Cada cierto tiempo, sin una medición exacta, logran aparecer talentos que se posicionan en la pantalla, aun cuando la crítica, el medio y el contexto intentan, de alguna forma, desacreditar el trabajo por no cumplir con los esquemas tradicionales: trabajar-estudiar. Pero el talento, el carisma, el esfuerzo y el aprendizaje son aptitudes que la vida te entrega y no todos saben valorar. Ese es el caso de la actriz Josefina “Pin” Montané.
Ella fue, quizás, quien más destacó en el trabajo que por meses llevó hasta las pantallas una historia cuyo impacto fue más allá de los números, ya obsoletos, del rating como lo fue Pacto de sangre de Canal 13.
Su relevancia tuvo como positiva consecuencia el inicio de la consolidación de una actriz que ha servido como ejemplo no solo de la ruptura de los cánones establecidos en cuanto a la realización audiovisual respecto a la teleserie en sí misma, sino que además le permitió romper esquemas aún más profundos que los televisivos y de ficción. Ella ha comenzado a romper, resquebrajar y dejar a un lado esas rígidas estructuras de la cosificación de la mujer como un objeto solo por cumplir con un estándar de belleza: ojos claros, alta, delgada, hermosa sonrisa, pelo más que cuidado.
Sí, son atributos ciertos, concretos, que se pueden apreciar a simple vista y que, por cierto, son agradables de ver, pero no son lo único, ni por casualidad son lo único que conforma a esta actriz que se ha permitido este paso adelante.
|Te puede interesar: Opinión| El paso al frente de Josefina Montané contra los estereotipos.|
Lograste, gracias al interesante y quizá poco profundizado (porque era posible hacerlo aún más) personaje de Ágata Fernández, decir lo que te era necesario expresar; expresar aquello que todas, absolutamente todas, las mujeres de este país necesitan decir: son libres de hacer, decir, crear y tener su propia posición y lugar en la sociedad.
Ágata y tú, Josefina, hacían lo anterior prácticamente en cada aparición que el personaje tenía, dando a entender la necesidad de la verdad, de la justicia, pero no solo de esa justicia penal, la de tribunales, sino que esa justicia que tiene directa relación con los aspectos humanos de la reivindicación. Porque las mujeres son capaces de decirlo, Ágata a través de la ficción fue la voz de decenas o quizás miles que no pueden decir ni decidir.
En lo estrictamente actoral, Josefina “Pin” Montané consolidó, junto con el discurso y la postura, su propio desempeño: se veía resuelta, madura, sólida. Muy poco queda de aquella joven actriz que debutó en Soltera otra vez (Canal 13), siendo no víctima, ya que ella aceptó libremente ser parte de esta producción, pero sí sufre de las consecuencias de la aún reinante cultura catalogadora y machista de un país que al parecer hoy, en 2019, está reformulándose, y esta actuación y personaje imparten su aporte por mínimo que sea.
Es decir, en pocas palabras, Josefina Montané está rompiendo con las estructuras, demostrando que es posible ser mujer, ser bonita, no tener estudios específicos y aún hacerse un nombre y destacar por un talento y jerarquía actoral creciente y a la cual, muy probablemente, le quede por crecer mucho en relación a su edad (30) y al tiempo que le queda en televisión, teatro y, ¿por qué no?, cine, pasando a ser una de las grandes figuras de las nuevas generaciones de actores, que marcan presencia en el público de estos tiempos y que en la actualidad requieren una muestra más real de lo que se viene y pretender como cambio sociocultural.
|Te puede interesar: Opinión| Rocío Toscano: el explosivo ascenso de una joya actoral|
Porque Josefina Montané y Ágata, de alguna forma, representan aquello que está cambiando, que debe cambiar, flexibilizarse y posicionarse como la gran verdad de desarrollo, en donde no todo el mundo debe seguir los cánones tradicionales en diferentes índoles políticas y sociales, sino que también en el posicionamiento y desarrollo profesional. Ambas se convirtieron en el emblema de Pacto de sangre y de la nueva “camada” actoral chilena.