Claudia Huaiquimilla se confiesa: “El cine también es muy aristocrático y hay mucho prejuicio, clasismo, racismo y mucha misoginia dentro”

“Mala junta” fue, indudablemente, el puntapié inicial de una carrera cinematográfica que ha elevado a la cineasta chilena Claudia Huaiquimilla como una de las artistas del séptimo arte con más voltaje en los últimos años, especialmente con el estreno de su segundo largometraje “Mis hermanos sueñan despiertos”, la cual ha cosechado una exitosa recepción en las salas de cine y en el mundo del streaming.

Ángel y Franco cumplen un año en la cárcel juvenil. A pesar de su situación, conforman una red de apoyo con distintos jóvenes en igual situación que ellos. La llegada de Jaime y los eventos en el centro, tensionan su estadía con una oportunidad de escape, al parecer la única alternativa para recuperar su libertad y su vida”, aquella es parte de la historia de su último filme que aborda la realidad, desde una mirada introspectiva, la realidad de los miles de jóvenes en los centros del Servicio Nacional de Menores, SENAME.

De esto último habló la directora, también del difícil trabajo que resultó la producción de “Mis hermanos sueñan despiertos”, el éxito nacional e internacional de la cinta y también se confesó con respecto a su experiencia como cineasta en territorio chileno.

El complejo tramo de Mis hermanos sueñan despiertos

Luego de mucho tiempo investigando casos de Sename, ¿qué fue lo más desafiante de plasmar en el guion del largometraje?

Las cosas más difíciles fueron saber cómo podría aportar mi mirada, mi forma de aproximación y una perspectiva distinta. Desde dónde iba yo a aproximarme y encontrar ese espacio particular, único, y que tuviera que ver con poder hacer un aporte desde mi propio espacio. Ya han salido otros relatos respecto a este universo. Me gusta y me encantaría que ojalá salieran más libros, series de televisión y películas. Lamentablemente, hay demasiadas historias de dolor, muchas de ellas se conocen y al ingresar a uno de los centros, sentí una necesidad muy grande de niñas, niños y jóvenes que habitan este espacio, de decir: “somos algo más que los catalogados niños Sename”. “Somos niñas, niños y jóvenes con sueños, con anhelos”. En algún modo, durante la investigación, en los libros testimoniales que yo encontraba, eso no estaba. Entonces fue muy importante comenzar a preguntar qué es lo que sueñan, qué es lo que harían apenas salgan de uno de esos centros y ahí es donde encontré ese lugar particular. Tenía que ver con esa resiliencia, con una hermandad, con los sueños y esa idea fue lo que primero nos guió a mí y al coguionista (Pablo Greene) en la escritura y a mí como directora.

¿Cómo se armó el casting?

Fue un poco parecido a “Mala junta”, en el sentido de que hubo actores profesionales y actores naturales, y les actores naturales llegaron a partir de una convocatoria por redes sociales. Fue un llamado abierto a niñas, niñes y jóvenes que no necesariamente tuvieran experiencia en la actuación y que quisieran ser parte de una película. Mandaron sus fotos, sus videos de presentación e hicimos un llamado a casting. En verdad, yo no sé hacer casting, porque me parece una situación sumamente estresante para quienes tengan que presentarse, pero también para mí. Así que, en verdad, el casting es más bien conversar conmigo, conocer a estos chicos y hacemos una situación como de improvisación. Ahí conocí a Iván Cáceres, por un lado, y a César Herrera, por el otro. En algún momento los juntamos e improvisamos una de las escenas que sale en la película, que es cuando el hermano menor le dice al mayor que con un grupo están organizando un plan de escape y si se podrían sumar. Esa conversación la improvisamos y fue tan bueno lo que apareció y la química entre Iván y César, quienes interpretan a Ángel y Franco, que muchas de las cosas que improvisaron fueron quedando después en la escritura del guion.

¿Es o no es difícil actuar con actores naturales, en vez de actores profesionales, sobre todo cuando son tan jóvenes?

