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Cine de terror: un género agotado en tiempos de crisis creativa y escasez de argumentos

El género cinematográfico caracterizado y vanagloriado por causar horror, temor y espanto, en los últimos años ha provocado, en gran medida, aburrimiento y desgana en los espectadores -independiente de su gran éxito comercial- y, en ocasiones, grandes carcajadas, siendo el principal conflicto al momento de pagar por una butaca.

Desde la génesis del cine clásico en el siglo XX, el género de terror no era tan analógico a lo que acostumbramos ver hoy, eran más bien historias de suspenso y crímenes que causaban espanto, uno real e imperecedero. Además, promovían la emoción que el mismo espectador buscaba en una cinta de esta categoría.

Elementos de gran efectividad para un género que, en la actualidad, están desapareciendo lenta y tormentosamente, pese a que ha habido algunos resplandores como Get Out! o Hereditary, pero son excepciones de una tendencia más bien industrial y productiva, símil a Henry Ford.

El terror: cómo fabricar un producto fructífero

Con los estrenos de “Annabelle: Vuelve a casa” y “La maldición de la Llorona” en este 2019, junto a “El Conjuro 3” en plena producción, se ha evidenciado lo dicho, en especial con la saga de El Conjuro, producida y encumbrada por James Wan, y la factoría de terror superfluo que ha empastado las salas de cine con títulos como La Monja.

Aún restan muchas historia por ver provenientes de esta saga, ya que Warner Bros. Pictures planea seguir expandiendo su franquicia, dándole espacio a otros personajes que hicieron su aparición en “El Conjuro” y “Annabelle”, como un spin-off de El Hombre Torcido y el Hombre lobo.

Sin embargo al gran éxito de recaudación a nivel mundial para un filme de este género (más de 300 millones de dólares) y la aceptación popular que tuvo la primera cinta de El Conjuro y, en menor medida, su secuela, las críticas y la percepción del público han sido drásticas y negativas por la dudosa calidad de posteriores producciones, en especial con La Monja y Annabelle, de 2013.

Guion flojo, actuaciones deplorables, sobre explotación de recursos clásicos del terror (screamers, planos rápidos, oscuridad constante, timing poco provocativo) y más márketing que película, son algunas de las retroalimentaciones negativas convergentes sobre estos largometrajes. Características que, no obstante, no han impedido el curso natural de lo rentable que son estas películas.

Indudablemente, el director y productor, James Wan, supo dónde dar el clavo en cuanto a lo que la audiencia quería ver. Así lo manifestó cuando la extensa saga de Saw (Los juegos del miedo) no perdía público al querer ver más gore, sangre e historias entrelazadas para darnos algunos de los finales más acertados del terror. Misma situación de la familia Warren, que parece no acabar, pese a que la aceita ya no lubrica la máquina cinemática.

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James Wan en una alfombra roja, promocionando El Conjuro 2.

El nuevo terror industrial: amor a lo paranormal y al remake

El ser humano hoy tiene el control, o cree tenerlo, de prácticamente todo, por ende es claro que su mayor temor es a lo que desconoce, a cosas intangibles, que está fuera del alcance de su manipulación.

Es por esto que el “terror” que es ahora cine de culto o de clase B, analogía de “Viernes 13” o “Pesadilla”, ya no causan la misma atracción como en aquella época.

Y es que la fórmula en nuestros días no se podría repetir, ya que pasar a transformarse en películas más apegadas a la aventura como el remake de “It”, que a diferencia de su película antecesora de 1990, dirigida por Tommy Lee Wallace, sí logró horrorizar a toda una generación de jóvenes en ese entonces. A clásicos como estos, es mejor dejarlos descansar ahí en donde están: en lo más alto.

IT e IT: Chapter 2, son claros ejemplos que un remake muchas veces puede sobrevivir a los embates de los años. Pero también están los ejemplos desastrozos e innecesarios, como lo fue Poltergeist (2015), con una dirección de Gil Kenan vapuleada por la crítica y un refrito que, a modo de consenso, fue totalmente intrascendente.

