Paola Lattus, la actriz chilena que ama la actuación desde sus raíces: “Hay una nueva camada de directores que tienen cosas que decir”

Descubre a Paola Lattus: su herencia teatral en Antofagasta, su paso por el cine chileno y proyectos como Sariri y Las Cenizas.

Las herencias no siempre son objetos que se transmiten entre generaciones; son pasiones, amores, oficios, valores y territorios que nos han formado desde la infancia. Así es como heredamos bandas o cantantes que han sido parte de nuestra vida completa, películas que nos evocan tardes con nuestros hermanos y lugares que nos llevan a instantes precisos. Estas herencias son parte de nuestra forma –individual- de ver el mundo y son tan determinantes como cualquier otra herencia tangible que pudimos obtener.

En el caso de Paola Lattus, la herencia se materializa en la actuación y Antofagasta, la ciudad que la vio crecer y hacer las primeras obras teatrales, que la formaron hasta convertirla en la actriz que es hoy, parte de múltiples proyectos tanto audiovisuales como de teatro.

Al ser hija de actores, su vida se ha mezclado entre la realidad y la fantasía de las tablas o las cámaras desde que era una niña. En experiencias que no solo definieron su vocación, sino que también en la forma en que se relaciona con su arte y su identidad.

Paola Lattus, parte del elenco de ‘Sariri’

En La Máquina conversamos con la destacada actriz nacional por el estreno de Sariri y Las cenizas, por lo que aprovechamos de hablar sobre su vida, la cultura y el estado del cine chileno.

Cabe mencionar que Las cenizas se estrena este jueves 25 de septiembre en salas de cine. Por su lado, Sariri dirá “presente” el 9 de octubre en cines.

¿Cómo influyó en tu carrera haber comenzado en Antofagasta, haber tenido parte de tu formación allá, lejos de Santiago, en la forma en que afrontas los proyectos y a tus personajes?

Yo no pude haber nacido como nací por casualidad, porque mis papás son actores de teatro, llevan más de 60 años en esto. Nací haciendo teatro… mi papá es Ángel Latus, mi mamá Teresa Ramos, fundadores de la compañía de teatro de la Universidad de Antofagasta, que los formó Pedro de la Barra, pionero del teatro experimental en Chile. Para mí toda la vida ha sido crecer en eso. Decidí estudiar teatro recién después de cuarto medio, porque antes era algo que vivía día a día. Desde los 11 años ya empecé a actuar, a meterme al teatro, criándome entre camarines y tablas, viendo actuar a mi mamá y a mi papá, porque nos tenían que llevar, como ahora yo llevo a mi hija, ¿cachái? 

Algunos ensayos, grabaciones, cosas así. Fue fuerte porque estar haciendo teatro desde los 11 años, y ahora, a los 45, seguir haciendo teatro… uno dice: “Chuta, llevo más de la mitad de mi vida haciendo teatro.” Y es cuático porque uno se va como… Yo soy súper honesta en ese sentido; a veces uno se cansa y dice: “¿Cómo me reencanto con el teatro, con el hacer?”

Me tocó partir cuando salí del colegio, como en el 97. En 2000 me fui a estudiar a la escuela de Fernando González, tuve una buena formación, seguí trabajando allá y volví a Antofagasta cuando quedé embarazada. Soy mamá soltera y tengo mi red de apoyo acá, pero seguí en contacto con la gente de allá. Ha sido un ir y venir. Lo que ha sido súper importante para mí, independiente de estar o no en el lugar, es haber mantenido contacto con mi territorio, con la gente de Antofagasta, con el teatro de Antofagasta, venir todos los años a trabajar con mi familia en el Festival Internacional de Teatro ZiCosur. Para mí es sagrado estar en Antofagasta participando de ese proyecto y tratando de aportar también a la escena local.

Entonces, ¿podemos decir que parte de tu visión como artista también está en no desconectarte de tus raíces? ¿En siempre tener un pie en la región que te vio nacer y crecer?