A mí me encanta. Como directora, creo que es donde me siento más cómoda. Me encanta trabajar con actores profesionales, porque es otro el desarrollo y uno puede conversar del proyecto, desde otro lugar. Pero los actores naturales se entregan con una confianza absoluta a trabajar conmigo, me dan espacios de cariño, de cuidado, libertad, entrega y confianza. A mí, como directora, me gusta mucho la experimentación y la experimentación en el set. Creo que eso me lo permiten ellos, a lo mejor sin tener tanta conciencia de su propia imagen en pantalla y se entregan en absoluta confianza a lo que yo les proponga. Hacen que la escena, cuando la grabemos, esté viva, porque tienen un don, no solo de la luz que transmiten, sino que creo que el mejor consejo de actuación que puede existir, es que tienes que estar viviendo la escena y escuchar a tu compañero o compañera. Más allá de que tú tienes pistas de lo que le debes responder, nunca tienes que dejar de escuchar y vivir ese momento. Precisamente eso me lo entregan actores naturales y a mí me encanta. Trabajaría toda mi vida con actores naturales y en esta mezcla con profesionales.

¿Comenzar el rodaje de la película en los primeros días del estallido le brindó otro significado a “Mis hermanos sueñan despiertos”?

Absolutamente. ¿Por qué yo siento la necesidad de hacer cine? Tiene que ver con dejar testimonios del tiempo que me tocó vivir y ciertas voces que necesitaban quedar en una cápsula del tiempo, como puede ser el cine. Que nuestro equipo, que además era primera línea, pasara de la marcha al set y que alrededor de nuestro espacio donde estábamos filmando, hubieran marchas y represión policial, inevitablemente pasó al relato, sin intentar apropiarnos de ello. Pero intentamos honrar una de las consignas y quienes puedan ver la película, van a reconocer alguna de esas consignas que estaban en la calle. Pero creo que de una manera en que a lo mejor no somos conscientes, nos impregnó a quienes estábamos en ese momento y sentimos la necesidad de contar esta historia más allá de las dificultades. Me parece importante que el cine capture instantes de la realidad. Uno no tiene idea de quién va a ver “Mis hermanos sueñan despiertos” y la película ya no me pertenece. Las, los y les espectadores la completan y no tengo idea quién la ve a ver en otro tiempo, y qué va a resignificar también. Por lo que creo que es importante dejar ese testimonio. Eso que escuchábamos y creíamos necesario de exigir, queda un poco plasmada en la película.

¿Rescatas alguna experiencia con algún actor al que conociste en “Mis hermanos sueñan despiertos”?

Sí. Me emociona contarlo, porque en el avant premiere llegó Luz Jiménez y para mí es una maestra, además de Paly García, que ha sido muy solidaria conmigo. Luz Jiménez es una maestra total y, además, tiene una convicción muy importante de cómo hacer denuncia y exigencias a través del arte. Ver a Luz Jiménez en el avant premiere fue muy emocionante y trabajar con ella en el set, con lo solidaria que fue, terminó siendo todo un aprendizaje. Ella es una mujer sumamente activa y sumamente consecuente. Trabajar con Luz, sin duda, ha sido una de las experiencias más marcadoras para mí como directora. Conocer a personas que sus vidas están en el arte, como Luz Jiménez, siempre es muy emocionante. En general, mis referencias en su gran mayoría son chilenas. Es que las actrices y los actores de grandes trayectorias son sumamente respetuosos y tienen también un hambre de experimentar. Se entregan sin prejuicios a trabajar con actores naturales, con una directora que a lo mejor no tiene mucha experiencia y se entregan a esta experimentación en el set. Me agradecen muchísimo que el arte pueda ser un canal para sus propias consignas y sus propias demandas.

¿Tienes expectativas con que “Mis hermanos sueñan despiertos” ponga aún más sobre la mesa las problemáticas que se viven en los centros del Sename?

Tengo expectativas quizás no cuantitativas, pero sí cualitativas, de que lo me pasó a mí, al conocer la realidad, más allá de los estereotipos y los prejuicios, fue sentir un llamado a qué hago. Espero que pueda generar esa convocatoria, que muchas y muchos, desde su propio lugar quieran atender este espacio y aportar, no solamente político y que puedan hacer transformaciones grandes y radicales. Todas y todos podemos aportar. Por ejemplo, desde mi lugar, ver cómo puedo crear una red constante de compartir el arte, con estas niñas, niños y jóvenes. Esa es mi mayor expectativa: formar un diálogo y una convocatoria. Ya en palabras más grandes, ahora que se está escribiendo la nueva Constitución, ojalá dejar plasmado ahí también algo que resguarde los derechos de niñas y jóvenes, y de la infancia sobre todo más vulnerada. Creo que en este momento es importante generar un diálogo, sobre todo cuando ahora deja de ser Sename y que supuestamente va a haber un servicio de protección a la distancia de la reinserción juvenil.

