Columna| 25 años sin el ángel de Seattle

“Hi, how are you” (¿Cómo estás tú?), esa era la pregunta constante que le hacían sus familiares y amigos más cercanos a un hombre de cabello dorado, contextura delgada y hasta raquítica y manos amplias, como si quisieran abrazar una vida que alguna vez tuvo y que el veía cómo el tiempo se la arrebató.

Kurt Donald Cobain, la voz insigne de Seattle, de Nirvana, del grunge, de una generación se encontraba en su casa cuando su, en ese entonces, esposa, Courtney Love entró y lo vio tendido en el suelo, cubierto por la roja sangre de su pasado y de su presente, recorriendo el cuerpo como aquellos demonios que lo hacían evadirse en torno a la heroína. Con el arma introducida en forma diagonal por medio de su boca y apuntando en dirección a lo que era su nuca harían que un escopetazo interrumpiera en forma definitiva la trayectoria vital del, quizás, último gran exponente del rock.

El que se suponía sería una de las puntas de lanza del último movimiento rock que traspasó las fronteras de la música, el grunge, decía adiós un 5 de abril de 1994. Ya son 25 años sin el ángel de Seattle.

Su gran amigo

Es posible llegar a emocionarse, soltar alguna lágrima y entrecortar la voz cuando se lee la carta a quien era su gran y quizás su único amigo. No eran ni Krist Novoselic ni Dave Grohl, era él mismo o, mejor dicho, su propia mente con un nombre en particular: Boddah.

https://youtu.be/uTHV1j7ckI4

Boddah era a quien Kurt le contó los demonios que a los ocho años lo atormentaron al ver cómo sus padres se separaban y lo que hasta ese entonces era una familia perfecta. Boddah era aquel ser al que Kurt contó sus más íntimos deseos de rock y fama, pero que también fue “testigo” de cómo aquellos sueños se transformaban en pesadillas cuando la fama y la excesiva atención de fans y los medio de comunicación asechaban su tranquilidad.

Aquel amigo imaginario era el niño de ocho años que era feliz, que tenía una familia que aunque trabajadora siempre supo mantenerse unida y la que Kurt nunca pudo regresar por la separación de sus padres, los problemas de adolescencia, la llegada de los reflectores y sus intensos problemas con drogadicción. Era la familia que, en cierta forma, se reflejó en Frances, su hija.

Kurt era un niño- hombre que vivió encerrado en sus propios demonios, pero que al final de cuentas era un ángel, un niño tierno, distraído y creativo que quería ser músico y director de cine. Kurt era aquel ángel que tuvo Seattle y que partió en forma tan abrupta como le fue cambiando su vida en distintas etapas de su transitar.

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