No obstante, el factor de lo paranormal, lo intangible y los horrores que brillan por los espíritus, siempre son un escudo férreo para lograr una gran audiencia y que funcionan por sí solas.

La saga de “El Conjuro” fue la promesa original del cine de terror actual, basándose en historias reales de las investigaciones de casos paranormales de Ed y Lorrain Warren, llamado “los expedientes Warrern”.

Este filme arribó en una época en que ya se había visto de todo y nada más podría sorprender, no obstante James Wan sorprendió al recaudar lo necesario para un éxito insospechado

Sin embargo, los spin-off no fueron de la mano del director australiano y la saga fue decayendo fuertemente en su historia.

Su trabajo dejó relativamente la vara muy alta para la saga que estaría a su cargo. El Conjuro recaudó 319,5 millones de dóalres, mientras que La Monja más de 365 millones de dólares, lo que se explica al haber sido la más esperada junto a Annabelle.

Sello El Conjuro: objetos significativos e historias creíbles

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Lorraine Warren es interpretada por Vera Farmiga.

Este universo cinematográfico de terror, comienza con la primera cinta de 2013, cuando un matrimonio con 5 hijas se muda a una granja en Harrisville en 1971, lugar en que la niña menor encuentra una caja musical, elemento de importancia para hacer que la saga tenga conexión entre ellas, ya que los Warren guardan todos estos objetos poseídos en el sótano de su casa, donde más de una vez se nos mostró un cameo de lo que podría ser una próxima película.

Este universo se pavimentó de esta manera, con la particular y espeluznante muñeca al comienzo de esta cinta, que dio paso para el primer spin-off: Annabelle. Y, claro, luego fue con La Monja, teniendo una breve aparición en El Conjuro 2.

Estos detalles permitieron que este universo se convirtiese en algo tan auténtico en la industria fílmica. La audiencia siempre esperaba que la historia continuara, solo se quería calmar las ansias de ver a la muñeca Annabelle hacer de las suyas en su próxima entrega y así fue, sin embargo el público no quedó completamente satisfecho con su entrega en solitario del 2014.

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La sobreexposición de un producto rentable

“Annabelle: Vuelve a Casa”, es la más reciente entrega hasta el momento; es la tercera parte de Annabelle, la cual fue dirigida por Gary Dauberman, siendo su ópera prima en el banquillo de director, ya que su mayor aporte al cine fue como guionista y productor.

Esta vez la trama se desenvolverá en la propia casa de lo Warren, teniendo como protagonista a su propia hija, Judie (Mckenna Grace). En esta secuela se cuenta la historia que dejan a medio camino en el prólogo de “El Conjuro” (2013), cuando la muñeca es encerrada en una vitrina de vidrio bendecida en el sótano de los Warren junto con los otros elementos que fueron poseídos o que fueron utilizados para algún maleficio, son pertenecientes a otras historias y son la que darán camino a otras spin-off de para la saga.

Tres películas inspiradas en un persona sumamente explotado en la industria cinemática. Un personaje que se une a una larga lista de papeles, objetos o icónicos nombres del terror que se han visto sucumbidos a la sobreexplotación; una que parece no detenerse.

A menudo los afiches o carteles publicitarios revelan mucha información sobre la película, como el póster oficial de la película basada en la novela de Stephen King, “Carrie” de 1975, en que se revelaba lo más importante: el clímax.

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De cierto modo, esto le resta emoción de la película en sí, algo similar ocurre cuando nos muestran mucho una imagen, en este caso, a los personajes a los que debemos temerle.

Al igual que La Monja, en su comienzo solo hubo escenas en las que se mostró la imagen de Annabelle, esto causó una cierta incomodidad en la audiencia al ver su rostro maligno, generando el desagrado que se esperaba de una película de esa índole.

“Annabelle”, por otro lado, en tráilers y pósters se utilizaba prácticamente solo su rostro e incluso a las entradas de los cines pusieron réplicas exactas del personaje para llamar más a atención de la audiencia. El problema se encuentra en que nos acostumbramos a verla; similar a lo ocurrido con Valak o más conocida como la monja, un recurso de marketing que muchas veces agota, tal como un género que se agota.

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