¿Se barajó estrenar el filme de manera online como otras producciones?

Era la primera opción. Pero creímos necesario dar este puntapié y generar este encuentro en salas, porque creo que el poder visionar colectivamente, generar conversatorios e instancias de mediación con la película, es sumamente importante. Lo viví con “Mala junta” y creo que eso es trascendental. Necesitamos generar que el cine transforme esto de ser una plaza y espacios públicos ciudadanos de debates. El cine no se hace por el cine, no más. Tenemos que conversar de otras cosas y lo que me ha pasado es algo que ocurrió un poco con “Mala junta” también, y es que ahora con las funciones que llevamos, los conversatorios no se tratan tanto de la película, sino que también se abren a un espacio testimonial, en que espectadores se levantan y empiezan a contar su propia historia tras verla. Historias que también tienen relación con el Sename, que es algo que yo no preví, y es importante generar ese espacio, en que la gente también pueda contar esa historia. Yo las estoy recabando y guardándolas también, como si fueran un tesoro. Eso no se puede hacer a partir del proceso online. Es algo que ocurre a partir de generar esta instancia presencial.

Aun así, ¿pretenden que “Mis hermanos sueñan despiertos” pueda estar disponible para otros lugares en donde no se proyecten funciones?

Me encantaría que la película se diera en plataformas, pero también me encantaría que pudiera tener acceso a la televisión abierta. Yo no tengo un estereotipo con la televisión, ahí fue donde conocí, por ejemplo, a Luz Jiménez, y me encantaría que “Mala junta” tuviera una oportunidad de ser exhibida en televisión abierta y también “Mis hermanos sueñan despiertos”. Porque tienen llegada a territorios donde tampoco llega Internet y creo que es un espacio que hay que habitar, y me encantaría llegar con estas otras voces y estos otros relatos a estos espacios también.

¿Qué fue lo que más te sorprendió de la recepción que tuvo tu película en el extranjero, específicamente en el festival de Locarno y Guadalajara, por ejemplo?

Hay chistes y momentos en los que yo no pensé que iba a ser tanta la conexión del público. En Suiza vieron la película y había un impacto por conocer una realidad que les pareció sorprendente y fue muy linda la recepción. Sobre todo con Iván, que pudo viajar por primera vez fuera de Chile. Fue muy distinta la recepción en México, que viven una realidad similar a la nuestra y esto que estamos contando, se vive en las calles de México. Creo que ahí el relato fue mucho más potente. A mí me encanta mostrar las películas en Latinoamérica, porque creo que se empiezan a cruzar y es distinta la recepción. Buena en ambos, pero mucho más fuerte con quienes viven esa realidad, que les toca y les trastoca y que al final de la función entregan su propio testimonio, de lo que ocurre, por ejemplo, en México con centros de reclusión, con niñes, con jóvenes vulnerados y marginados. Entonces, la verdad es que la recepción empieza a ser el conversatorio. Me parece impactante, porque empieza a ser testimonial también de otros territorios. El sentirnos, reconocernos e intentar reflexionar juntos a partir del arte, de qué hacemos. Esa pregunta aparece al final de la función, ya en los distintos territorios, era esa esa pregunta.

Claudia Huaiquimilla y su acertada visión de la cotidianidad en el cine

En lo que va tu carrera en el cine, has demostrado gran interés en representar a segmentos de la sociedad altamente prejuiciados, ¿podría tratarse de tu sello como cineasta o no lo llamarías así?

Justamente creo que, en el mismo cine, trato de expresar que me molestan las etiquetas y los encasillamientos, porque suelen ser reduccionistas. Entonces, la verdad es que yo por azar y por las historias que me han escogido a mí, han tenido que ver con estos personajes, porque siento que no tienen cabida en otro espacio estas voces y yo, como joven, también sentí una gran frustración a esa edad y trato de transmitirla. Pero no tengo idea si es que seguiré por ese camino o no. No escojo las historias tan conscientemente. En general, cuando llega una nueva película, es un tema, un personaje o un lugar el que no me deja dormir y del que no logro tener respuestas tan rápidas, por lo que comienzo a explorar. No tengo tan claro cuál es mi sello, aunque me imagino que con el tiempo podré ver qué cosas cruzan mis películas. Se dice que hay muchas cosas que la cruzan, que los directores hacemos la misma película una y otra vez, y me imagino que sí. Pero no estoy tan consciente sobre mi sello particular.

