble bombo. Ignacia solo puso ese pulso en primer plano, con corona y todo.

Y tal vez ahí radica su verdadero mérito. No en romper el molde, sino en ampliarlo. En demostrar que la fuerza, la sensibilidad y el arte no tienen género ni estética. Que una reina puede ser gutural, que el metal también puede ser elegante, y que el sonido del cambio —al menos esta vez— vino en forma de corona.