Sí, yo creo que para todo eso es importante. Todos tenemos cariño por el lugar donde nacimos. O sea, no sé si todos en realidad, estoy generalizando, pero yo sí quiero mucho mi ciudad, quiero mucho mi territorio y también mi familia, por el lugar donde me tocó, por lo bien que me ha tratado. Porque tengo otros compañeros y compañeras que han trabajado conmigo acá y me han abierto las puertas, independiente del teatro que siempre he hecho con mi familia, con mis viejos, ¿cachái?

Paola Lattus en “Las cenizas”

Tal como a Chile le falta descentralizarse políticamente, ¿también hace falta una descentralización cultural?

Sí, yo creo que falta, pero siempre he sido súper crítica con eso. No es algo unilateral; no tiene que venir solo desde Santiago, sino también desde las regiones. Cuando existen las seremis de cultura, los consejos… como el de artes escénicas, donde hay gente de regiones, creo que hay que jugársela más y ver cómo influimos en políticas públicas y culturales, para que las regiones tengan mayor participación.

Antofagasta es un caso especial: es una de las ciudades donde más se invierte en cultura, con festivales, la Fundación Minera Escondida que patrocina muchos eventos… y también deporte, porque el deporte también es cultura. Por eso hay que exigirlo como ciudadanos, ¿cachái? Que nuestras regiones tengan la cultura que nos merecemos. No esperar solo a que llegue el verano para el “Antofa a mil” o FILSA; acá hay escuela de teatro, compañías, y esas mismas escuelas y compañías también tienen que salir del cristal donde están, mirar Santiago y que la gente de Santiago venga acá. Yo creo en el intercambio. A veces digo: si la montaña no va a Mahoma… bueno, que Mahoma vaya a la montaña. Esa cosa separatista de regionalización ya no tiene mucho sentido.

Ahora la tecnología permite trabajar a distancia. Por ejemplo, estamos con un proyecto de teatro con Guillermo Cacace, director argentino, gracias a FITAM; la obra se estrena en enero y después va a Santiago. El elenco es totalmente antofagastino, del norte. Entonces, pasan cosas, y todo tiene que ver con cómo las visibilizamos.

También nombraste a Minera Escondida, que tiene recursos de sobra para invertir en cultura en Antofagasta. ¿Es importante el capital privado en el desarrollo cultural?

Sí. Yo creo que hay que ir a esos lugares, hay que ir a buscar financiamiento en otros lados, hay que ir a buscar a los privados.

Porque uno siempre tiene que buscar cómo influir en ese sentido y decir: “Mira, yo soy necesario para ti.” Decir que la cultura sí es necesaria para una sociedad, porque lo es.

En ese sentido, si no hay cultura, no estaríamos hablando ahora, no nos estaríamos comunicando. Porque la gente cree que la cultura es solamente ir al teatro, leer… y no, va más allá de eso, está en el día a día.

En 2020 diste una entrevista en La Máquina, donde dijiste que al cine chileno le faltaba alejarse de esa idea de que todo se vea bonito. Ya han pasado unos años, ¿notas algún cambio en la estética, la narrativa o la mirada del cine chileno de hoy?

Creo que lo que sí ha pasado es que hay más cineastas. Siempre van a estar los que buscan la espectacularidad, los que apuestan por la imagen bonita sin importar el contenido, ¿cachái? Pero también hay muchos cineastas nuevos, como Tomás Alzamora, con Denominación de origen. Dan un paso al costado, trabajan con actores que no necesariamente son profesionales, y me parece súper válido. Muestran un Chile, un San Carlos, que quizás si no fuese por esa película no hubiésemos conocido.