¿Hay algún interés en especial en tener de protagonistas a adolescentes y varones?

Para mí, la adolescencia es una energía vital necesaria que se va apagando y que yo siento que en el cine uno puede dejarla en una especie de cápsula, para que uno a cualquiera edad vuelva a reconectar con ese sentir. Me parece importante ponerse en ese lugar empáticamente para ver la verdad que hay en esas palabras y que, a lo mejor, si las escucháramos en otro contexto, no las tomaríamos tan en cuenta. Y con hombres, ha sido fortuito a partir de casos reales que llegaron a mí y que he querido honrar. Sí es un ejercicio consciente el esconderme detrás de personajes masculinos y reflexionar sobre el machismo, sobre todo, cómo lo viven los jóvenes. Ahora, ya para la tercera película que estoy escribiendo, me siento con la madurez y la valentía de poder enfrentar algo un poco más directo y que va a ser un personaje femenino, también menor de edad, pero que está más relacionado a mi historia.

¿Por qué dices que ahora estás preparada para abordar un nuevo proyecto con un protagonista diferente?

Creo que las películas de una manera metafórica exponen muchísimo quién uno es. Como equipo, como realizador y realizadora, quienes me conocen, reconocen muchas cosas mías en el corto de “San Juan, la noche más larga” o en “Mala junta”.. Cuando la gente ve mis películas, a veces, siento que conocen partes muy íntimas mías. Ahora significa hacerlo de una manera más literal, exponiendo con una protagonista femenina y que la cruzan temas como a mí, que en este caso, se trata del retrato de lo que significa no solamente ser niña mapuche, sino que una niña mapuche que es diáspora, que vive alejada de la comunidad y que le toca vivir en la capital, algo a lo que se le acuñó un término para nosotros, que es “mapurbe”, para quienes nos tocó ser mapuches en la ciudad. Creo que es un proceso en el cual, a partir de historias, me siento ahora con un poco más de valor para afrontar audiovisualmente mi propia historia. No tanto la de otres, ni tocar parte de lo mío, sino que un poco más directo con lo que tiene que ver conmigo.

“En este caso se cruzó el género con la historia y, además, es mucho más complejo dar cuenta de personajes femeninos. Me tocó hace muy poco, no porque lo escogí, sino porque me escogieron, trabajar con protagonistas femeninas de distintas edades, de siete a ochenta años. Fue una experiencia sumamente marcadora para mí, de la cual aprendí muchísimo. Estoy muy contenta y creo que es más complejo el retrato de la mujer. La psicología y la inflexión estuvo mucho más difícil de llevar a pantalla y me sentía con una mayor responsabilidad a la hora de retratarlo. Entonces, creo que ahora me siento más preparada para hacerlo. Creo que fue un ejercicio para procesar mi misma historia como mujer, mi propia invisibilización y cómo yo he sido estereotipada cuando hablan de mí en los medios. Porque también vivo un encasillamiento y el procesar eso es doloroso. Pero con el arte enfrento dolores y creo que ahora me siento más preparada y lista para llegar a ese lugar, que obviamente va a ser de explorar dolor y experimentación”, agregó Claudia Huaiquimilla.

¿A qué dolores te refieres como artista?

El cine es un espacio que, me imagino, debe ser el arte más costoso que existe. Con la poesía o con la pintura, creo que hay mayor acceso a la materia prima para poder realizar el arte. Pero con el cine es sumamente costoso, también por la cantidad de personas que trabajan y ha sido muy difícil. El cine también es muy aristocrático y hay mucho prejuicio, clasismo, racismo y mucha misoginia dentro. Obviamente han habido mujeres anteriormente, pero si tú miras cuántas son quienes hacen ficción, que además son madres, que vienen de sectores más bajos, o que pertenecen a comunidades indígenas, el número empieza a reducirse y a reducirse. Esa poca cabida y diversidad se nota y creo que la tenemos que cambiar radicalmente. El legado que han hecho otras cineastas ha sido muy importante, pero en realidad, hay mucho por hacer y son espacios sumamente cerrados, machistas y muy clasistas, y hay muy poca diversidad. A medida que uno va habitando espacios que se supone que son más exclusivos, esos espacios de poder se viven cada vez con mucha más fuerza. Y ha sido muy difícil vivirlo, enfrentarlo e intentar que estas puertas se abran y que ese espacio quede más limpio para quienes vengan después. No para mí, sino que para realizadores y realizadoras que les duele esta violencia, y espero dejar ese espacio un poco más abierto y menos doloroso, para quienes vengan después de mí.

