Un pequeño incidente –o Un simple accidente, para seguir con el título de la película– puede desencadenar en muchas historias. En el caso de la nueva entrega del cineasta iraní Jafar Panahi, ese hecho, aparentemente menor, abre paso a una historia sobre la venganza, el mal y el fundamentalismo religioso. Ganadora de la Palma de Oro en Cannes 2025 y elegida para inaugurar la nueva edición de SANFIC, la película confirma el regreso del director al circuito cinematográfico internacional, después de años de silencio forzado por la censura, la prisión y la prohibición de filmar impuesta por el régimen iraní.
Rodada en clandestinidad en Teherán y coproducida en Francia, la cinta instala a Panahi como una de las voces más lúcidas y persistentes del cine disidente. Cada nuevo film suyo es un acto de resistencia cultural, pero también de perspicacia estética. Con recursos mínimos y austeridad visual, el director logra construir un relato tenso, incómodo y cargado de significado político. Entérate en La Máquina.
Un relato de sospechas
El filme comienza con un episodio banal. Eghbal (Ebrahim Azizi), un hombre cojo que viaja con su esposa embarazada y su hija por carretera, atropella accidentalmente a un perro. El daño en el auto lo obliga a detenerse en un taller mecánico. Allí se cruza con Vahid (Vahid Mobasseri), un trabajador que cree reconocer en el sonido de su andar al antiguo torturador de su época en prisión. Esa sospecha abre una grieta que no se cerrará más.
Luego de un secuestro impulsivo, Vahid recorre la ciudad intentando confirmar la identidad de Eghbal. Para ello busca a antiguos compañeros de prisión –una fotógrafa, una pareja ad portas de casarse, el dueño de una librería, entre otros–, resucitando un pasado de violencia que parece nunca terminar. La ambigüedad sobre la identidad del presunto victimario mantiene en vilo tanto a los personajes como al espectador. El cineasta despliega un relato sobre memoria, trauma y los ecos persistentes de la violencia política, además de entrar a discutir sobre el bien y el mal. A Mobasseri y Azizi se unen Mariam Afshari (Shiva, fotógrafa), Hadis Pakbaten (Esposa), Majid Panahi (Esposo) y Mohamad Ali Elyasmehr (Hamid), para completar el reparto.
Humor negro y riesgo político
Como en otras películas de Panahi, lo político no se queda solo en discursos explícitos, sino que se aprovecha cada recurso narrativo. Un simple accidente combina thriller, comedia negra y elementos de una road movie, géneros que enmascaran un trasfondo mucho más complejo. La tensión del relato se transmite también en su forma y el humor negro refuerza el absurdo de la situación –incluso con una referencia a Esperando a Godot en una genial escena en el desierto. La filmación desde automóviles, los encuadres cerrados y el uso del sonido intensifican la sensación de riesgo.

Los pequeños gestos (mujeres que aparecen sin hiyab, la representación del fanatismo religioso como absurdo, la arbitrariedad de las autoridades) son leídos como críticas al régimen. Ese mismo régimen que sentenció al director a 6 años de cárcel y 20 años de prohibición de dar entrevistas, salir del país y filmar. Panahi inserta la crítica con naturalidad y no esconde su dimensión de resistencia. En este sentido, la película respira la misma tensión con la que fue filmada.
Trayectoria y memoria colectiva
El director ya había filmado en condiciones adversas y clandestinas. En Esto no es una película (2011), realizada desde su arresto domiciliario y enviada a Cannes escondida en un pendrive dentro de una torta, y en Tres caras (2018). Ahora, con Un simple accidente, vuelve a demostrar que el cine puede seguir existiendo incluso bajo vigilancia, y que filmar es siempre un acto político.
La película dialoga también con obras anteriores como El espejo (Leopardo de Oro en Locarno, 1997), El círculo (León de Oro en Venecia, 2000) o Sangre y oro (Premio del Jurado en Un Certain Regard, Cannes 2003). En todas ellas, Panahi ha retratado la vida cotidiana iraní con un enfoque crítico hacia la desigualdad de género, la represión social y la arbitrariedad estatal. Su nueva obra amplifica esa mirada. Pero esta vez desde la clave del trauma y la memoria colectiva. Aquí la violencia de los regímenes autoritarios no se disuelve, sino que persigue a las víctimas durante el resto de sus vidas.

El cine como resistencia
Más que una narración sobre la culpa y la venganza, Un simple accidente se convierte en una metáfora del presente iraní y de la propia historia de Panahi. El pasado irrumpe en el presente y lo llena de dudas. La pregunta que recorre toda la película no es solo si Eghbal es o no el torturador de Vahid, sino cómo vivir con la posibilidad de que el victimario esté en medio de la vida cotidiana. En la cotidianeidad de manera impune, camuflado, confundido con cualquiera y sin cargar con los traumas que dejó en sus víctimas.
En esa tensión, Panahi logra un final tan preciso como inesperado, difícil de comentar sin arruinar la experiencia, pero que confirma la lucidez con la que el director articula lo íntimo y lo político. La película es magistral en cada detalle, desde el uso de la cámara al guion, que no necesita grandes presupuestos para destacar. Aparece así como una de las grandes revelaciones de la cartelera del SANFIC, con función programada en Cinépolis La Reina el domingo 24 de agosto, a las 18:55 horas, una oportunidad para disfrutarla en gran pantalla.
Con Un simple accidente, Panahi no solo tuvo su regreso a Cannes —esta vez de manera presencial—, sino que se reposiciona como uno de los cineastas más relevantes del cine iraní. La película es un emblema del cine como acto de libertad, un recordatorio de que cada gesto puede contener una crítica y que, incluso desde la clandestinidad, el cine puede iluminar lo que los regímenes censuran.