También hay otra forma de narración, como la docuficción. Está Juan Cáceres, que partió con Perro Bomba, un buen retrato de la migración desde la vivencia de Steevens Benjamin. Ahora estrenó Calle, hecha en una sola toma en Cartagena, con actores que no son los mismos de siempre. Yo no tengo nada en contra de esos actores, ¿cachái? Pero la gente se cansa de ver siempre lo mismo. Hasta a mí me han dicho en redes: “Ya, la Lattus haciendo de la Lattus.” Y yo digo: “Ya, pero… ¿por qué?” Creo que los nuevos directores están refrescando lo que pasa. Por ejemplo, Diego Céspedes con La misteriosa mirada del flamenco, un niño de 24 años. Sin desmerecer a las grandes productoras, pienso que hay que dar un paso al costado, no en el hacer, pero sí en la postulación a los fondos.

Soy convencida de que si ya te ganaste 10 fondos, deberías quedar inhabilitado. Tuviste 10 oportunidades para crear industria, y la tienes. Hay que ser súper aguja con a quién le damos fondos, para qué, con qué seguimiento y repercusión. Por ejemplo, Denominación de origen tuvo caleta de espectadores; acá en Antofagasta fui a verla y hacía tiempo que no veía la sala llena. Y en La Ola, cinco personas, ¿cachái? Hay que darle valor a eso, preguntarse por qué la gente se interesa. Antes uno pensaba: “Ay el cine arte, ¿qué tiene que ser?” Pero importa: ¿qué necesita la gente? ¿A qué responde? A lo nuevo, a lo que la entretiene, a lo que la emociona, pero no siempre a una línea continua.

Sigo insistiendo en que hay que ser fieles a cómo somos. Si vas a grabar sobre una niña en el norte de Chile, no me pongas una mina rubia de ojos azules. Hay que ser honestos. Y ojo, lo digo con cuidado porque tengo amigas preciosas, excelentes actrices, rubias y de ojos azules. Pero amiga, ese casting no es para ti.

También influye mucho el fenómeno de los likes, los seguidores en Instagram. Están mirando cuántos seguidores tiene un actor para darle un papel. Eso debería venir después. Hay tantas buenas actrices con pocos seguidores. Ni yo tengo muchos; tengo como 10 mil.

¿Sientes que la popularidad se está poniendo por sobre el talento?

A veces pueden ir las dos cosas juntas. Yo creo que la popularidad debería ser consecuencia de. Como “Oh yo vi el trabajo de esta chica, de este chico, me interesó, voy a seguir viendo su trabajo”. Pero no para ver los canjes de las marcas, no para ver qué zapatillas se está comprando. O si no, dedícate ser influencer, ¿cachái?

Entonces, hay una nueva camada de directores que tienen cosas que decir, y eso es lo que a la gente le está interesando. Y junto con eso, están trayendo a actores y talentos que son nuevos para la industria.

Sí, yo creo que no creo que pretendan ser famosos. Es que el cine cuesta tanto hacerlo, que cuando lo hacen, lo hacen con todo nomás.

Ya entrando en Sariri, la película aborda la iniciación femenina y la maternidad, todo en un escenario desértico que es infinito. ¿Cuál fue tu preparación para ese rol? ¿Cómo te afectó el desierto, las casas de adobe, el resto de los actores y la historia?

Bueno, yo creo que el equipo de Sariri fue muy bonito, puro cabro joven, y me invitaron a hacer de la madre. Y claro, no me iba a costar ser mamá, porque soy mamá, ¿cachái? Pero la preparación tuvo mucho que ver con estar ahí, en Condoriaco, un lugar donde no hay hoteles ni nada. Dormíamos en casas de adobe, como los faeneros que arrendaban ahí. Me acuerdo que con Martina, la protagonista, hacíamos churrascas en el fuego con su mamá (…) y eso fue creando una relación bien especial entre nosotras, como mujeres compartiendo fuera del rodaje.

Fue un proceso súper respetuoso y ordenado. La Laura Donoso tenía todo claro, la dirección de actores, el trabajo. A mí me sirvió mucho también ver a la gente del lugar, porque los extras eran de ahí mismo, de pueblos cercanos, y uno entiende que no puede llegar a “enseñarles” cómo es el desierto, porque son ellos los que saben. Entonces dije: me entrego, me pego a lo que ellos son.