¿Hay cineastas que admires o que estés conociendo en este momento?

Sí. Globalmente, trato de buscar mujeres. Me impactó el trabajo de Alice Rohrwacher, que también dirige a actores naturales y creo que tiene un trabajo muy sensible, a partir de dar cuenta del inconsciente, que me tocó muchísimo y me sentí muy identificada. En Chile creo que se están haciendo relatos valientes. Me siento muy identificada con la exploración que está haciendo, por ejemplo, Camila José Donoso, que es una directora actual, o Carolina Moscoso y Lisette Orozco. Ellas son realizadoras valientes, potentes y que están experimentando desde su lugar, problematizando su propio espacio, su biografía y regalándola a las y los espectadores. Admiro mucho lo que están haciendo las compañeras.

¿Qué piensas acerca de la actualidad del cine chileno?

Miro con mucho temor el que actualmente, si ya era difícil tener financiamiento, con todo el protocolo COVID se volvió mucho más costoso el poder filmar y a quienes veo que está afectando directamente y que están quedando silenciadas, son esas producciones independientes y esas voces diversas que vienen a retratar otro Chile, otros lugares, y que no están pudiendo llevarse a cabo, especialmente voces femeninas. Cada vez es menos el apoyo y me parece un panorama desolador. Creo que eso hay que cambiarlo radicalmente y para lograrlo, se necesita un apoyo institucional. Se necesitan políticas públicas urgentes, para que eso no se transforme en simplemente en un tema de mercado, para quienes puedan contar sus historias.

¿Qué opinión tienes acerca del decreto de estado de sitio en la macro zona sur?

Lo encuentro de una violencia garrafal y una violencia institucional que se vive día a día. Pero, sobre todo, el territorio ha sido tocado y trastocado durante siglos. O sea, que en el colegio me hablaran de la pacificación de la Araucanía, cuando fue un genocidio, me parece violento y hay otras cosas que siguen siéndolo. Como, por ejemplo, que en Amazon Prime esté “Inés de alma mía”, cuando se trata sobre una mujer genocida, o sea, ¿qué pasa? ¿En qué momento va a haber un cambio radical? Esto que está pasando mundialmente, de botar estatuas de quienes nos enseñaron que eran próceres, cuando en realidad, fueron genocidas, me da esperanza. Pero veo que el gobierno sigue con una política anticuada y violenta, que me parece horrible. Desde el arte, nosotros tenemos que denunciar y ocupar nuestros canales para decir que no tenemos que permitir nunca más esto, y que esa violencia que se vivía en las comunidades, y que no se creía, la vivimos todos patentes y en carne propia a partir del 18 de octubre, y creo que, por eso, no tenemos que dejar de sentir empatía y hacer algo al respecto.

Paralelo a “Mis hermanos sueñan despiertos”, también formas parte de “42 días en la oscuridad”, la primera serie chilena para Netflix, inspirada en el caso de Viviana Haeger, en los cargos de co-directora y guionista. ¿Cómo fue llegar a este proyecto?

Lo que puedo decir es que ciertas cosas que salen en la prensa no son oficiales. Solamente lo que comunicó Netflix. Ha sido una experiencia muy bonita, primero, trabajar en co-dirección, y, además, tengo que decir que plataformas extranjeras, como Netflix, tienen un respeto muy elevado a la mirada autoral y propia de los artistas. Es un espacio de libertad y experimentación donde, si uno quiere cambiar las reglas, proponer una cosa distinta, con una mirada y una propuesta con argumentos, son muy abiertos a escucharte. Creo que ha sido un espacio muy bonito y muy respetuoso para mí, y Chile tiene que aprender de eso. Cada vez hay más reticencia, más prejuicio y menos oportunidades en el país, que de lo que están dispuestas estas grandes plataformas. Finalmente, se trata de gente muy sensible y muy respetuosa del trabajo. Son tan pocas las voces que están teniendo cabida ahora, que pueden filmar y tan pocas son las voces femeninas, que me lo tomo como un privilegio y una responsabilidad el poder tener acceso a llegar a muchos hogares.