En el cine hay que estar abierta al contacto, a escuchar al compañero. Yo puedo proponer cosas, pero si lo que me propone el otro es mejor, me quedo con eso. Es como en el fútbol: si alguien te da un pase y tú estás mirando para otro lado, lo perdiste. En el cine hay que estar con todos los sentidos abiertos: vista, oído, cuerpo. Eso fue lo más importante en Sariri: dejarse llevar por el lugar y por los otros.

Paola Lattus en Sariri.

Y sobre la misma película, ¿lograste darle un simbolismo propio al desierto? 

Claro. Yo creo que el desierto a cualquiera lo hace querer estar acompañado. A mí lo que me pasa con el desierto, y que también pasa en Sariri, es que el silencio te hace valorar la existencia del otro, ¿cachái? Como hay tan poca gente en esos lugares, la cuidas. La madre cuida a sus hijas, les dice: “Yo no quiero que les pase nada.”

Pero también está ese machismo instalado, como lo de los mineros que creen que si una niña anda con su periodo trae mala suerte a la mina. Es algo muy chileno eso de pensar que la mujer arruina todo. Entonces la madre está entre proteger a sus hijas y estar inmersa en esa cultura.

Yo guardo recuerdos muy bonitos de la película, fue un rodaje hermoso y agradezco haber estado ahí. Conocí caras nuevas como la Cata Ríos, que lo hace precioso, y la Martina, que es maravillosa. Ahora está más grande… fue hace como cuatro años ya. Yo siempre mido todo con la edad de mi hija.

Ya habiendo trabajado en Sariri y en Las Cenizas, ambas presentadas en SANFIC, ¿Qué importancia tienen para ti los festivales para la difusión del cine chileno y tu propio desarrollo como actriz?

Yo creo que lo bueno de los festivales es la visibilización. Ojalá que las películas las vea la mayor cantidad de gente posible, que vayan pares, directores, productores, a ver también el trabajo de otros trabajadores de la industria. Para uno también es importante, porque a veces no hay tanto casting y alguien te llama porque te vio en un rol, o porque estuviste en distintas películas mostrando registros distintos.

Cuando uno va, además, sirve mucho el contacto: algunos lo llaman lobby, pero para mí es gratificante poder ver el trabajo en sala, conversar con la gente y recibir feedback. Incluso darse cuenta de la reacción del público en vivo: si les gustó, te lo dicen, y si no, también lo notas.

Pero tú has sido reconocida en el SANFIC.

Sí, me tocó una mención honorífica porque estaba en Sariri, en Las Cenizas y en otra película de Lucho Cifré. Molestaba diciendo: “Soy el comodín.” Ese día Luz Croxatto dio un discurso muy bonito y habló de “la actriz de la mirada de los ojos fulminantes”. Yo pensé que era solo por Las Cenizas y agradecí al Esteban, después me di cuenta que no había nombrado a los otros directores (ríe). Pero fue súper bonito, un reconocimiento que también habló del cine antofagastino.

Para mí fue bacán porque no es solo personal, también es para la región, para el trabajo que se hace acá. La primera cineasta que me felicitó fue Adriana Suanich (que en paz descanse). En Antofagasta se ha grabado harto: Silvio Caiozzi con La sombra del sol, Caliche Sangriento también. Incluso mi mamá actuó en una escena muy dura en Caspana. Somos un país largo, en todos lados están pasando cosas, y esa visibilización es importante.

Paola Lattus, parte del elenco de ‘Sariri’

Has trabajado, has escrito, has incluso dirigido en teatro. ¿Cuándo decides contar una historia? ¿Cómo la encuentras? ¿Cuándo sientes que ya esta es la historia que quieres contar y, creativamente, qué es lo que buscas?

No soy mucho de dirigir ni de escribir ahora, eso lo hice más cuando estaba en la escuela, cuando tenía la necesidad de transformar cosas que veía en historias. Por ejemplo, escribí Electra e Ifigenia, donde tomé el mito de la Orestíada y quise resignificarlo, traerlo a lo universal y decir: “esto también podría pasar hoy”. También escribí Carabinero, inspirada en mi papá, fanático del fútbol, pero mezclada con noticias reales sobre la institución, y Equeco, un monólogo breve que hice para mi hermano, ligado a un viaje a Bolivia y a nuestras raíces en el norte. Siempre parto de lo que conozco, porque me cuesta escribir sobre algo que no he vivido o que no me toca de cerca.

En lo creativo, lo que busco hoy es que las historias me muevan, que me hagan feliz, incluso si son duras o dolorosas. Siento que nuestro trabajo es tan exigente que si no encuentro ese goce, se vuelve insoportable. Obvio que en escena toca sufrir a veces, pero afuera necesito sentir que lo que hago es lindo, que vale la pena, y que puedo pulirlo una y otra vez para encontrarle nuevos sentidos.

Por eso también me fascina trabajar con directores que me sacan de mi zona de confort. Me pasó, por ejemplo, con el Teatro Niño Proletario, donde descubrí un lenguaje distinto, sin texto, donde el actor no era el centro, sino parte de una imagen colectiva. Fue un desafío grande, pero también una experiencia que me marcó mucho. Y al final, lo que más me importa es con quién trabajo: para mí la ética de este oficio es rodearme de gente que admiro y respeto, porque ahí es donde realmente disfruto.

Trabajar con Sosa, con Luz Jiménez, con mi papá que estaba ahí también, Caro Cifré, todos los que están en este mundo, también de la locura, que era algo a lo que yo tenía mucho miedo enfrentarse, pero desde el amor, y después buscarle desde otro lugar y ver que éramos como imágenes y que estábamos al servicio de esta historia.

Eso a mí me seduce mucho, y también creo que para mí es muy importante trabajar con gente que admiro, que quiero, y eso es maravilloso. Como que ética, ética de trabajo para mí es trabajar con gente que admiro y respeto siempre.

¿En qué estás ahora?

Ahora estoy por estrenar Las cenizas, el 24 de septiembre al aire libre en el Parque Croata de Antofagasta. Después la voy a presentar en Coyhaique y en Puerto Varas, y estoy feliz porque la red de salas me lleva con mi hija, la Teresita Latus, que también quiere ser actriz, por si la quieren llamar.

Sigo con mi compañía Alma Reina Teatro (@almareinateatro), que dirijo junto a una de mis mejores amigas, casi mi hermana, la Pame Meneses. Estamos con La Contadora de Películas, basada en la novela de Hernán Rivera Letelier.

Y además estoy preparando Vania, una versión de Tío Vania de Chejov dirigida por Guillermo Cacace, con puro actor antofagastino: la Dolores Reina, Pancho Díaz, Raúl Roco, Alejandro Pino, el Amaro en la música, Claudio Ortiz… tengo que nombrarlos a todos porque me obligan (ríe). Vamos a estar en enero en Antofagasta y en Santiago, gracias a la invitación de FITAM. Trabajar con Cacace, que viene de dirigir La Gaviota, ha sido maravilloso, un lugar que no había explorado y que agradezco mucho. 

Paola Lattus no solo habla desde su experiencia personal; habla desde un lugar que conecta con su ciudad, su oficio y su generación. Entre Antofagasta y Santiago, entre teatro y cine, sus palabras nos recuerdan que la pasión por contar historias trasciende lugares y formatos. En cada rol, en cada proyecto, se mantiene fiel a sí misma: ética, curiosa y abierta al aprendizaje. Y, quizás lo más importante, nos recuerda que el cine y el teatro son territorios de encuentro, donde la identidad, la memoria y la emoción se entrelazan, y donde talentos como el suyo siguen abriendo caminos para quienes vienen detrás.